Gran parte del sufrimiento del hombre es causado por sus malas
decisiones o las de aquellos que le rodean. ¡Cuántos problemas y miseria
nos ahorraríamos si no pudiéramos cometer errores!, ¿no es así?
Si las personas fueran como robots…
Dios fácilmente podría habernos hecho robots en lugar de personas. Un
robot hace lo que tiene que hacer sin pensar en la posibilidad de hacer
algo diferente ni cuestionarse por qué hace lo que hace. Claro que a
veces se descomponen —son sólo aparatos mecánicos— pero nunca tomarán
malas decisiones que les causen daño a ellos mismos o a sus semejantes.
Por otro lado, los robots no tienen carácter, sentimientos ni
personalidad. No pueden experimentar gozo, expectativas, ni placer; no
son creativos, espontáneos ni curiosos. Y, al no tener conciencia de sí
mismos, no pueden desarrollar relaciones, no tienen sentido de las
prioridades ni pueden hacer planes para el futuro o experimentar la
satisfacción de lograr sus metas. En pocas palabras, no tienen libre
albedrío.
Pensándolo mejor, ¿no deberíamos agradecer el hecho de que no somos como robots?
A ninguno de nosotros le gustaría renunciar a su libertad de decisión.
Pero, por otro lado, pareciera ser que la única manera de lograr un
mundo perfecto es que hubiera una fuerza superior que tuviera el control
total y regulara cada aspecto de la vida de todos.
¡Qué
frustrante sería que nos obligaran a comer sólo comida sana, a dormir a
la hora apropiada y a no pasar nunca una día sin hacer ejercicio! En
general, todos nos resistiríamos a una fuerza externa que nos obligue a
hacer “lo correcto”, ¿no es verdad? Esto incluso suena como la premisa
de una película de ciencia-ficción de mala calidad.
Pero, en
lugar de crear robots, Dios decidió crear seres humanos dotados de libre
albedrío —la capacidad de pensar, razonar y tomar decisiones propias.
Por supuesto, Él nos da mandamientos e instrucciones acerca de cómo
quiere que vivamos, pero deja en nuestras manos la decisión de
obedecerle o no. Y la razón de crearnos con esta libertad de decisión es
muy simple: ya que su propósito es formar una familia espiritual y
eterna, Dios quiere hijos que decidan ser como Él.
La ley de las consecuencias
Cuando Dios creo a Adán y Eva, una de las primeras cosas que hizo fue
darles la oportunidad de decidir obedecerle o no. Instruyó a Adán muy
claramente que no debía comer del fruto de cierto árbol, pues hacerlo
conllevaba la pena de muerte (Génesis 2:15).
Pero, cuando la
serpiente (Satanás) convenció a Eva con explicaciones falsas y apelando a
su sentido de independencia y curiosidad, tanto ella como Adán
decidieron desobedecer la orden de su Creador. Y ese solo error tuvo
consecuencias desastrosas tanto para su vida como para el resto de la
historia humana.
Una de las primeras lecciones que aprendemos en
la vida es que nuestras decisiones tienen consecuencias. Buenas
decisiones traen buenos resultados. Malas decisiones traen consecuencias
malas e incluso trágicas. Como el apóstol Pablo escribiriera en Gálatas
6:7: “No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el
hombre sembrare, eso también segará”. Ésta es una ley bíblica que no
puede ser evadida. Siempre cosecharemos lo que sembramos; nuestras
decisiones siempre tendrán consecuencias, sean buenas o malas.
Dios está creando hijos, no construyendo máquinas
Tener “libre albedrío” significa que somos capaces de pensar, analizar,
llegar a conclusiones y tomar decisiones libre e individualmente.
Y esta capacidad de razonar y tomar decisiones es una de las cosas en
que nos asemejamos a Dios. Es parte de lo que implica Génesis 1:26:27:
“Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a
nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los
cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se
arrastra sobre la tierra. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de
Dios lo creó; varón y hembra los creó”.
Hombres y mujeres son
diferentes físicamente, pero todo ser humano tiene la capacidad y
responsabilidad de manejar y tener autoridad tanto sobre su propia vida
como sobre el resto de la creación física.
Dios nos dio grandes
responsabilidades para que, a medida que adquiramos experiencia,
aprendemos a tomar buenas decisiones y desarrollemos el carácter
necesario para hacerlo.
Cuando decidimos obedecer sus
mandamientos, en realidad Dios nos está enseñando a pensar como Él. Pero
esto no sería posible si Él pensara por nosotros.
Es necesario que lo decidamos por nosotros mismos. Y la manera en que decidamos vivir eventualmente tendrá un resultado final
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