Ese es el título del libro de David Stockman -uno de los ideólogos de un drástico recorte presupuestario a comienzos de la era Reagan en EE.UU.- que da cuenta del fracaso de su revolución dada las presiones políticas.
Pese a la fuerza del mandato concedido al presidente americano por el voto popular, ese programa tropezó con dificultades cada vez mayores. Incluso los miembros del Congreso favorables en principio a la reducción del gasto empezaron a desertar cuando las medidas propuestas chocaron con las enérgicas demandas de su propio electorado. Por fin, Stockman, el revolucionario, se vio forzado a aceptar la realidad de que sus teorías, tan convincentes sobre el papel, se fundaban en un profundo error de valoración sobre el funcionamiento del sistema político de su país (y terminó yéndose).
Hace unas 3 semanas el periodista Francisco Olivera, en su columna habitual de los sábados en La Nación, citó una frase de un encumbrado funcionario del área económica del gobierno nacional: “Se acabó el ajuste”. Con una alta dosis de realismo el bunker M habría llegado a la conclusión que no hay futuro político sin un triunfo en la provincia de Buenos Aires en 2017.
A partir de dicho concepto estratégico se empiezan a explicar muchas decisiones, marchas y contramarchas de la administración Macri. Dentro de las cuales está el desaguisado (político) del aumento de tarifas.
Si el trascendido es correcto, entonces se derivan varias consecuencias en diversos planos. Identifiquemos algunas más importantes y visibles:
· se da por caída la lucha contra el déficit fiscal, al menos este año;
· se apostará a que el segundo semestre sea una meseta en la recesión, con la obra pública como amortiguador de aquella;
· la baja de la inflación ya no será un objetivo tan obsesivo;
· habrá más medidas que fomenten la demanda agregada para mejorar el humor social;
· para evitar más emisión se recurrirá al endeudamiento en dicho cometido;
· el dólar estará sistemáticamente retrasado para usarlo como ancla de la inflación y evitar un impacto mayor sobre el deterioro del poder adquisitivo de los salarios.
En síntesis: mediante toma de deuda patear la pelota para adelante. Mientras tanto lleguen las inversiones y el campo recupere competitividad para generar un excedente de dólares que financie el clásico déficit de cuenta corriente.
Estas deducciones no son para alertar al ciudadano común (al que solo alarman su bolsillo y sus miedos). Son para comprender cómo se va generando el modus operandi de las decisiones de la nueva administración. Todos los giros y negociaciones que se vieron se están orientando hacia un pragmatismo intermedio. Ni alto, ni bajo. Da toda la impresión que los principales hombres del oficialismo llegaron con una impronta de reformas ambiciosas, pero las debieron ir moderando a medida que fueron tomando nota de la complejidad de manejar el Estado Nacional y vérsela con actores políticos, sociales, económicos y mediáticos que tienen estrategias de conflicto e intereses que exceden largamente la experiencia acumulada en el gobierno de la Capital del país.
Como ya hemos reiterado varias veces en este columna, “el que sólo sabe economía, sabe muy poca economía” decía John Stuart Mill. Stockman parece que llego a la misma conclusión unos 120 años después. El gobierno de Macri parece estar dándoles la razón a ambos.
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