Invitado por el Centro Cultural Pachamama, el periodista y abogado comentó que la obra rinde homenaje a los 833 testigos que declararon en el juicio a las Juntas Militares en 1985, donde por primera vez Videla, Massera y compañía debieron rendir cuentas ante la sociedad argentina.
El abogado y periodista Pablo Llonto estuvo en Campana para presentar su nuevo libro "El Juicio que no se vio", donde cuenta la trastienda de su cobertura del juicio a las juntas militares en 1985, revelando detalles poco conocidos y describiendo el marco hostil en el que declararon los testigos.
"Sentí tres cosas muy fuertes a lo largo de los años", comenzó explicando Llonto. "Lo primero es qué me perdí de contar, cuánto podrían haber contado yo si hubiera hecho notas de análisis, de opinión, si hubiera hecho lo que hicieron por ejemplo otros periodistas como Horacio Verbitsky o Eduardo Luis Duhalde, que si tenían ese espacio de libertad".
Con tan solo 25 años, Llonto fue uno de los dos periodistas seleccionados por la redacción del diario Clarín para cubrir el juicio. Sin embargo su jefe en la sección Política de aquel entonces, Joaquín Morales Sola, les dio la orden de "no opinar": simplemente tenían que hacer crónicas de lo que sucedía dentro de los tribunales, algo cuyo resultando fue calificado como "mediocre" por el propio periodista.
"Lo triste para uno es haber acatado esa orden, razón por la cual este libro también contiene una autocrítica", dijo.
Los otros dos motivos que empujaron a Llonto a la escritura del libro fueron su "indignación" al ver cómo cada año se recuerda a los jueces y los fiscales pero no a los testigos; y el devenir de las propias autoridades judiciales que, como Ricardo Gil Lavedra y Jorge Valerga Araoz, defienden en la actualidad a acusados por crímenes de lesa humanidad. Incluso el mismo fiscal Strassera cayó en los cuestionamientos del periodista, al recordar su intervención en casos de personas desaparecidas en su rolde fiscal general durante la dictadura militar.
"Yo decía ´en el 2015 a estos tipos los van a homenajear y no puede ser que no estemos contando quienes son realmente muchos de estos personajes´", comentó, en referencia a los actos por los 30 años del juicio.
Llonto explicó que "El Juicio que no se vio" es un "pequeño homenaje" a los 833 testigos que declararon en la Argentina de 1985, cuando los militares genocidas aun detentaban cargos y la sociedad recién comenzaba a "sacarse la venda para ver todo el horror" que había teñido de sangre al país.
En este sentido, el periodista recordó el ambiente agresivo en el que declaraban los testigos, maltratados por los abogados defensores y poco defendidos por los jueces de turno.
"Los testigos declaraban sin todo lo que hay hoy: no había programa de protección, no había centros de protección a la víctima, no había un poder judicial dispuesto a entender que todo testigo -y sobre todo el testigo sobreviviente y el testigo familiar- es un testigo víctima, y por lo tanto dispuesto a darle respeto y consideración. No había absolutamente nada de eso. Y además la inmensa mayoría de los genocidas aun en los cuarteles", ilustró.
La obra es además una fuente de datos precisos y hasta curiosos de lo que sucedió del 22 de abril al 9 de diciembre dentro de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Criminal y Correccional Federal de la Capital Federal: desde los "fallidos" de los abogados defensores llamando "detenidos" a los testigos, hasta la declaración del portero del edificio donde vivía el hijo de Graciela Fernández Meijide -secuestrado y desaparecido-, un inmigrante italiano casi sordo protagonista de una anécdota que hizo reír a todo el tribunal.
El título del libro hace referenciaa eso que no se vio, en parte también a que el proceso no pudo televisarse, debido a una orden del gobierno radical encabezado por Raúl Alfonsín. Solo fue transmitida en vivo la sentencia, que le otorgó las máximas penas a Videla y a Massera, dejando con penas menores y hasta absueltos a los demás acusados.
Para Llonto, "El Juicio que se vio" paga una deuda. Consigo mismo, con la honestidad intelectual que -sentía- le estaba debiendo a su profesión. Con los testigos, que tuvieron la valentía de señalar a los represores ante sus propios ojos, los de la Nación y el mundo. Y también con quienes eran muy chicos o ni siquiera habían nacido en aquel tiempo de cambio, haciéndoles descubrir, tal como dijo el periodista, que aquel juicio "demostró que la sociedad argentina podía juzgar a las juntas que hasta hace poco habían detentado todo el poder". (La Auténtica Defensa).
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