El 16 de abril del 2012 se escuchó un aplauso que cubrió el país. Pero más fuerte resonó en Cutral- Co y Plaza Huincul y en Mosconi y Tartagal. Ahí donde los piquetes con sus gomas quemadas y el humo elevándose al cielo expresaban la resistencia a la canallesca privatización de YPF. Maristella Svampa y Sebastián Pereyra cuentan en su libro Entre la ruta y el barro: “ ….los primeros cortes de ruta, iniciados en 1996-1997, tuvieron un carácter multisectorial y que la posterior represión llevada a cabo por las fuerzas de seguridad desencadenó verdaderos levantamientos populares…Ambas tienen en común el hecho de ser producto de la desarticulación vertiginosa de una economía de enclave en donde el rol de YPF fue mayor.”
Teniendo en cuenta que YPF fue la expresión más “acabada” del modelo nacional-popular (un modelo de relaciones sociales que concilia jerarquía y bienestar), resulta necesario subrayar que puebladas y piquetes convergen, por primera vez, ahí donde la experiencia de la desocupación se expresa abruptamente en el más crudo y abierto desarraigo……Entre 1975 y 1990, el producto bruto industrial se contrajo un 25%, el empleo industrial cayó 40% y la proporción de las remuneraciones en el ingreso nacional pasó del 45% al 32%”. Más allá de cierto izquierdismo renuente a reconocer la profundidad de las transformaciones de los gobiernos populares, los autores describen correctamente el oscuro panorama de aquellos años gélidos.
Un 12 de abril de 1997, en las puebladas de Cutral Co y Plaza Huincul, una bala policial terminó con la vida de Teresa Rodríguez, una empleada de casas particulares. Otro 12 abril de dos años antes, en la industrialmente devastada Ushuaia, otra bala policial terminaba con la vida del obrero de la empresa Continental Víctor Choque.
En todo el país, pero especialmente en el Norte y el Sur, en otro abril, en un país en tantos aspectos distintos, la Presidenta de la Nación anunció que el Estado recuperaba el manejo de la principal empresa del país. Una emoción desbordante, un sueño que parecía inalcanzable se estaba haciendo realidad. Aquellos que siempre nos opusimos al remate de los bienes colectivos acumulados con el esfuerzo y el trabajo de generaciones de argentinos, sentimos que la vida nos reservaba alegrías impensables desde la pesadilla de los noventa. En el momento de levantar la copa de los brindis, omitimos, pero no olvidamos, que muchos de los que se abrazaban en el Congreso por haber concretado la canallesca privatización, hoy se calientan las manos aplaudiendo lo contrario.
LOS VAIVENES ECONÓMICOS ARGENTINOS
La estatización de más de la mitad del paquete accionario de YPF, sumió a los editorialistas de los dos diarios dominantes, que parecen redactados en el extranjero, en la perplejidad y la ira.
Joaquín Morales Solá escribió en La Nación del 17 de abril: “La Argentina de los 90 y la de los primeros años de este siglo parece expresar a dos países distintos. Es el mismo país y, además, está en el gobierno de ese país el mismo partido político”. El mismo día, Eduardo Van de Kooy escribió en Clarín: “¿Cómo reacciona el mundo ante una nación que en solo 30 años declaró la guerra a la OTAN en Malvinas, hizo el default más grande de la historia, forzó una reestructuración de su deuda y ahora opta por la expropiación de su empresa principal? Por ahora se vislumbra un horizonte sólo de incertidumbres.” Lo que no explican, porque no pueden o no quieren, es la razón por la cual en la Argentina hay marchas y contramarchas profundas que no ocurren en países permanentemente usados como parámetros de comparación como Brasil, Uruguay y Chile. La hipótesis es porque en estos países, todas las fuerzas han aceptado el modelo económico triunfante y las diferencias se expresan en derechos humanos y derechos civiles.
No sucede esto en la Argentina, donde las marchas y contramarchas sobre aspectos fundamentales expresan modelos en pugna, de lo que también es un símbolo YPF.
