miércoles, noviembre 22, 2006

EL CREADOR DE AMBITO FINANCIERO. CONMOVEDOR PERFIL DE JULIO RAMOS

BUENOS AIRES, Noviembre 22, (PUNTO CERO-La Política Online) Roberto García demostró una vez más que es uno de los periodistas que mejor escribe en la Argentina. Aquí la nota de tapa que publicó Ambito Financiero, en homenaje a su fundador, quien falleció ayer, víctima de una enfermedad.
Una sola palabra para el epitafio: periodista. Apreciaría para sí, Julio Ramos, esa definición única que lo incluye dentro de una raza en extinción. Y a pesar de que también como economista se ufanaba de una doble función que le permitía dirigir y administrar un diario que, en sus ya florecientes 30 años de vida, nunca tuvo perdidas, no se permitió reclamar subsidios, obtener dadivas o privilegios gubernamentales, lo que no es precisamente habitual en los medios argentinos.
Ya no se podría distinguir hoy si Ámbito Financiero, como producto de Julio Ramos, resulta más ejemplar por sus éxitos periodísticos o su conducta empresaria frente a la no transacción con el poder político del Estado o los negocios del sector privado.
"No estuvo mal, ¿no?", se preguntaba y consentía al mismo tiempo en la clínica, resignado, exactamente 10 días antes a su deceso, frete a un compañero y mientras deambulaba por la habitación - "mi pasión domiciliaria, se reía"- arrastrando con la mano un trípode movible que en su parte superior colgaba una bolsa de suero a la que estaba conectado "Es mi amante este aparatito, me acompaña a todos lados", bromeaba.
En cuanto a lo que "no estuvo mal, ¿no?", claro, se refería a su propia vida, a los 71 años transcurridos, reduciéndose a "viaje bastante" o "la pase mejor que otros" o "hemos hecho mucho", una suerte de nerudiano confieso que ha vivido frente a un desenlace que no ignoraba pero que obviamente no deseba tan fulminante. Al tiempo que reiteraba, confidente, "cuiden a mis hijos".
Un todo terreno resultó Ramos en el balance, no solo periodístico: se consideró poeta (publicó una suerte de Martín Fierro obrero, "Los hijos del sueño", también hay otro con versos a estrenar), ingresó y salió de la política en una curiosa campaña bonaerense por una diputación, experiencia que asumió como un fracaso (recogió 20 mil votos), aunque en verdad fueron titánicas su labor proselitista y la suma de adhesiones obtenidas: solo, sin compañía ni estructura elemental, cosechó mucho más que otros partidos en una tierra donde los aparatos no solo determinan a un legislador, también a un presidente. No quiso ver su propio fenómeno, como otras veces, solo se exigía el triunfo o la nada.
Como si fuera candorosamente mágico, como si su vida hubiera sido tan dichosa como él mismo se conformaba en la clínica, mientras uno no dejaba de apelar a la piedad humana recordando que había perdido dos hijos en menos de 70 días en un verano siniestro (1986-87), dos adolescentes vitales. Hasta ese castigo, el mayor a tolerar por cualquier hombre (sobrevivir a los hijos, según Juan Carlos Onetti), lo incorporó a su cuenta sin quejas en el sanatorio, aunque nadie ignora el reto suicida que lo asaltó entonces por esa desgracia cuando se lo podía ver sentado frente al rectángulo de césped del cementerio que albergaba a sus hijos, hablándoles durante horas o encendiendo un pequeño grabador para que ellos escucharan las canciones y la música que les gustaba de vivos. Asi, días y días. Ese mismo hombre, luego, con los años se decía: "No estuvo mal, ¿no?".

Secreto
Allí residía el secreto Ramos, el sentimiento que arrancaba, la voluntad de los otros por intentar que viviera mejor, que disfrutara. Una tarea inútil frente al personaje, quien se fijaba horarios para ir al cine o a ver dibujitos con sus hijos, o establecía rutina para cuando estos jugaban al fútbol o comían hamburguesas. Por no hablar de condiciones que se imponía para su propio esparcimiento: no más de 7 días para un crucero - ese "placerote" supremo, como se afirmaba-, travesías que no hizo, sin embargo, más de 5 veces en dos décadas y media de millonario.
Se lo quería quizás por no haber sido feliz - como juraba Jorge Luís Borges de sí mismo-, casi sin darse cuenta, aceptando en su ingenuidad que también fue normal perder a su padre un par de años después del nacimiento. O volverse asmático y, sin su madre siquiera en la cercanía (ella debía criar otro hijo no enfermo y trabajar en la Capital), ser enviado a los montes de Uniquillo, Córdoba, adonde el aire curaba presuntamente la tuberculosis antes de las vacunas. Allí vivió hasta los once años, analfabeto, criado por un humilde tío chacarero, con un caballito de madera como único juguete. Ni un mal recuerdo de dolor mantenía de esa época.
Después, se sabe, fue el emperador de Ámbito, había estudiando antes y por supuesto, atravesó laboralmente distintos empeños. Nada sencillo: se recuerda la rutina, evocación de algún compañero de "La Opinión", de acercarlo a la estación Once antes de la medianoche para que esperara el tren que lo llevaría a Castelar, desde donde luego abordaría un colectivo para llegar a su casa. Y volver a la Capital, al día siguiente, antes de las seis de la mañana, hora en que entraba en una empresa automotriz para elaborar un informe sobre las noticias del día.
Asi, jornada tras jornada, una vida esforzada que ni quisiera le alcanzaba para comprar los mismos juguetes que un vecino le traía a sus hijos. Nunca se perdonó, admitía, soportar el vació de la admirativa mirada de sus propios hijos frente a la juguetería que los vecinos instalaban en frente, en Reyes o en los cumpleaños.
Disponía, obvio, de la naturaleza guerrera de los gallos de riña y otros animales. También de esa ternura primitiva y poco conocida que impregna a ciertas piezas salvajes poco domesticadas.
Solo una cierta clase de sobrevivientes podía quedar también entre 7 socios, tras la aventura inicial de este diario, en la que hubo que arriesgar ahorros, empeñar el auto, dejar otros trabajos para saltar sin red y acompañar un proyecto afirmado en la Bolsa y que, sin embargo, terminó ganando con las tasas de interés. Ninguno de los otros, por supuesto, se anotó del todo en el sacrificio, se fueron. Costaba entender, además, a quien puso como secretaria personal a su esposa, la que por entonces estaba obligada a decirle "señor Ramos", manía que hasta copiaron sus primeros 3 hijos, quienes lo llamaban "Ramos" más a menudo que "papa".
Organizaba hasta el trato de sus afectos: solo tuteaba, en el diario, a quienes había conocido antes de haberlo fundado. Tiempo en que no consideraba el Jean una prenda apropiada o le molestaba hasta la irritación que las periodistas llegaran a la redacción con pantalones. De extremo formalismo, sin duda, hasta que los accidentes arrasaron esas exigencias.

