lunes, julio 12, 2010

EL ESPEJO DE UNA DIVISORIA DE AGUAS. Por Hugo Presman.

Su persona y su historia son un espejo donde nos sentimos reflejados y tantas veces increpados. Si el hijo de Dios nació en un establo, nuestro Dios futbolístico llegó al mundo bajo el cielo sin estrellas de Villa Fiorito, que él con notable precisión definió como barrio privado: privado de luz, privado de gas. Con la magia de su zurda inigualable, gambeteó en la cancha y en la vida la marca a presión de la pobreza, el stopper de la falta de posibilidades y le hizo un caño a un futuro hipotecado desde el nacimiento. En ese espejo está también reflejado el inmigrante que huyó de otros cielos sin estrellas y encontró en estos suelos ubérrimos un futuro donde muchos sembraron trigo y cosecharon hijos doctores.
En ese espejo se mira el cabecita negra, descendiente de los derrotados de las guerras civiles del siglo XIX, y que un día caluroso de primavera cruzó el Riachuelo para defender a un hombre y a una política; y que cuando sus pies cansados de caminar y luchar, los refrescó en la fuente de Plaza de Mayo. Maradona en el fútbol y sus alrededores divide el tiempo, como Perón la política en un antes y un después. No tendrá su trayectoria observadores neutrales. Sólo seguidores incondicionales o enemigos viscerales. Nadie sensato pudo negar lo que fue dentro de un campo de juego, como nadie equilibrado puede escamotear que con el peronismo histórico se construyó la sociedad más igualitaria de América Latina. Pero Maradona, que pudo asociarse al poder y ser indiscutido como Pelé, decidió no dejar de ser nunca el Pelusa de Villa Fiorito. Bocón, extrovertido, defendió a los jugadores, enfrentó a la FIFA, intentó crear el Sindicato Mundial de Futbolistas, representó al sur pobre italiano contra el norte industrial, hizo esperar al Papa y luego cuestionó el discurso sobre la pobreza del Vaticano emitido desde aposentos coronados por el oro. Se definió políticamente a favor de Chávez, de Fidel, de Evo, se tatuó al Che en su cuerpo y encabezó el tren que como un nuevo Ayacucho le dijo NO al Alca de Bush en la histórica contracumbre de Mar del Plata.
Santo en Nápoles, al punto de ser convertido en estampita, figura conocida planetariamente, llevó y lleva sobre sus espaldas un peso insoportable para cualquier ser humano. Ser Maradona es una tarea más que insalubre, al punto que uno de sus biógrafos, Daniel Arcucci le comentó al periodista Orlando Barone: “De tantos años que conozco a Diego Maradona una sola vez lo vi solo. Fue en el Club de Vilas una tarde en Palermo. Se bajó del auto en el estacionamiento y caminó desde ahí unos setenta metros hasta el bar sin nadie. Verlo caminar por la cancha de polvo de ladrillo sin ni siquiera su sombra porque era un día nublado, fue un hecho extraordinario”
Si la Argentina padeció crisis y situaciones abismales que fueron desde el terrorismo de estado hasta la hiperinflación, pasando por la recesión, la guerra de Malvinas, el estallido de la convertibilidad en el 2001 y el default, Maradona cayó en las profundidades de la droga que lo eliminó del mundial de 1994 y lo dejó al borde de la muerte en dos oportunidades: una en Punta del Este y la otra en Buenos Aires cuando sus probabilidades de supervivencia eran escasas. Se afirmó entonces, que sólo le funcionaba su corazón al 30%, ese mismo que lo ayudó a jugar el mundial de Italia de 1990 con un tobillo hinchado del tamaño de una manzana. Pero nuestro Dios futbolístico, como el nacido en Belén, resucitó haciéndole un taquito a un destino que parecía inexorable. Se recuperó, pasando por Cuba y una clínica neurosiquiátrica en Buenos Aires, condujo un exitoso programa de televisión, se separó de su mujer que fue siempre un apoyo notable junto a su familia, integrada por sus padres, hijas y hermanos. Ese Maradona familiero y que exalta el amor por sus hijas, uno de las cuales le dijo cuando estaba en coma: “No te mueras hijo de puta, que yo te necesito”, se contrapone contradictoriamente con el desaprensivo y cruel que le negó el reconocimiento a un hijo cuyo apellido le otorgó la justicia italiana y con respecto al cual tuvo expresiones de una dureza inadmisible. También como muchos argentinos fue seducido temporariamente por el menemismo. Y como director técnico tuvo expresiones inadecuadas a su cargo.
