BUENOS AIRES, Julio 03, (PUNTO CERO) La candidatura presidencial de la Primera Dama encierra un riesgo y una oportunidad. El análisis de sus posibles consecuencias políticas se impone ya que todas las encuestas conocidas le otorgan amplias –pero discutibles- chances de conquistar el poder.
Las razones que motivaron a Néstor Kirchner a abandonar una pelea que tenía casi ganada serán motivo de múltiples especulaciones, pero no se puede obviar la notable novedad que implica este módico paso al costado –después de todo el relevo es nada menos que su mujer, no un lejano dirigente del amplio peronismo-, en un país en el que los dirigentes se aferran al poder como a la vida misma.
Interesa ahora bucear en los riesgos y las oportunidades –para el país se entiende-, de esta audaz movida política. El recambio siempre surge con esa cuota de encanto que otorga lo nuevo, idea acertadamente captada por los afiches que hoy empapelaron Buenos Aires con el slogan: "Cristina-El cambio recién comienza".
Y este es el punto central, que parece reconocer la propia campaña oficialista. La sociedad esta exigiendo, de manera cada vez más notable, un cambio en el estilo de conducción del país. Misiones, Tierra del Fuego y la ciudad de Buenos Aires dan cuenta de ello. Una pregunta se impone entonces: ¿Hasta que punto Cristina es Kirchner?
Promesa de cambio y programa de continuidad, que obligará a una delicada síntesis con pronóstico de acumulación de conflictos maritales, políticos y económicos. Experimento de inversión de roles que atrapa la imaginación, pero desliza rupturas y problemas de poder, de "gobernabilidad".
Necesidad de cambio, por ejemplo, que se expresa en cierto cansancio ante la mentira tonta, poco elaborado, infantil. Imbecilidad oficial que se traduce en el dibujo de los índices de inflación, o en las negación de la crisis de energía que cada día se observa en toda su oscuridad de cortes de luz "programados", y de los otros.
Negación maníaca que irrita al camionero que quiere cargar gasoil y simplemente se lo niegan, hasta la ama de casa que observa aumentos en el hipermercado de hasta un 20 por ciento. En otro plano, las "coimas entre privados" del caso Skanska, que derivan en la expulsión de dos funcionarios, públicos, obviamente.
Soberbia (y estupidez) de un maltrato de la inteligencia de la gente, que generan un fastidio que podría evitarse por el simple expediente de reconocer la existencia de problemas, circunstancia desafortunada, pero entendible.
Actitud de respeto hacia el votante que en rigor se prometió de manera reiterada durante el mandato que finaliza, "vamos a decirle toda la verdad a la gente", y que rara vez se cumplió. Manipulación del discurso que conecta con otra práctica que también ofrece indicios de agotamiento: la pelea, el enojo, la violencia verbal con cualquier expresión del periodismo, que no caiga en la obsecuencia directa y bochornosa, tan afín a la mirada lineal del kirchnerismo.
Sin embargo, hasta ahora, la Primera Dama ha demostrado en estas cuestiones ser aún más Kirchner que el propio Néstor. En reiterados discursos en el Senado manifestó de manera un tanto brutal, una incomprensión del papel vital de una prensa independiente en una democracia, que la ha llevado a ubicar al periodismo –con frases que destilan una molestia largamente macerada- en el lugar del adversario político.
Incluso, la cotidianeidad del manejo con los medios de la Primera Dama está signada por una cerrazón aún más blindada que la que impuso su marido. Voceros mudos, llamadas furiosas a redacciones, chicanas estúpidas ante preguntas incómodas, rechazo a las conferencias de prensa, son apenas una muestra de una gestión de comunicación centrada en la frivolidad de ofrecer las mejores fotos posibles, los ángulos más armónicos de una mujer tratada como una estrella del mundo de la moda, más que como la líder de un país devaluado y con millones de habitantes en la pobreza.
Dispositivo de la imagen cuidada que se intentó compensar con supuestas inquietudes intelectuales de la candidata, que nunca trascendieron el ámbito –otra vez- de una "photo oportunity" con algún poeta o pensador afín al imaginario que busca plasmar el kirchnerismo, siempre en muy lujosos salones de alguna sede diplomática.
El otro aspecto, el más serio, que implica la actitud abierta al debate sincero, la autocrítica, la discusión humilde, ha sido hasta ahora territorio desconocido para la Primera Dama y sus colaboradores.
Se suma a esto, la corrupción que infecta a la actual gestión. Esta es, le guste o no, una pesada hipoteca que deberá afrontar en su eventual mandato. Sistema de testaferros y empresarios "amigos", de gasoductos y obras públicas cartelizadas con coimas millonarias, que le permitieron gozar de la plataforma de poder político y económico que hoy hace posible soñarla Presidenta. No hay lugar aquí para distracciones.