Obsesión
Y sus tempestuosas relaciones con el otro sexo, al cual persiguió con la ciega obsesión de lograr otros dos hijos (Julia y Augusto), reemplazar a los perdidos ya que parecía no alcanzarle con el único en vida, Claudio. En rigor, deseba restituir un número, conservacionista al fin, recomponer una familia, su desafió más arduo.
Entretanto, más dedicación laboral, incursión por el hobby de la astronomía o la saga solitaria de competir a los monopolios - para el simbolizado por el grupo "Clarín"- especialmente en el periodismo. Para defender libertades varias: la de prensa, el ejercicio de la profesión, también la posibilidad de la gente de acceder a fuente dispares para la opinión. Le costó hacerse entender en esta materia aunque publicó dos libros y casi lo observaron como un delirante, ni Raúl Alfonsin, ni Carlos Menem, menos Eduardo Duhalde y dudosamente Néstor Kirchner, se han atrevido a enfrentar esas cuestiones. Y cuando lo hicieron, perdieron.

Precauciones
Aunque Ramos fuera exacerbado, dominante, insoportable con frecuencia, más injustamente reconocido que querido, ese capitulo que ofrendó al país desde Ámbito y en sus libros, no incluía enconos personales ni mucho menos envidias. Solo demandaba precaución, advertía sobre los peligros, denunciaba. Y él como impuso a "Clarín" como sinónimo del monopolio, luego se recluyó para otra tarea intelectual: los gobiernos de centroizquierda en América Latina, dos tomos a difundir brevemente que elaboró mirando el mar, en Punta del Este, casi un vicio para su criterio, ya que si lograba zafar de la leucemia - aunque fuese temporalmente- rogaba volver a ese departamento en el piso 15 para observar las aburridas olas de la Mansa que, para el, eran las más hermosas del mundo.
Y fumarse un cigarro, o tomarse un Campari, dos de los desarreglos más notables que Ramos ha hehco en toda su vida. Por no hablar de Boca, al que un día soñó y apostó a presidir dejando más tarde esa alternativa para Mauricio Macri, quien venció gracias a esa retirada estratégica y generosa.
Tanto por ese Boca, al que veía todos los domingos, como por Maradona - puso dinero para su compra-al que admiraba como jugador, chispeante comentarista y con el cual derivó una situación insólita: terminó retándolo a duelo.
En ese rito dominguero disfrutaba aún con un ridículo gorrito, al contrario de cuando viajaba a Londres- varias ocasiones- para realizar como si fuera Fellini los copetes especiales de la BBC en inolvidables peleas con los periodistas.
Ramos habrá de entenderse, era una convencional de los hábitos pues se reservaba la sofisticación para otra clase de intentos, de distinta categoría.
¿O abundan aquellos personajes que suelen vivir en su imaginación con un referente de fantasía, con el cual pasan horas de insomnio, lo bautizan "Facundo" y juntos escenifican teatralmente diálogos hasta resolver los grandes y, sobre todo, pequeños problemas que forzadamente él se condicionaba a tratar?
Un hombre que razonaba demasiando, por no hablar de planificar, raro porque la primera definición sobre su personalidad pasa por lo impulsivo de su carácter.
Se trata, todo esto, de concluir una nota sobre el imperio de la voluntad: el acercamiento a la vida de un periodista recién muerto, Julio Ramos. Y escrita a tiempo, porque diario que cierra tarde no sirve, no se vende, como repetía implacablemente cada noche al hacer la tapa de Ámbito o cambiarla si la habían hecho otros.
Ese finalmente era su aliento, su diversión de costosa comprensión para aquellos - tan numerosos- que entienden el periodismo como un ganapán de 6 horas. Ramos vivió de otra manera, aún cuando estaba del otro lado del mostrador, esa fue su diferencia. El responso en su homenaje escrito al calor y la congoja de la memoria inmediata, ahora parece brotar de una sola mano; en rigor son muchas, tantas, las que acompañan este texto, las que amorosamente lo despiden. (PUNTO CERO-La Política Online).

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