Contradictorio, camorrero, rebelde muchas veces, acomodaticio otras, acuñador de frases inolvidables como “La pelota no se mancha” o “Se le escapó la tortuga”, conocedor de las máximas alturas y de los abismos más profundos, Maradona es un espejo donde se reflejan muchos de los rasgos argentinos más notorios. Cuando nos vemos retratados en él, se produce una divisoria de aguas. Algunas de sus virtudes son consideradas defectos por aquellos que nunca aceptaron las rebeldías impropias de un negrito de Villa Fiorito. Hay ahí una mezcla explosiva de prejuicios unidos a una mirada clasista. No aceptan que superó largamente el off-side de su partida de nacimiento y que luego no se integrara a los que dejan a los excluidos en posición adelantada. Otros le perdonan todas sus contradicciones en función de las alegrías que derramó en una cancha y sus posiciones contestatarias. El autor de estas líneas se ubica en la vereda maradoniana pero en forma crítica y coincide con lo expresado por el ensayista y licenciado en filosofía Ricardo Forster: “Maradona lleva a cuestas el peso de ser Maradona y, eso creo, lo hace con una dignidad que muy pocos tienen; lo hace con la integridad de los que han conocido el cielo y el infierno, las máximas alturas del éxito y de los elogios rutilantes y su contracara, la caída en abismo, la soledad, la venganza de los mediocres que nunca han dejado de maltratar a Maradona en sus momentos de inquietante debilidad o en circunstancias signadas por la derrota, la futbolera y, peor todavía, la de la vida.
Maradona ha sido el del milagro que le permitió reconstruirse, ese mismo que desmintió a los agoreros que se solazaban con su derrumbe. En él, en su travesía extrema y extraordinaria por una cancha de fútbol y por el laberinto de la vida, metabolizó lo impensado de quien ha sabido revertir sus propias ausencias. Hay algo de todos nosotros en el zigzagueo maradoniano, algo de ese juego con los extremos que ha venido marcando la vida argentina desde siempre. Una gramática del exceso, un fervor por el que se paga un altísimo precio cuando llega la hora de la derrota, pero que nos ha permitido disfrutar con una intensidad única cuando llegaron los días del júbilo. Arrepentirse de esa trama profunda que nos constituye me resulta algo vacuo, insustancial e indeseable. Somos, qué duda cabe, la ilusión y la frustración, el empeño por hacernos cargo de lo mejor de una historia pigmentada por sueños a veces inalcanzables y la imperiosa necesidad de hacernos cargo de nuestras imposibilidades.”

MARADONA DIRECTOR TÉCNICO
Para que Maradona llegara a ser director técnico de la selección se conjugaron una serie de circunstancias: el fracaso de la selección conducida por Alfio Basile y sus dificultades generacionales con los jugadores, la situación complicada en que se encontraba en la tabla de posiciones y la posibilidad de no clasificar, situación inadmisible al jugar todos contra todos a lo largo de dos años, sistema que se realizó para asegurar la presencia de Argentina y Brasil en los mundiales. Ese fracaso podía producir un hecho tan dificultoso de imaginar como el desplazamiento de Julio Grondona.
Imposibilitado de contratar a Carlos Bianchi como el director técnico que contaba con la mayor aprobación, consecuencia de animadversiones personales, la figura de Maradona resultó la coartada que necesitó el ferretero de Sarandí para reemplazar la postulación imposible del exitoso director técnico de Vélez y Boca. No eran sus pocos recomendables antecedentes como técnico lo que llevaron a Maradona al cargo que aspiraba. Fue su figura convocante. Después de un par de partidos que demostraron una mejoría, la selección discurrió por un pozo profundo donde jugó muy mal y se clasificó lastimosamente para el mundial de Alemania. Luego seleccionó 23 jugadores en donde sólo se lamentaron las ausencias de Zanetti y Cambiasso, seguramente en lugar de Garcés y Palermo. A la Argentina le tocó en suerte una de las zonas más favorables de todos los mundiales en que participó.
Pero en los tres primeros partidos, el equipo jugó aceptablemente, con momentos de muy buen juego, en forma permanentemente ofensiva, lo que despertó el interés del mundo futbolístico y el optimismo en el país. En los octavos de final con Méjico, se pudieron apreciar errores que obligaban a enfrentar a Alemania fortificando el medio campo, prescindiendo de un delantero y haciendo jugar a Messi cerca del arco rival y no obligándolo partir desde casi su propia área. Cualquier conocedor del fútbol sabía que había que sacarle la pelota a Alemania, que es la única forma de que queden exteriorizadas sus limitaciones. Nada de eso se hizo y el resultado fue una cachetada, exagerada en relación a lo que realmente ocurrió.
