lunes, julio 24, 2006

BUENOS AIRES: La crisis de la U.B.A. El síntoma de una patología mayor.

BUENOS AIRES, Julio 24, (PUNTO CERO) La opinión pública viene siguiendo, con cierto escepticismo, la crisis generada desde hace ya casi un semestre con la necesaria elección del rector para la institución que es nave insignia del sistema universitario nacional (pero no popular): la Universidad de Buenos Aires. En los siguientes apuntes trataremos de demostrar que los problemas de gobernabilidad que ganan las primeras planas cuando se frustra una asamblea son sólo un síntoma de una enfermedad mayor: las dificultades de los sectores populares (y nacionales) para articular un proyecto que encolumne a la(s) casa(s) de estudio en el proceso de liberación nacional y, simultáneamente, desarrolle y potencie su papel productor, transmisor y difusor del conocimiento.
El escenario tal como lo percibe el público no empapado en las cuestiones universitarias es absolutamente tramposo y falaz: una aullante minoría- ilegitima y fraudulenta- de estudiantes trotskistas y sino-maoistas encaramada en la conducción de la F.U.B.A. comenzó objetando y rechazando la designación del decano de Derecho Atilio Alterini, llamándolo genocida, por causa de un cargo en la Municipalidad de Buenos Aires que el mencionado desempeñó a finales del Proceso. De hecho logró su propósito, ya que el abogado renunció a su postulación. La misma obedecía a la conformación de un bloque mayoritario en el Concejo Superior, hegemonizado por Radicales, a su vez sospechados de Delarruistas, sospecha por cierto fundada. Un tercer sector es el de los decanos llamados progresistas, quienes postulan al rectorado a Alberto Kornblhitt y son más cercanos a nuestra perspectiva. Las críticas aludían al shuberofismo de la entente hegemónica, sin diferenciar adecuadamente entre la gestión del varias veces rector- que incluía un amplio espacio progresista- del cerrado conservadorismo de Alterini. Luego, la prédica de estas fuerzas se dirigió a motejar como privatistas, a los referentes de los bloques universitarios, sean los mayoritarios, sean los progresistas. El 17 de julio, se frustró un nuevo intento de elegir rector. Pese a que los bloques mayoritarios se habían realineado, la capacidad de bloqueo del sector ultra-izquierdista estudiantil supera largamente a su capacidad de construcción.
Por parte de la Santa Alianza Trotskista, que se ha apoderado de la F.U.B.A (negándole a la organización estudiantil la posibilidad de exhibir una conducción legitimada por las bases) existe una manifiesta actitud puramente obstruccionista, sin un razonable proyecto superador: salvo en la proclamada necesidad de democratizar la universidad. De modo que una minoría de activistas ha bloqueado los intentos realizados hasta ahora para elegir Rector. La mentada democratización consiste en otorgar mayor importancia institucional a los estudiantes y aún igualar en representatividad a los profesores con los educandos (un hombre, un voto, postulan). De este modo se llegaría no sólo a que los estudiantes escogieran en pie de igualdad al rector, sino que también a sus docentes, relegándolos a una ínfima minoría sin capacidad decisoria. Imaginemos la siguiente situación: si en una materia existiese la posibilidad de optar entre un curso en el que se brinden adecuadamente los contenidos y, consecuentemente, se redoblase la exigencia y otro que no enseñase nada y aprobare a todos los alumnos. ¿Cuál sería el más frecuentado por los estudiantes? Cualquier persona que conozca mínimamente la realidad de la Universidad- y no esté sometida a preconceptos- conoce la respuesta.
Es que el gobierno de la Universidad debe ser resultado de un pacto educativo que, necesariamente, debe reflejar la disparidad entre quienes producen el conocimiento- y están obligados a transmitirlo- y quienes van a formarse a la casa de altos estudios. En nuestra sociedad se verifica dramáticamente las secuelas dejadas por la impronta neoliberal, y, generalmente, se prioriza los fines (la aprobación), antes que el procedimiento (el estudio sistemático). De dársele una representación cercana al veto a los estudiantes, las universidades se asemejarían a los colegios secundarios, instituciones en las que el conocimiento tiende a ser (apenas) un pretexto ficcional, pero que no tiene ninguna importancia central en el diseño de su funcionamiento (real, no discursivo). La prueba de nuestra aseveración es el hecho que las escuelas medias hacen egresar anualmente centenares de miles de analfabetos titulados. Luego, en la universidad toman relativa conciencia de la más que franciscana pobreza de sus herramientas cognitivas para cursar estudios superiores. De ello dan cuenta con cierta asiduidad los medios, cuando publican los desoladores resultados de cuanta evaluación se tome a los estudiantes.