Ya en la Primera Junta se expresaron intereses contrapuestos que representaban dos visiones de país. Las propuestas enfrentadas de Moreno y Saavedra se continuarían en San Martín y Rivadavia, adversarios viscerales que la historia oficial los ubica como si fueran integrantes de las mismas propuestas. Por un lado, los comerciantes del puerto de Buenos Aires y los hacendados de la Provincia de Buenos Aires enfrentados con las provincias norteñas con producciones artesanales, embriones de posibles desarrollos industriales, por el otro. Las terceras en discordia fueron las provincias litoraleñas con intereses parecidos a los de la provincia de Buenos Aires, pero con la exigencia que las rentas de la aduana no sean apropiadas exclusivamente por los porteños y bonaerenses, sino que se distribuyeran equitativamente. Incluso las políticas hacia el interior serán diferentes según prevalezcan comerciantes o hacendados: los primeros intentarán arrasar el interior para introducir las mercaderías británicas, los segundos las dejarán vegetar sin distribuir las rentas del puerto. Ambos tendrán una visión territorial balcanizada, lejos de la estrategia latinoamericana de San Martín, Artigas, Dorrego o Felipe Varela. El enfrentamiento de las dos visiones originó seis décadas de guerras civiles en el país. La batalla decisiva, en donde paradojalmente no hubo combate, fue Pavón en 1861, el mismo año en que se inicia la guerra de secesión en los EE.UU que concluiría en 1865 con el triunfo del norte industrial. Aquí en cambio venció el sur agropecuario.
Cristina Fernández en su discurso por la estatización de la mayoría del capital accionario de YPF, utilizó la misma figura, que demuestra, como lo ha hecho en reiteradas oportunidades su alejamiento de la interpretación de la historia oficial.
Esto definiría claramente el desarrollo posterior de EE.UU y Argentina. En nuestro país los conflictos se continuarían hasta 1880, ya convertida en una cacería contra las fuerzas de los jefes norteños. Vencido el posible modelo industrial, cuya expresión más acabada fue el Paraguay, destruido en la infame Guerra de la Triple Alianza, nace el modelo de producción primaria exportadora basada en la complementariedad de nuestra economía con la británica. Para sustituir la mano de obra local mermada en las guerras civiles y de la independencia, se fomenta una gran inmigración. En este modelo Argentina es el granero y Gran Bretaña es la expresión de la industria. El funcionamiento político es extremadamente precario con elecciones limitadas y fraudulentas. El momento de mayor esplendor del modelo coincidió con el Primer Centenario, caracterizado por vacas gordas y peones flacos, con estado de sitio y ley de residencia para expulsar extranjeros politizados u obreros molestos. Según el historiador Fernando Devoto: “No se celebraba el pasado, sino que el pasado era una excusa para celebrar el presente” y el optimismo de las clases dominantes aseguraba: “Un país con problemas pero sin problema”.
El intento de colonia próspera obligó a desarrollar una infraestructura ferroviaria y de servicios donde nació una creciente clase media que impuso el voto secreto y obligatorio a través de Hipólito Yrigoyen. Las crisis del capitalismo (guerra mundial, crisis económica) impidieron el abastecimiento de los productos elaborados y dio lugar a un fruto no deseado: el modelo de sustitución de importaciones. Se adoptaron, con pragmatismo, medidas proteccionistas contrarias a las posiciones ideológicas de las clases dominantes mentoras del librecambio. Los descendientes de los derrotados en las guerras civiles migraron hacia la capital atraídos por la demanda laboral, y un cálido día del mes de octubre, avanzaron hacia la capital desde los establecimientos fabriles, se mojaron sus pies cansados en la fuente de Plaza de Mayo y cambiaron la historia. El peronismo es la cara y la expresión del nuevo modelo, el intento de realizar una revolución burguesa basada en el mercado interno, construido a través de la distribución del ingreso y la constitución de poderosos sindicatos. En su primer gobierno, Perón tuvo el apoyo de los trabajadores, franjas de clase media, burguesía industrial, ejército e iglesia. En el segundo, perdió el apoyo de sectores del ejército y de la totalidad de la iglesia que junto con la mayoría de las clases medias pasó a la oposición. El modelo creado fue la obsesión del establishment y destruirlo fue una cruzada. Se lo intentó demoler en dos golpes militares: el de 1955 y el 1966 recurriendo desde los bombardeos al pueblo en Plaza de Mayo, hasta los fusilamientos clandestinos y las proscripciones. Se hirió al modelo sin poder apartar a los sectores populares de su líder el que finalmente montado en una radicalización de la sociedad, llegó nuevamente a la presidencia. Perón gobernó un escenario que parecía un brioso corcel, con el apoyo anteriormente inédito de los jóvenes de clase media. Su muerte abrió las puertas del enfrentamiento descarnado. El establishment y su brazo armado decidieron dar un golpe potenciado en relación a los dos anteriores y destruir definitivamente al modelo arrasando a la industria y asesinando delegados de fábrica a través del terrorismo de estado.
