Los
párrafos del tema de Soda Stereo suenan por estas horas más que
realistas con el intercambio de “gentilezas” entre EE.UU. e Irak. La
letra que escribió Cerati concluía “creías que estabas lejos”. Eso que
fue escrito hace 36 años, en el mundo globalizado ultra conectado cobra
especial sentido.
La
turbulencia puede ser infinita. Cuando parece que hay situaciones que
se aquietan –aunque no se ordenan- una ráfaga de viento vuelve a sacudir
el avión. Cuando EE.UU. y China se avienen a firmar una primera paz en
su guerra comercial, aparece la confrontación con Irán. Cuando parece
que la región se aquietaba, vuelve a estallar Venezuela. Así, cualquier
gobierno no gana para sustos. O como se dice popularmente “éramos pocos y
parió la abuela”.
Estas
aguas turbulentas ponen a prueba la política exterior de Alberto, y la
muñeca de Felipe Solá. El gobierno necesita dos cosas de su frente
externo: 1) calmar acreedores (FMI + EE.UU) y 2) conseguir más dólares
fomentando inversiones y exportaciones. La primera es inmediata y envía a
Washington a un personaje sensato, como Jorge Argüello. La segunda
tarea es tan de largo plazo que si logra algo será por más por la buena
fortuna, teniendo en cuenta la inestabilidad crónica argentina.
Pero
hay un tercer punto del frente externo que es el que le generará
preocupaciones permanentes al presidente: la política exterior como
espacio de satisfacción simbólica al ala más radicalizada e ideologizada
del Frente de Todos. El tema es cuando dicha cuestión testimonial entra
en profundo conflicto con la prioridad 1. Desde el domingo 5 al martes 7
fue un laboratorio de cómo puede enfrentar Alberto las tensiones
internas de su coalición.
Primer
acto: Argentina condena el atropello a Guaidó al querer ingresar al
Congreso venezolano (que Guaidó agradece). Segundo acto: Argentina pide
que haya paz luego del asesinato de Soleimani (y hace referencia a que
el país vivió dos atentados terroristas, justo cuando se trata de Irán).
Tercer acto: Argentina le quita las cartas credenciales a la embajadora
de Guaidó en nuestro país. Cómo se llama la obra? El equilibrista.
En
el backstage de esta obra se identifica un fuerte desagrado en el
Instituto Patria al tuit del canciller Solá respecto a la situación
interna de Venezuela. Por suerte para Alberto, hasta acá nadie dijo
públicamente estar en desacuerdo con las posiciones que fue fijando el
Ministerio de Relaciones Exteriores. Cuánto durará ese silencio
disciplinado?
Como
estos tironeos se van a repetir varias veces en los próximos años, el
presidente tiene tres alternativas: 1) ponerse en una línea dura contra
EE.UU. y compañía, y proclamarse por el eje chavista; 2) seguir la
orientación de política exterior de Macri, siendo anti chavista; o 3)
hacer equilibrio permanente, con una de cal y otra de arena.
En
política, cuando uno no está seguro de poner controlar los daños si
hace explotar una bomba, es preferible no hacerla explotar.
Cualquier
otra opción es amateur e irresponsable (políticamente hablando). El
laboratorio de los últimos días muestra que Alberto va a tratar de
mantenerse en la tercera opción estratégica, ya que las otras dos hoy
significan volar puentes sin tener alternativas reales a la mano. O que
el remedio puede ser peor que la enfermedad.
Mientras
escribo estas líneas se me viene a la mente una estrofa de otro tema
musical de los ´80, que rezaba: “Tengo a un ruso y a un yanqui en mi
habitación, Que se juegan mis zapatos y mi foto de graduación, En un
Atari”.
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