El bloque que postulaba a Alterini tiene a su favor dos aspectos. El citado se ha bajado del cargo pretendido, pero su espacio político no desaparece por arte de magia. No hay dudas que la coalición mayoritaria es un adecuado representante del sentimiento de las capas medias, un sector insustituible para un frente nacional. Tal vez no sea de nuestro agrado tal liderazgo, pero resulta innegable su existencia. Y nunca está demás recordar que cada vez que los sectores populares quedaron enfrentados a las clases medias ganaron los enemigos de ambos. En segundo lugar es un sector de méritos académicos incuestionables, cosa que las fuerzas seguidoras de Trotski no pueden ni remotamente ostentar. Se podrá argumentar que todos o casi todos los integrantes del bloque son pasibles de acusaciones por manejos non sanctos. Pero ¿Qué sector de la Universidad estaría libre de culpa y cargo como para arrojar la primera piedra? Sin ir más lejos, los impolutos trostskistas, se supo, recibían diversos dineros del ex rector Guillermo Jaim Etcheverry.
Los sectores nacionales y populares se hallan con dificultades significativas. Por un lado, en los ámbitos estudiantiles, las agrupaciones Kirchneristas, o quienes pudieran ser afines, no logran conformar un bloque con fuerza electoral y consiguiente fuerza institucional, que resulte expresión de las adhesiones al gobierno nacional que cualquier encuestador verifica entre el estudiantado. Por el otro, entre los graduados y docentes, no se alcanza a articular una política que pudiere interpelar a las mayorías- cercanas en sus expresiones teóricas a la cosmovisión radical- y centrar los debates en las funciones necesarias de la Universidad, es decir:
a) Producir conocimientos. (investigación).
b) Transmitirlos. (docencia).
c) Divulgación general de la cultura hacia la sociedad extra-universitaria. (Extensión).
d) Por último y no menos importante. Todo lo anterior debe estar integrado al proceso por el cual se (re)construya una sociedad autónoma y con la totalidad del pueblo integrado y no en la marginalidad.
De darse sólo los dos primeros, estaremos en presencia de una universidad academicista y de espaldas a las necesidades de nuestro pueblo. Si se da nada más que la última, las casas de altos estudios perderán legitimidad frente a la sociedad. Todos podemos dar ejemplos históricos de predominio de uno u otro modelo.
De lograrse la conformación de un bloque de poder (estudiantil-graduado-docente) capaz de gestionar la universidad; allí aparecerá la necesidad de un debate para democratizar el funcionamiento de los claustros. La situación es de tal complejidad y gravedad que la parálisis de la gestión amenaza con no resolver cuestiones presupuestarias capaces de imposibilitar el funcionamiento académico o de los hospitales universitarios. Por lo tanto, primero está la necesidad de elegir rector y superar la crisis de gobernabilidad, luego se podrán acometer debates de mayor alcance. Dichas polémicas deberán estar centradas en las condiciones mínimas que hemos borroneado líneas arriba: es decir, la mentada democracia no puede hacer equivaler el voto de cada estudiante al de profesores y graduados. Flaco favor le hacen a esta estrategia algunos compañeros, como los agrupados en Libres del Sur quienes impulsan una línea que nada se diferencia de la ultra-izquierda. Así piden:
La elección directa del rector. La unificación del claustro docente.La inclusión con voz y voto de los trabajadores no docentes en el cogobierno. La ampliación de la representación estudiantil. (Tomado de una comunicación electrónica del Movimiento Libres del Sur).
Tales reivindicaciones parecen calcadas de las consignas agitadas por el Partido Obrero y otras especies similares y son en gran medida ineficaces, además de su discutible justeza. Por ejemplo, el claustro único docente, por fuera de impulsar concursos a fondo en todos los cargos, no asegura una representación democrática, ya que los decanos y consejos superiores designarían los educadores necesarios para conservar su predominio. La necesidad de la no elección directa del rector surge del pacto educativo, en los términos definidos líneas arriba. Los no-docentes podrán incluirse en el co-gobierno universitario, pero esta cuestión no es urgente en medio de la crisis actual. Por otra parte, los límites a la ampliación de la representación estudiantil son marcados por la necesidad de contener la continua degradación de los niveles académicos. Cualquier observador serio del funcionamiento universitario nos daría la razón. Tal vez resulte antipático realizar tales señalamientos, pero mucho más patético es observar como las sectas de izquierda tratan de ganar a los sectores más atrasados del estudiantado, haciéndoles concesiones en sus necesidades más ramplonas. No se trata de arrojarlos al tacho de los desperdicios, si no que es preciso ayudarlos a elevarse hacia la superación de sus capacidades académicas y de comprensión política. Un volante del Partido Obrero decía: basta de aplazos en Matemáticas…; de allí a postular la socialización de los premios a la excelencia académica la distancia es muy breve. Lo central en esta etapa, repetimos, es superar la crisis de gobernabilidad y elegir un nuevo rector. Luego, un debate de fondo acerca de la especificidad de las universidades. Salvo que se pretenda diluir en algaradas diversas el nivel académico universitario. Y así la universidad perderá legitimidad irremediablemente, al caducar las funciones intrínsecas que le dan su razón de ser. Como se ve, las tareas de las fuerzas nacionales y populares asumen características ciclópeas. Y no todo puede ser aportado por la capacidad de generar política del presidente. (PUNTO CERO).

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