Si le contó o no la primera dama al Presidente el resultado de su excursión al supermercado sólo ellos lo saben. Lo cierto es que pocas horas después el mandatario admitió que los niveles de inflación son inaceptables. Recibió a los sindicatos y les prometió ajuste lo menos doloroso posible. A cambio pidió que no rompan todo.
De a poco el barco va llegando al puerto que, bastante antes de las elecciones se oteaba en el horizonte. En rigor hay que reconocer que el por entonces candidato a la postre ganador, siempre habló de inflación. Reseñaba los niveles galopantes de Venezuela y sostenía que se necesitarían al menor dos años para bajarla a menos de un dígito. La inflación, más allá del resto de la herencia que le dejó Cristina, es el principal problema macroeconómico. Como bajarla sin costos sociales es el interrogante más importante.
Primero: no hay país en el mundo que haya bajado la inflación gratis. Antes pasó por un período de estancamiento, recesión, hasta que finalmente llega el despegue. Es lo que dicen los manuales de la heterodoxia que aconsejan disminuir el déficit fiscal bajando el gasto, emitiendo menos al cabo. Es lo que el kirchnerismo nunca quiso hacer y se lo dejaba como peludo de regalo al que lo sucediera, fuera Scioli, Massa o el mismo Macri. Pero el peludo no es un peludo común. Tiene más de cuatro patas, y un par de ojos.
Cambiemos, con Macri a la cabeza, tiene una ventaja. La derrota del Frente para la Victoria dejó al descubierto todas sus contradicciones y una crisis de liderazgo que tendrá que resolver. En 1989, cuando De la Rúa le ganó a Duhalde el peronismo no quedó partido. El poder derivó rápido hacia los gobernadores, al propio Duhalde que siguió conservando una estructura de poder considerable y el ex presidente Menem como referencia lejana. Hoy, el peligro que acecha al peronismo no sólo está adentro sino afuera. Sergio Massa espera agazapado su oportunidad y mientras tanto hace los deberes. Se muestra condescendiente con un gobierno recién asumido, está propositivo y no hace olas. Es más, apoya a un gobierno que nació jaqueado por la falta de mayorías como el de María Eugenia Vidal en la Provincia de Buenos Aires. Es cierto que Massa puede ser rival para el 2017, pero la política llama hoy y ahora. Y si es inteligente habrá aprendido de sus errores. En el 2013, después de ganar la provincia y torcerle el brazo a Cristina se creyó presidente. La gente y el tiempo le demostraron lo contrario. No volverá a cometer el mismo error.
Adentro la interna tiene múltiples caras. La de los gobernadores, la de algunos referentes que se quieren posicionar rápidamente y la del cristinismo puro, cada vez más aislado. Cuentan que el miércoles, unas horas antes de la Sesión Extraordinaria en el Senado para dar ingreso a los pliegos de los candidatos a la Corte y la designación de embajadores, el fantasma de Parrilli, alter ego de Cristina, sobrevoló a los senadores, ahora de la oposición. Les pidió que directamente no dieran quórum. ¿Cuántos le hicieron caso? Ninguno, bajaron, dieron quórum y votaron por unanimidad todo lo que se propuso. Atrás quedó el intento por destronar a Miguel Ángel Pichetto, un veterano en esto de superar crisis y conducciones. Los tiempos cambiaron y las órdenes de ayer tienen escasas chances de ser cumplidas. La caja, claro, cambió de manos.
Este contexto le da tiempo al Presidente para avanzar en las reformas y capear el temporal de la devaluación. Todavía goza del viento a favor que tiene todo gobierno y las expectativas favorables que genera en la sociedad. Pese a los aumentos, los niveles de popular del Presidente no bajaron, sino que crecieron, lo que ayuda a la máquina del tiempo. El jueves escribió un capítulo impensado hace unos años. Los tres líderes de las CGT visitaron la Casa de Gobierno y hablaron con un Presidente que no es peronista. No se cayó nada ni tembló ningún escaparate de la Casa Rosada.
Moyano, el más cercano de los tres, hizo las veces de anfitrión para los otros dos. Barrionuevo hacía más de 10 años que no pisaba la Casa Rosada y Antonio Caló, cada vez que fue, era para encontrarse con Cristina Kirchner y hacerle declaración de fe. La charla fue en buenos términos aunque Macri sabía a lo que iban sus interlocutores y qué querían escuchar. Les anticipó que se enviará rápidamente al Congreso una reforma integral del Impuesto a las Ganancias, modificaciones en el IVA para productos de consumo popular y que los fondos de las obras sociales no tendrán un manejo discrecional ni servirán para castigar o premiar a amigos u enemigos. A cambio pidió que le den una mano en las negociaciones salariales y no tiren la casa por la ventana. Hubo un acuerdo tácito de no agresión y paciencia mutua. A nadie le conviene que todo se prenda fuego, como apuestan algunos grupos reducidos.
Macri sabe, más allá que su mujer se lo diga o no, que la inflación es el fantasma a vencer. Que Cristina forma parte del pasado o al menos de una interna que deberá resolver otro partido. Devaluación, aumentos de tarifas y pérdida del poder adquisitivo son la consecuencia. Los Boudou y los Moreno pueden servirle de ayuda pero no por mucho tiempo. La agenda pesa y las demandas se multiplican. La gente bancará porque por algo votó como votó. Pero nada es eterno. Hay que pasar las pruebas con buena nota. El desafío, para el primer presidente no peronista ni radical de la Argentina, tiene muchos riesgos y es inmenso. Esta historia recién empieza. (Eldiaonline).
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