Lo que quedó pendiente en el arrasamiento, lo concluyó Menem con apoyo popular. Surgió el modelo de rentabilidad financiera basado en hacer dinero especulando con el dinero. Todo esto terminó en la peor crisis económica y social del país. Después del 19 y 20 de diciembre del 2001, expresión social del estallido económico, hubo un cambio, primero en el lenguaje y luego en los hechos.
Llegamos al segundo bicentenario, tratando de dejar atrás el modelo de rentabilidad financiera, retomando algunas líneas fundamentales del modelo de sustitución de importaciones, pero con un fuerte componente de economía primaria exportadora en donde el modelo sojero y minero son estrellas rutilantes.
El camino es duro y revertir el largo proceso de destrucción sistemática exige un esfuerzo ciclópeo. Basta dar dos ejemplos: en 1914 la red ferroviaria, diseñada en forma de embudo hacia Buenos Aires superaba los 33.000 kilómetros. Hoy se explotan 8.000. Más del 60% del área sembrada es de soja que se utiliza para alimentar a los cerdos chinos. A pesar de todo y porque la noche más oscura ha quedado atrás, en un contexto continental muy favorable, se han retomado las grandes banderas de la unidad latinoamericana que levantaron los libertadores del siglo XIX. La Argentina desarrolla su historia con marchas y contramarchas. Ningún modelo ha podido consolidarse definitivamente. Hasta que no se imponga el modelo que nos acerque al futuro y que pueda incluir a todos los argentinos en su seno, las contramarchas no estarán desterradas.
A diferencia del escepticismo final de Bolívar, las mayorías populares latinoamericanas esperan que esta vez, no se vaya a arar en el mar. Es posible, tal vez, que se esté más cerca del optimismo de Artigas, enfermo, exiliado y próximo a morir quién solicitó: “Amanece, ensíllenme el caballo”.
YPF: SIMBOLO DE LA DISPUTA ENTRE DOS MODELOS
YPF fue creada e impulsada por el gobierno popular de Hipólito Yrigoyen el 3 de junio de 1922 y presidida por el general patriota Enrique Mosconi. El prestigio que supo aquilatar la empresa, su papel estratégico, su función de creadora de pueblos, de asistencia social, la puso a salvo durante muchas décadas de los intentos avasalladores opuestos a los movimientos nacionales y populares. Pero la dictadura establishment militar la endeudó pasando a través de ella las enormes compras de aprovisionamiento militar. Con la presidencia del criminal Guillermo Suárez Mason, YPF se quedó con la enorme deuda y con las amortizaciones de la misma que permitió luego la campaña privatizadora durante la segunda década infame con el latiguillo de “es la única empresa petrolera que da pérdida”. Esa fue la causa principal, a la que se sumó una plantilla de personal que duplicaba a la necesaria. Hay muchas veces que los que exteriorizan un amor hacia la empresa la desmienten en los hechos. Muchas privatizaciones fueron posibles con la complicidad de dirigentes sindicales que se quedaron como socios del despojo. El justicialismo tiene la enorme hipoteca de haber privatizado YPF sin quiebras cuantitativas significativas en sus filas. Una sociedad disciplinada en el terror y la hiperinflación, en la desmalvinización posterior a una guerra perdida, que implicaba en la práctica que nunca más debería enfrentarse al poderoso, permitió que el modelo triunfante en el siglo XIX penetrara en el movimiento popular y consumara una política acorde a sus intereses, adaptada a la época como de rentabilidad financiera; opuesta y por lo tanto contradictoria al peronismo histórico. La política de Kirchner fue también zigzagueante. Apoyó las privatizaciones pensando como un gobernador al que las regalías le daban independencia del poder central. Tuvo un manejo poco claro- para ser benévolo- de los denominados Fondos de Santa Cruz. Llegado al gobierno en condiciones de extrema debilidad, dejó funcionar al sector petrolero con libertad, pero les impuso un precio tope de 42 dólares el barril. Todo lo que el precio internacional superara ese valor, quedaba para el estado. La rapiña de las empresas llevó a que se privilegiara la explotación de los pozos transferidos en la privatización en detrimento de la exploración de nuevos yacimientos.