La reacción popular fue inversa a la de la mayor parte del periodismo, en donde juega en forma importante el alineamiento de Maradona a favor de la ley de medios que afecta principalmente a los medios hegemónicos en especial Clarín. Mientras alrededor de 20.000 personas recibían entusiastamente a la selección expresando una posición alejada del “resultadismo” y al mismo tiempo de apoyo fundamentalmente a Maradona, el periodista Elio Rossi escribió en el bisemanario Perfil: “Ni el enorme aparato seudonazi, cuasi goebbeliano que dispone el Gobierno para atacar al periodismo independiente, ni los arrastrados maradonianos de los programas de segmentos podrán compaginar- y distorsionar- lo que pasó ayer en Ciudad del Cabo. Alemania les dio una lección de fútbol a Maradona y a la Argentina. La soberbia, el autoritarismo y la vana ilusión quedaron atrás ¿Quedarán atrás o le darán otra oportunidad al esperpéntico cuerpo técnico que perdió el primer partido serio que le tocó jugar en este Mundial?”
Maradona, como tantas otras veces, puede resucitar de esta derrota con sabor a cachetada. Pero para ello deberá aprender de sus errores y de caprichos inadmisibles como el de contar entre sus colaboradores informales con Ruggeri, personaje poco recomendable. Entender que debe rodearse de los mejores y no de los serviles. Que no se puede ni se debe cambiar permanentemente de referentes en el equipo, o hacer promesas apresuradas. Si volvió de la muerte y de la droga, si superó la posición adelantada de su nacimiento, esta tarea es de menor envergadura. Tiene aún una carta de crédito que no es ilimitada y que sólo el nombre de Maradona la hace posible. Continuar por el camino recorrido terminará en un nuevo fracaso.
Dos hechos reconfortantes en medio de una derrota, que por eso de las matemáticas dejó a la Argentina en un quinto puesto: no se perdió los estribos y no hubo expulsados y más allá de algunas broncas internas inevitables, el plantel íntegro regresó al país como no había sucedido en otras ocasiones con resultados iguales o peores.

EL ESPEJO DE UNA DIVISORIA DE AGUAS
Un fracaso disminuido en la consideración popular por la presencia de su ídolo máximo. Maradona es junto a Evita, el Che y el ascendente pero aún no consolidado definitivamente Messi, sinónimos de argentinidad en cualquier lugar del mundo.
Una estrella surca desde el 30 de octubre de 1960 el cielo de Villa Fiorito y se la divisa desde cualquier lugar del planeta. Actúa como espejo y divide a la sociedad en dos sectores antagónicos. El periodista Pablo Llonto describió la situación con precisión en la Revista Un Caño: “Basta pronunciar el nombre de Maradona, aguardar unos segundos y, en un instante, se podrá comprobar de qué lado del país se encuentra el interlocutor…..Hoy, los mortales de estas tierras se dividen, como en los cincuenta, entre gorilas y maradonianos. El nuevo gorila siglo XXI, sórdido y estrafalario, tiene afectos campestres…..sintoniza a Magdalena Ruiz Guiñazú en Radio Continental, luego cambia de emisora y lee los editoriales de La Nación o se entristece con las malas noticias de la revista Noticias….En apretada síntesis: odia al gobierno, odia a los piqueteros, odia a Chávez, y odia a Maradona. Indudablemente el nuevo gorila quedó horrorizado cuando Maradona formó parte del acto en que Cristina terminaba con el monopolio en el fútbol. ¡Momento!, advierto un error: en el lenguaje de estos hombres y mujeres ( porque los gorilas son mayoría valdría acotar) el nombre de Cristina no existe. Ha sido reemplazado por la “yegua”. Entonces cuando “la yegua” estaba al lado de Diego, los gorilas le juraron al Diez muerte occidental y católica”
