* Marcela Belardo. Investigadora CONICET en el Instituto de Estudios Sociales en Contexto de Desigualdades (IESCODE-UNPAZ).
A más de dos años y medio de la irrupción de la pandemia de COVID19 es necesario preguntarnos que quedó de la frase “la salud es un derecho humano sin distinción de raza, religión, ideología política o condición económica o social” tal como fue consagrada en la Constitución de la Organización Mundial de la Salud (OMS) en 1946. La respuesta es poco y nada.
La pandemia puso blanco sobre negro que la salud es un negocio. Las vacunas lejos (lejísimos) de ser una tecnología para salvar vidas se convirtió en un arma más de la diplomacia de los países centrales para conquistar mercados y para el dominio geopolítico.
A fines del 2020 la mayoría de los países del mundo impulsaron una propuesta-absolutamente legal- para suspender las patentes de las vacunas y medicamentos contra el COVID19 mientras durara la pandemia. Sin embargo, sólo un puñado de países encabezados por Estados Unidos bloqueó durante más de un año esta iniciativa mientras la gente moría. La liberación de las patentes hubiera permitido ampliar la producción mundial de dosis en menos tiempo, y de esa manera acelerar la distribución de vacunas equitativamente a todos los países del mundo.
Siempre ha existido tensión sobre la propiedad intelectual en el campo de la salud pública, ya que genera que las compañías farmacéuticas mantengan el control exclusivo y absoluto de la producción, distribución y tengan la liberad de fijar los precios. Según las normas internacionales, las pandemias son situaciones excepcionales que ameritan “saltearse” las garantías de la propiedad intelectual. Más de dos años de sucesivas oleadas no alcanzaron para las grandes farmacéuticas, los países que imponen sus intereses al resto del mundo, y los empresarios enrolados con el filantrocapitalismo en salud como Bill Gates que propuso -y concretó- la política mundial de las dádivas retrotrayendo a cientos de años a la humanidad, alejándonos del derecho a la salud que conquistamos en la post segunda guerra mundial.
A su vez, las vacunas se convirtieron en un arma más de la diplomacia sanitaria y nuestra región se convirtió en un escenario donde todos jugaron. En el “patio trasero” de los Estados Unidos fueron China y Rusia los que rápidamente ingresaron en la carrera por la conquista de mercados e influencia política.China, con tres vacunas, se lanzó a ganar espacios y mercados en su disputa por la hegemonía mundial. Mientras que peleaba públicamente con la OMS para que aprobara sus vacunas, Rusia que lanzó la Sputnik antes que nadie, y mientras el mundo hablaba de la hazaña rusa y recuperaba prestigio internacional, la OMS bloquea -hasta el día de hoy- su aprobación. La guerra entre Rusia y Ucrania fue la última excusa para dilatar la evaluación por parte del organismo. Ambas vacunas fueron las primeras en llegar a nuestra región y permitieron un inicio temprano de la inoculación a pesar de la escasez mundial de dosis.
Al mismo tiempo fue evidente el bloqueo de Europa a la vacuna de Oxford. Si bien es cierto que esta vacuna salió al mercado más tarde de lo esperado, y montada en una campaña mediática internacional que colocó sus mayores expectativas en el 2020, las acciones de Alemania y Estados Unidos (competidores con Pfizer-BioNtech) bloquearon la vacuna al mercado europeo que luego fue inundado por sus vacunas, al mismo tiempo que imponía una clara sanción al reciente Brexit. Es de destacar la condición que impusieron los científicos de Oxford para ceder su patente: su precio económico. De hecho, fue la vacuna más barata del mercado. Al mismo tiempo transfirieron esa tecnología a los productores de la India, el mayor productor mundial de vacunas y medicamentos del mundo, lo que implicó en términos políticos inmiscuirse en la órbita de los Estados Unidos.
Lo que pudimos observar durante el año de la “guerra por las vacunas” fue una lucha abierta de bloqueos de insumos, materias primas y mercados comerciales, aprobación para algunos y dilaciones para otros en función de intereses nacionales o por la intención de expansión o preservación de territorios y regiones.
En el trasfondo de todo esto, además, lo que está en disputa -más allá de los intereses comerciales y geopolíticos de los países y de los capitales privados- es el sistema de salud pública internacional y específicamente el rol de la OMS que ya venía hace años desprestigiada. Durante la pandemia hizo malabares por estar capturada por un complejo entramado de intereses de diversos actores que le marca su agenda internacional, cada vez más alejada del derecho humano a la salud.
Por lo tanto, la defensa de la salud como derecho es la tarea más importante del momento, a pesar de reconocer lo mal que están las cosas, pero con la irrenunciable voluntad consciente de cambiarlas. (Diagonales.com).
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