¿Se atreverá a desarmar esa madeja? ¿Y si lo hace, qué dirán los cómplices de hoy cuando el poder los haga a un lado? Por un lado, el reclamo cada vez más insistente de transparencia. Por el otro, los amigos del marido –y en algunos casos, amigos compartidos- que no quieren alejarse del festín.
Si frente a esta incomodidad la idea es mirar al costado, dedicarse a "los grandes temas", a debatir problemáticas globales en foros internacionales y no hablar, no hacer, no meterse en esa zona oscura del poder, comportamiento que, por otro lado, mantuvo hasta ahora, es una mala idea. La sociedad le va a exigir, con sus tiempos que son prudentes y de repente muy acelerados, que sea el cambio que ya está prometiendo. Y los cambios duelen.
Se puede esperar entonces un dilema, una tensión. Un camino es la superficialidad de las formas –que hasta ahora la han cautivado-, la abundancia de obsecuencias, el secretismo autoritario, y en consecuencia, el vacío de una gestión que comenzará a sufrir mas temprano que tarde los rigores de los problemas no atendidos.
Otra vía, acaso más sensata, pero mucho más áspera, es enfrentar los traumas del giro que la sociedad parece pedir. Cambio que no se traduce en menos fotos con Hugo Chávez y más con Hillary Clinton o algún otro líder del occidente rico. Cambio de personas y de prácticas, más que de sofisticados giros políticos, o pero aún, de superficiales transformaciones estéticas. No parece existir lugar para graduaciones de sintonía fina que no condicen con la profundidad de la crisis argentina. Veleidades que se puede permitir la política europea, que descansa en una economía que camina sola.
Sí, seguramente, se sienta más a gusto en esos ámbitos refinados, en sus giras de "instalación" internacional, dialogando con gente linda, interesante y educada, descansando en hoteles de cinco estrellas, y deslizando frases "ocurrentes" a periodistas extranjeros. ¿Quién no?
Pero un Presidente de esta Argentina, es otra cosa. Es barro, es poder que se pierde cada día, es incapacidad de herramientas, de gente y de estrategias, para resolver problemas que desbordan. Es casi siempre impotencia y poco glamour. Los aplausos fáciles se terminan el día que deja de ser una promesa.
Las razones que motivaron a Néstor Kirchner a abandonar una pelea que tenía casi ganada serán motivo de múltiples especulaciones, pero no se puede obviar la notable novedad que implica este módico paso al costado –después de todo el relevo es nada menos que su mujer, no un lejano dirigente del amplio peronismo-, en un país en el que los dirigentes se aferran al poder como a la vida misma.
Interesa ahora bucear en los riesgos y las oportunidades –para el país se entiende-, de esta audaz movida política. El recambio siempre surge con esa cuota de encanto que otorga lo nuevo, idea acertadamente captada por los afiches que hoy empapelaron Buenos Aires con el slogan: "Cristina-El cambio recién comienza".
Y este es el punto central, que parece reconocer la propia campaña oficialista. La sociedad esta exigiendo, de manera cada vez más notable, un cambio en el estilo de conducción del país. Misiones, Tierra del Fuego y la ciudad de Buenos Aires dan cuenta de ello. Una pregunta se impone entonces: ¿Hasta que punto Cristina es Kirchner?
Promesa de cambio y programa de continuidad, que obligará a una delicada síntesis con pronóstico de acumulación de conflictos maritales, políticos y económicos. Experimento de inversión de roles que atrapa la imaginación, pero desliza rupturas y problemas de poder, de "gobernabilidad".
Necesidad de cambio, por ejemplo, que se expresa en cierto cansancio ante la mentira tonta, poco elaborado, infantil. Imbecilidad oficial que se traduce en el dibujo de los índices de inflación, o en las negación de la crisis de energía que cada día se observa en toda su oscuridad de cortes de luz "programados", y de los otros.
Negación maníaca que irrita al camionero que quiere cargar gasoil y simplemente se lo niegan, hasta la ama de casa que observa aumentos en el hipermercado de hasta un 20 por ciento. En otro plano, las "coimas entre privados" del caso Skanska, que derivan en la expulsión de dos funcionarios, públicos, obviamente.
Soberbia (y estupidez) de un maltrato de la inteligencia de la gente, que generan un fastidio que podría evitarse por el simple expediente de reconocer la existencia de problemas, circunstancia desafortunada, pero entendible.
