BUENOS AIRES, Mayo 30, (PUNTO CERO) La furia y la frustración del poder han encontrado en Jorge Telerman un destino. Como en el demencial decreto escrito para excomulgar al filósofo Baruch de Espinoza, por “decisión de los ángeles y juicio de los santos”, el jefe de Gobierno parece ser el destinatario de aquel extenso rap de maldiciones, de notable y rítmico encanto estético, que enunciaba: “Maldito sea de día y maldito sea de noche; maldito sea cuando se acuesta y maldito cuando se levanta; maldito sea cuando sale y maldito cuando sea cuando regresa”. Decreto de excomunión que finalizaba, inapelable: “Ordenamos que nadie mantenga con él comunicación oral o escrita, que nadie le preste ningún favor, que nadie permanezca con él bajo el mismo techo”. El pecado es evidente: Desobedeció los designios del poder, se atrevió a imaginar un camino independiente.
La elección del próximo jefe de Gobierno porteño encierra, como todo sondeo de la voluntad popular, varios mensajes que exceden a la persona que finalmente se ocupe de la administración porteña. Encontramos aquí también una oportunidad para que la sociedad se pronuncia sobre su permeabilidad a tolerar, o no, la manipulación. ¿Cómo es esto? Muy sencillo, dos meses atrás cuando finalmente se supo que la Casa Rosada había optado por impulsar la candidatura de Daniel Filmus, también se supo que Alberto Fernández iba a motorizar una serie de campañas sucias –una al parecer no alcanzaba-, para “demoler” la intención de voto de Telerman, entonces superior a la del ministro de Educación. Y así fue.
Por esas cosas de la vida, en esta ocasión no pudo refugiarse en el anonimato de un cable de Télam y tuvo que embarrar pies, manos y otras partes de su anatomía. Lo hizo en su bochornosa presentación en el Congreso cuando agitó las facturas de Sol Group, y lo volvió a hacer con la costosa solicitada del Frente para la Victoria, sacando a la luz supuestos documentos oficiales sobre sueldos cobrados por Telerman en la Cancillería. Solicitada que tuvo la ventaja adyacente de corroborar que la ley de Habeas Data, que supuestamente protege la confidencialidad de los datos de los ciudadanos en manos del Estado, es para el kirchnerismo una ficción, o una tontera, que se aparta como a una mosca molesta.
Entonces, el próximo 3 de junio los porteños podrán decidir si les gustan estos procesos de “demolición” de candidatos, esta manipulación de las conciencias, esta utilización de las instituciones, en definitiva, que los arreen como a borregos. ¿Y las bondades de Daniel Filmus? Porqué desconocerlas. Se trata de un hombre instruido y de rescatable mesura. Lástima que haya optado por disciplinarse a la estrategia, la táctica y la idea de Alberto Fernández, que no posee ninguna de sus virtudes. Y aquí ingresamos en otro de los temas subyacentes de esta elección: la autonomía.
Como se sabe la Ciudad de Buenos Aires dista en el plano institucional de cumplir con el pomposo título de “Autónoma”, que se le ha agregado a su nombre. No tiene policía ni jurisdicción propia y ni siquiera puede controlar y ordenar el transporte que la recorre. Impotencia política tan esencial, que lleva a preguntarse realmente que es lo que gobierna el jefe de “Gobierno”.
Y en ese sentido la candidatura de Daniel Filmus adolece de una doble falta de autonomía. A su obvia dependencia estratégica de la voluntad presidencial –después de todo su candidatura fue un invento de la Casa Rosada, y él mismo la resistió todo lo que pudo-, se suma el monitoreo cotidiano que le realiza el jefe de Gabinete.
Así como seguramente a un Filmus autónomo jamás se le hubiera ocurrido llevar adelante la campaña sucia que se descargó sobre Telerman –manipulación de jueces incluida-, tampoco es plausible imaginarlo peleando con Ricardo Jaime por la transferencia de las competencias sobre el transporte, de la Nación a la Ciudad. Por sólo citar una de las batallas políticas que debería iniciar el próximo jefe de Gobierno.
O dicho al revés, hay que hacer grandes esfuerzos de argumentación para convencerse que Filmus será mejor garantía de autonomía para los porteños que Telerman o Mauricio Macri. Y la autonomía no es sólo una aburrida palabra, es también independencia política y con ello mayores márgenes para decidir un rumbo, o para corregir uno que viene mal.
Y aquí podríamos ingresar en un tercer nivel de lectura de la elección del 3 de junio. La escasa tradición de autonomía política suele empañar –o enriquecer-, el voto local con mensajes nacionales. Es decir, que un porcentaje de la decisión suele atender a argumentos como la necesidad de “equilibrar” un poder nacional que se observa amenazante, más allá de la capacidad o no del elegido para tapar los baches.