Un notable crecimiento económico con la consiguiente demanda creciente de energía, un consumo elevado en artefactos eléctricos, el boom automotor, lo económico de las tarifas aplicadas en forma masiva e indiscriminada, junto con la caída de la producción desde 1998, ha llevado a una importación de energía que los cálculos más pesimistas ubican en 14.000 millones de dólares, es decir un poco más de lo que Repsol pagó por YPF en 1999 por la que abonó 13.439 millones de dólares. Entre 1999 y 2011 obtuvo utilidades por 16.450 millones de dólares y giró al exterior 13.426 millones de dólares. Cifras que hablan por sí solas. Otro paso en falso dado por Kirchner fue la inexplicable argentinización que consistió en el ingreso del grupo Petersen a YPF- REPSOL, contrayendo préstamos con Repsol y bancos a pagar con las utilidades de la misma empresa, que se convirtió en un atajo justificado para la falta de inversiones, si no fuera que esta práctica venía de mucho antes de la argentinización.
Es cierto que la debilidad inicial de Kirchner y el ataque frontal que recibió Cristina Fernández desde el momento que asumió en el 2007, impedían prácticamente concretar el paso que se dio ahora, pero eso no lo releva de la crítica de haber dejado a las empresas petroleras en general y a YPF- REPSOL en particular, perpetrar el agotamiento de las reservas y haber permitido la falta de exploración.
UN BRINDIS POR UN SUEÑO
Más allá de las contradicciones, el kirchnerismo ha consumado una medida histórica, en la mejor línea nacional y popular, convirtiendo estos 10 años de gobierno entre los mejores de 1945 a la fecha. Es imprescindible que YPF sea una empresa modelo, altamente profesionalizada como prometió la presidenta. Por este sueño y decisión notable imposibles siquiera de imaginar desde la crisis del 2001/2002, los argentinos nos merecemos un brindis. Por los que lucharon por conseguirlo, por los que dejaron girones de su vida en los piquetes de Cutral Co y Huincul, de Tartagal y Mosconi, como símbolos de tantos otros levantados en defensa de la dignidad en todo el territorio nacional; por los que cuidaron la utopía esperando un futuro para concretarla y que se ha hecho realidad de la mano de Cristina Fernández;
La recuperación de YPF, es como dice Serrat “un día en que la vida se sienta con uno a tomar un café.”
O como dice con certeza y emoción el periodista Gabriel Fernández: “Quien no se emociona con la recuperación de nuestro petróleo, difícilmente pueda sentir afectos duraderos en otros órdenes de la vida. Puede atiborrar papeles con poesías, llenar los aires de músicas, recargar pañuelos con lágrimas, y decir que lo que realmente importa es el ser humano, la naturaleza, el equipo, Dios o el amor. Pero si no vibra con Yacimientos Petrolíferos Fiscales, nada lo conmoverá, a fondo, jamás en la vida".