BUENOS AIRES, Noviembre 22, (PUNTO CERO) "Todo líder tiene una crisis de aprendizaje. Alfonsín comprendió a mediados del ’85 que si no incorporaba una lucha frontal contra la inflación a su prédica democrática, se le iban a escapar votos a manos de una seductora centro derecha. Menem tuvo que pegar un par de volantazos hasta que logró dominar una endemoniada alza de precios de la mano de Cavallo y la convertibilidad. De la Rúa, por el contrario, nunca aprendió nada. Luego Duhalde resolvió con Lavagna lo que parecía un catarata de desastres.
Kirchner tiene la ventaja de haber llegado al gobierno luego de 20 años de experiencias acumuladas en democracia. Del primer presidente radical seguramente aprendió que ser progresista en el gobierno no significa dejarse encantar por una serie de intelectuales con ideas atractivas, pero nula habilidad política. De Menem comprendió que al argentino 1) básicamente le gusta consumir, y que mientras la máquina de facturar funcione pasará por alto algunas otras cuestiones, y 2) que le gusta alguien que mande, que ponga orden, sobre todo después de un crisis brutal como la que se vivió. Esta segunda conclusión seguramente la obtuvo también de De la Rúa, quien perdió todo tipo de respeto a poco de andar. Pero de su antecesor aliancista seguramente también comprendió que no se puede ser 'ni chicha, ni limonada', y que eso derivó en una demanda de revisión fuerte de lo hecho en los ’90 en materia económica y social.
Aquí empieza a verificarse el cóctel exitoso de Kirchner: liderazgo fuerte e impulso al consumo de Menem, con agenda de revisión de los ´90 que De la Rúa no se animó a desarrollar. Pero es posible que el actual mandatario no solo haya aprendido de los ex presidentes. Seguramente también leyó con fineza el fracaso del Frepaso con Chacho Alvarez a la cabeza. El santacruceño quizás hace mucho comprendió que la única manera de imponer una agenda progresista en la Argentina es con el peronismo detrás: los radicales lo intentaron dos veces y no lo lograron, lo cual lleva a pensar que se debe tener una fuerte vocación de poder y estructura política como condición sine qua non (acompañado de un sustancial crecimiento económico, por supuesto).
En esta instancia se habla mucho en las últimas semanas sobre los costos políticos que estaría pagando el presidente por la derrota de Rovira en Misiones. Al respecto, para dimensionar esto, cabría hacer varias precisiones. En primer lugar, hay que diferenciar el impacto en los medios y el segmento politizado, respecto al común de la población, la gran mayoría de la cual no sabía que había una elección en Misiones, ni qué estaba en juego. Es cierto que la repercusión posterior instaló el tema con más fuerza. Sin embargo, al grueso de la sociedad le pasó de largo.
En segundo término, hay que distinguir entre el impacto subjetivo y el objetivo. Objetivamente para Kirchner ningún dato modificó por ahora su esfera de poder. De hecho aún no se verifica ningún cambio sustancial en la imagen de su gobierno a partir de la caída de su aliado en el Nordeste. Pero es absolutamente cierto que en el plano subjetivo y del análisis dentro de la política se empezaron a mover muchas cosas, se desentumeció la creatividad y la imaginación de varios, y sobre todo, la oposición se envalentonó con un 'sí se puede'.
La pregunta obvia es: ¿por qué si parece no haber costo objetivo, el primer mandatario bajó a Solá y Fellner, desanda todo tipo reelecciones acá y acullá, movió una ficha con la Corte Suprema, reavivó la posible candidatura de Cristina, intervino el Hospital Francés, entre otras cosas? Por las dudas. Kirchner nunca quiere aparecer como pasivo frente a las circunstancias, y manda el mensaje de que entendió el subtexto de las señales de Misiones. ¿Está sobreactuando la comprensión? Quizás. Se cura en salud. No vaya a ser que lo acusen de ser insensible a eventuales cambios en el estado de ánimo de la opinión pública. De todos modos, si es que hubo algún efecto, es posible que se vaya diluyendo con el pasar de los días, y la discusión sobre la violencia en el fútbol, por ejemplo, se convierta en el gran tema nacional.
Seguramente, en circunstancias semejantes, Carlos Menem hubiera salido a defender a Rovira, a Fellner y a todos sus aliados. Mientras la economía funcionó, se le toleraron muchas actitudes. Pero claro: a la larga pagó costos políticos ilevantables con la mayoría del electorado, último juez de esta historia. Terminaba reaccionando tarde y mal a muchas crisis, cuando las cosas ya no tenían arreglo.
¿Fue un error el apoyo desembozado del gobierno a Rovira? Obviamente sí. ¿Debería haber hecho un reconocimiento explícito? Esto siempre es difícil en política. Lo importante no es que haya cometido un error, sino su capacidad de reacción y de aprendizaje de los yerros propios y ajenos. Kirchner sabe que después del 19 y 20 de diciembre de 2001 algunas reglas de juego cambiaron en el imaginario colectivo." (PUNTO CERO).
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