Mensaje que por otro lado se recibe así en la Casa Rosada, mas allá de que el día de la derrota salgan los habituales amanuenses oficiales a explicar que se trató de una “elección local”, que en nada contradice los planes de la Casa Rosada.
La elección del próximo jefe de Gobierno porteño encierra, como todo sondeo de la voluntad popular, varios mensajes que exceden a la persona que finalmente se ocupe de la administración porteña. Encontramos aquí también una oportunidad para que la sociedad se pronuncia sobre su permeabilidad a tolerar, o no, la manipulación. ¿Cómo es esto? Muy sencillo, dos meses atrás cuando finalmente se supo que la Casa Rosada había optado por impulsar la candidatura de Daniel Filmus, también se supo que Alberto Fernández iba a motorizar una serie de campañas sucias –una al parecer no alcanzaba-, para “demoler” la intención de voto de Telerman, entonces superior a la del ministro de Educación. Y así fue.
Por esas cosas de la vida, en esta ocasión no pudo refugiarse en el anonimato de un cable de Télam y tuvo que embarrar pies, manos y otras partes de su anatomía. Lo hizo en su bochornosa presentación en el Congreso cuando agitó las facturas de Sol Group, y lo volvió a hacer con la costosa solicitada del Frente para la Victoria, sacando a la luz supuestos documentos oficiales sobre sueldos cobrados por Telerman en la Cancillería. Solicitada que tuvo la ventaja adyacente de corroborar que la ley de Habeas Data, que supuestamente protege la confidencialidad de los datos de los ciudadanos en manos del Estado, es para el kirchnerismo una ficción, o una tontera, que se aparta como a una mosca molesta.
Entonces, el próximo 3 de junio los porteños podrán decidir si les gustan estos procesos de “demolición” de candidatos, esta manipulación de las conciencias, esta utilización de las instituciones, en definitiva, que los arreen como a borregos. ¿Y las bondades de Daniel Filmus? Porqué desconocerlas. Se trata de un hombre instruido y de rescatable mesura. Lástima que haya optado por disciplinarse a la estrategia, la táctica y la idea de Alberto Fernández, que no posee ninguna de sus virtudes. Y aquí ingresamos en otro de los temas subyacentes de esta elección: la autonomía.
Como se sabe la Ciudad de Buenos Aires dista en el plano institucional de cumplir con el pomposo título de “Autónoma”, que se le ha agregado a su nombre. No tiene policía ni jurisdicción propia y ni siquiera puede controlar y ordenar el transporte que la recorre. Impotencia política tan esencial, que lleva a preguntarse realmente que es lo que gobierna el jefe de “Gobierno”.
Y en ese sentido la candidatura de Daniel Filmus adolece de una doble falta de autonomía. A su obvia dependencia estratégica de la voluntad presidencial –después de todo su candidatura fue un invento de la Casa Rosada, y él mismo la resistió todo lo que pudo-, se suma el monitoreo cotidiano que le realiza el jefe de Gabinete.
Así como seguramente a un Filmus autónomo jamás se le hubiera ocurrido llevar adelante la campaña sucia que se descargó sobre Telerman –manipulación de jueces incluida-, tampoco es plausible imaginarlo peleando con Ricardo Jaime por la transferencia de las competencias sobre el transporte, de la Nación a la Ciudad. Por sólo citar una de las batallas políticas que debería iniciar el próximo jefe de Gobierno.
O dicho al revés, hay que hacer grandes esfuerzos de argumentación para convencerse que Filmus será mejor garantía de autonomía para los porteños que Telerman o Mauricio Macri. Y la autonomía no es sólo una aburrida palabra, es también independencia política y con ello mayores márgenes para decidir un rumbo, o para corregir uno que viene mal.
Y aquí podríamos ingresar en un tercer nivel de lectura de la elección del 3 de junio. La escasa tradición de autonomía política suele empañar –o enriquecer-, el voto local con mensajes nacionales. Es decir, que un porcentaje de la decisión suele atender a argumentos como la necesidad de “equilibrar” un poder nacional que se observa amenazante, más allá de la capacidad o no del elegido para tapar los baches.
Mensaje que por otro lado se recibe así en la Casa Rosada, mas allá de que el día de la derrota salgan los habituales amanuenses oficiales a explicar que se trató de una “elección local”, que en nada contradice los planes de la Casa Rosada.
Lo cierto es que el mensaje se recibe, y si corresponde, duele. Dicho esto, sólo queda aguardar con sereno entusiasmo el día de la votación. Momento breve pero fantástico, en el que la idea de la democracia se carga de sentido, y permite esa maravilla de apostar por un futuro que se intuye mejor, y de paso, deleitarse con ese placer extremo que implica cobrarse alguna de las deudas pendientes. (PUNTO CERO).
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