Actitud de respeto hacia el votante que en rigor se prometió de manera reiterada durante el mandato que finaliza, "vamos a decirle toda la verdad a la gente", y que rara vez se cumplió. Manipulación del discurso que conecta con otra práctica que también ofrece indicios de agotamiento: la pelea, el enojo, la violencia verbal con cualquier expresión del periodismo, que no caiga en la obsecuencia directa y bochornosa, tan afín a la mirada lineal del kirchnerismo.
Sin embargo, hasta ahora, la Primera Dama ha demostrado en estas cuestiones ser aún más Kirchner que el propio Néstor. En reiterados discursos en el Senado manifestó de manera un tanto brutal, una incomprensión del papel vital de una prensa independiente en una democracia, que la ha llevado a ubicar al periodismo –con frases que destilan una molestia largamente macerada- en el lugar del adversario político.
Incluso, la cotidianeidad del manejo con los medios de la Primera Dama está signada por una cerrazón aún más blindada que la que impuso su marido. Voceros mudos, llamadas furiosas a redacciones, chicanas estúpidas ante preguntas incómodas, rechazo a las conferencias de prensa, son apenas una muestra de una gestión de comunicación centrada en la frivolidad de ofrecer las mejores fotos posibles, los ángulos más armónicos de una mujer tratada como una estrella del mundo de la moda, más que como la líder de un país devaluado y con millones de habitantes en la pobreza.
Dispositivo de la imagen cuidada que se intentó compensar con supuestas inquietudes intelectuales de la candidata, que nunca trascendieron el ámbito –otra vez- de una "photo oportunity" con algún poeta o pensador afín al imaginario que busca plasmar el kirchnerismo, siempre en muy lujosos salones de alguna sede diplomática.
El otro aspecto, el más serio, que implica la actitud abierta al debate sincero, la autocrítica, la discusión humilde, ha sido hasta ahora territorio desconocido para la Primera Dama y sus colaboradores.
Se suma a esto, la corrupción que infecta a la actual gestión. Esta es, le guste o no, una pesada hipoteca que deberá afrontar en su eventual mandato. Sistema de testaferros y empresarios "amigos", de gasoductos y obras públicas cartelizadas con coimas millonarias, que le permitieron gozar de la plataforma de poder político y económico que hoy hace posible soñarla Presidenta. No hay lugar aquí para distracciones.
¿Se atreverá a desarmar esa madeja? ¿Y si lo hace, qué dirán los cómplices de hoy cuando el poder los haga a un lado? Por un lado, el reclamo cada vez más insistente de transparencia. Por el otro, los amigos del marido –y en algunos casos, amigos compartidos- que no quieren alejarse del festín.
Si frente a esta incomodidad la idea es mirar al costado, dedicarse a "los grandes temas", a debatir problemáticas globales en foros internacionales y no hablar, no hacer, no meterse en esa zona oscura del poder, comportamiento que, por otro lado, mantuvo hasta ahora, es una mala idea. La sociedad le va a exigir, con sus tiempos que son prudentes y de repente muy acelerados, que sea el cambio que ya está prometiendo. Y los cambios duelen.
Se puede esperar entonces un dilema, una tensión. Un camino es la superficialidad de las formas –que hasta ahora la han cautivado-, la abundancia de obsecuencias, el secretismo autoritario, y en consecuencia, el vacío de una gestión que comenzará a sufrir mas temprano que tarde los rigores de los problemas no atendidos.
Otra vía, acaso más sensata, pero mucho más áspera, es enfrentar los traumas del giro que la sociedad parece pedir. Cambio que no se traduce en menos fotos con Hugo Chávez y más con Hillary Clinton o algún otro líder del occidente rico. Cambio de personas y de prácticas, más que de sofisticados giros políticos, o pero aún, de superficiales transformaciones estéticas. No parece existir lugar para graduaciones de sintonía fina que no condicen con la profundidad de la crisis argentina. Veleidades que se puede permitir la política europea, que descansa en una economía que camina sola.
Sí, seguramente, se sienta más a gusto en esos ámbitos refinados, en sus giras de "instalación" internacional, dialogando con gente linda, interesante y educada, descansando en hoteles de cinco estrellas, y deslizando frases "ocurrentes" a periodistas extranjeros. ¿Quién no?
Pero un Presidente de esta Argentina, es otra cosa. Es barro, es poder que se pierde cada día, es incapacidad de herramientas, de gente y de estrategias, para resolver problemas que desbordan. Es casi siempre impotencia y poco glamour. Los aplausos fáciles se terminan el día que deja de ser una promesa.
Cuando ya no habrá un Néstor a quien alcanzarle la cuenta de todo lo malo: ¿O acaso ella también hablará de la herencia maldita? (PUNTO CERO-La Política OnLIne).
No hay comentarios.:
Publicar un comentario