Dr. Norberto Garrote, Director de la Especialización en Violencia Familiar de la Universidad del Museo Social Argentino (UMSA) y Director del Hospital de Niños Dr. Pedro de Elizalde.
Todas las situaciones de violencia doméstica tienen que ver con un modo de vida en el cual el ejercicio del poder termina vulnerando al otro o generándole un daño. Cuando este modelo se instala de modo permanente repercute en la salud física y mental de la persona, en su capacidad de relacionarse con el entorno social, en la inserción laboral y en su vida en general
Una mujer muere cada 35 horas por violencia de género en Argentina. Cotidianamente niñas, adolescentes y adultas padecen violencia física, verbal, sexual, económica, emocional, a veces en forma silenciosa e invisible. Violencia que adquiere diversas formas y manifestaciones que, no sólo tienen lugar en el ámbito del hogar, sino también en el espacio de la comunidad. Así, la ONG Casa del Encuentro, entre 2008 y 2013 afirma que se registraron en Argentina 1236 feminicidios, mujeres que han tenido como victimarios a relaciones cercanas.
La violencia se transmite de manera transgeneracional: distintas generaciones repiten el mismo modelo porque no hubo nadie que permitiera hacer una bisagra de un antes y un después. Por ejemplo, la mujer que se encuentra en esta situación de vulnerabilidad quizás proviene de una estructura familiar que no le ha dado las herramientas para asegurarse en su rol e impedir el abuso de poder de la pareja. La mujer logra salir de la situación violenta cuando puede darse cuenta que merece ser respetada y que posee la libertad para decidir por sí misma.
Pero, si bien la sociedad avanzó mucho en el reconocimiento y la visibilización de la violencia en general, y, particularmente, en la que se despliega dentro de los entornos familiares, aún sigue siendo difícil develar el maltrato que se sufre, porque se tiende a ocultar todo aquello que resulta inaceptable o prohibido. Sin embargo, el médico, el psicólogo, el psiquiatra y el docente son los que disponen de las herramientas para detectar la existencia de violencia intrafamiliar, porque son los que entran en contacto con alguien que atraviesa una situación crítica.
Primero, es importante dar lugar a la sospecha de que esta situación pueda estar sucediendo; luego, conociendo las características clínicas que pueden presentar las mujeres, los niños y los ancianos, la sospecha da lugar a un diagnóstico. La sintomatología no es específica, por lo que es necesario ir descartando. Por ello mismo, de acuerdo al cuadro clínico, a las características de las lesiones –si las hubiera-, a la forma en que se presentan los pacientes y la descripción de los hechos, el profesional termina sospechando la existencia del maltrato físico. Cuanto más temprano se pueda detectar el problema, más fácil podrá revertirse esta situación. Para no repetir el modelo de violencia, la educación y la concientización son unos de los caminos.
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