Recientemente la Sociedad Europea de Hipertensión Arterial (ESH por sus
siglas en inglés) emitió una recomendación para el tratamiento de la
presión alta en personas de 80 años o más, orientada a reducir a 140 y
150 mm Hg la presión arterial sistólica o máxima en aquellas personas
cuyas cifras estén en 160 mm Hg o por encima.
Esta recomendación
no sólo representa una novedad sino también un cambio de criterio, ya
que es frecuente que se considere no beneficioso reducir la presión con
fármacos en los ancianos.
“Pero estas recomendaciones están
basadas en fuertes evidencias que demuestran que reducir la presión está
asociado a un menor riesgo de ACV, insuficiencia cardíaca y muerte.
Igualmente, lo que pide la ESH debe ser individualizado según el caso,
en especial si se trata de ancianos ‘frágiles’, es decir aquellos que
tienen otras enfermedades o condiciones”, consignó Carol Kotliar,
directora del Centro de Hipertensión Arterial y Envejecimiento Vascular
del Hospital Universitario Austral (HUA).
Para la ESH la
hipertensión después de los 65 es un problema de salud pública que debe
ser tratado con fármacos aún en los mayores de 80 años, dado que este
tipo de abordaje prolonga la vida y previene el accidente
cerebrovascular y la insuficiencia cardíaca.
“En medicina, el
límite de lo deseable o recomendado se va corriendo conforme se prolonga
la edad promedio de la población. En la segunda mitad del siglo XX la
expectativa de vida pasó a ser de 70 años, mientras que en el siglo XIX
ya se consideraba anciano a un sujeto mayor de 50 años, y en la
antigüedad la población era diezmada por pestes y plagas antes de los 40
años de edad”, comentó Sebastián Obregón, médico especialista en
Medicina Interna y Cardiología y coordinador del Centro de Hipertensión
Arterial y Envejecimiento del HUA.
Por eso es tan importante
contar con nuevas indicaciones, porque cuando el abordaje de una
condición no se cambia a la par de su prevalencia o de la aparición de
nuevos conocimientos, se puede incurrir en manejos que no sean
adecuados.
“Esto es crucial para el grupo de los mayores de 65
años, debido a que ahora quedan incluidos aquellos que siguen autónomos y
sin daños de su salud, pero también los mayores de 80 años
(octogenarios) en quienes el envejecimiento biológico es una realidad.
Por eso, si ambas edades o momentos de la vida se tratan con similares
recomendaciones probablemente el resultado no sea el buscado”,
puntualizó.
Vale destacar que más del 50% de los mayores de 60
años tienen presión alta (por encima de 140/90) y que 2 de cada 3 de los
mayores de 75 tienen hipertensión.
Esta última condición tiene
consecuencias graves si no se controla adecuadamente. Entre éstas se
destacan las arritmias cardiacas, el mal funcionamiento del corazón, los
ataques cerebrales y cardiacos, e inclusive la demencia.
Adicionalmente,
los problemas vasculares que un anciano puede notar por una
hipertensión arterial mal controlada son cansancio, fatiga, falta de
aire, extremidades frías y alteraciones de la vista.
“Un paciente
me dijo una vez una frase que había leído en alguna parte: ‘una persona
pasa la segunda mitad de su vida corrigiendo los errores de la primera
mitad’, y la realidad es que estaba acertado, porque el daño de la
presión arterial elevada podría prevenirse con un estilo de vida
saludable y consultas periódicas que permitan controlar la aparición de
problemas en el sistema cardiovascular, y con estudios que lo
identifiquen antes que tenga manifestaciones o síntomas. El tema a
considerar es la realización de un diagnóstico inadecuado o incurrir en
el sobrediagnostico”, agregó la especialista.
En este sentido, la
recomendación actual de las sociedades científicas es el control
periódico de la presión por un agente de salud certificado, y la
indicación de controles domiciliarios protocolizados con dispositivos
automáticos de medición en el brazo.
“Es importante señalar que
debido al endurecimiento (esclerosis) de las arterias en la población
añosa, las mediciones con dispositivos manuales o realizadas por
personas que no cuentan con el entrenamiento adecuado resultan
frecuentemente en valores que no son reales y provocan un estrés
importante en el paciente y su familia, así como también consultas en
servicios de emergencias que no resultan generalmente necesarias. Esta
condición se conoce como pseudohipertension”, completó Obregón.
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