Petiso, talentoso, arbitrario, inteligente, caprichoso, familiero, desmesurado, con propensión a enfrentar a sectores del establishment en muchos casos y en otros en conciliar con la mafia futbolística, Maradona es como dice Eduardo Galeano “un Dios sucio”. Y afirma el notable escritor uruguayo: “ Pero no en un sentido insultante. Quiero decir que es el más humano de los dioses, porque es como cualquiera de nosotros. Arrogante, mujeriego, débil…¡ Todos somos así! Estamos hechos de barro humano, así que la gente se reconoce en él por eso mismo. No es un Dios que desde lo alto del cielo nos muestra pureza y nos castiga. Entonces, lo menos que se parece a un Dios virtuoso es la divinidad pagana que es Maradona. Eso explica su prestigio. Nos reconocemos en él por sus virtudes, pero también por sus defectos. ….Lo que ocurre es que Maradona tiene que cargar con una cruz muy pesada en la espalda: llamarse Maradona. Es muy difícil ser Dios en este mundo, y es más difícil comprobar que a los dioses no se les permite jubilarse, que deben seguir siendo dioses a toda costa”
A veces, entre los enemigos que no le dan tregua y los seguidores que lo idolatran, aparece algún diputado que cree realmente que Maradona es Dios y propone erigirle una estatua.Hay tiempo para eso. Ojalá que Maradona viva muchos años. Va a cumplir cincuenta. Apaciguar los denuestos, bajarle los decibles al entusiasmo de sus seguidores, ayudará al ídolo. Y en una de esas, como otras veces, resucita. Tal vez teniendo de fondo el poema de Marcelo Sanjurjo: “Yo no sé qué ángel pardo/...se asomó por Fiorito,/ se coló en los picados/ donde anochecía y prendado del Ángel/ gurrumín de las zurda/ se instaló en el mocoso/ con su audaz brujería.
Ya tramaban entre ambos/ portentosas hazañas/ con la número 5/ de compinche jugada.
Paternal fue la ruta,/ la escuelita de barrio./ Escenario temprano,/ fogueo y recalada,
aquel ángel errante/ - sabia luz en su sangre-/ lo hizo crack misturando/ travesuras con fuego.
De movida brotaba/ el sol de su alegría/ iluminando el verde/ que bordaba su ego./ Fue, la mano de dios/ y el demonio sudaca/ desparramando ingleses/ y sutiles inventos./ La melena enrulada,/ el cabello cortito, el misterio en él mismo,/ la magia no era cuento.
El sur napolitano/ fue el sur de sus suburbios,/ por morocho, por pobre,/ por sur, por no alineado/ les ofreció sus goles,/ su prodigio, sus ganas/ y fue llenando el hueco/ debido a lo esperado.
Humilló al Norte rico/ con vital desparpajo/ con la celeste y blanca/ se arrió media tribuna./
En el Sur y en el Norte/ le hizo un corte de manga/ a ese que despreció/ a su canción de cuna.
Desnudó a los hipócritas/mandamases del fútbol./ Lloró como tan sólo/ lloran los que se juegan.
Y como pasa siempre/con los cristos de barro/ lo colgaron en la misma/cruz de su entrega.
Y no le perdonaron/su origen y su orgullo,/ y ese privilegio/ de mover muchedumbres/ sin pasarse al bando/de los que todo humillan/ para ser uno de ellos,/ los burócratas grises/ de aceitada bisagras,/ el amigote sin rueda/ o los caretas impúdicos,/ los escribas que restan/ por las treinta monedas.

Toda esa calaña/ lo sentencio caído./ Como al árbol que abate/ el hacha o la tormenta/ le calculó la leña/ que de él le serviría/ y lo hizo noticias/a sumar a su cuenta.
Pero él es bien de abajo/por sobre toda duda,/ y sigue en las banderas,/ en los cánticos, en los coros,/porque la gente intuye/ que aún entre los grillos/ sigue siendo uno de ellos.
Es el Diego,/ aquel pibe del barrial de Fiorito,/ la tribuna le canta/ con su voz
Maradooo, Maradooo /relámpago de fútbol,/ en un tiempo/ de grises pica piedras
y sinuosas personas./Yo lo ví, yo lo ví, / desde el piso/ de una cancha alambrada/ o del alto cemento/ de un estadio encumbrado,/ o en la cierta ventana/ de una caja de luces/ o en el hosco potrero/ de ese barrio apartado.
Cuando alzaba la copa/ de la heroica victoria,/ o gritando la fiesta/ de otro gol festejado
y con la bronca/ del amor propio herido,/ sin guardarse el insulto/ al sentirse insultado.
Es el Diego, aquel pibe/ con el ángel adentro/ que no se vende al diablo/ y al ángel no abandona.
Una redonda alada/ fue su arma y juguete./ Es canto en las tribunas,/ su nombre ¡Maradona!

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