miércoles, julio 31, 2019

EL LIBRE ALBEDRÍO. Por Dr. Carlos Víctor Zalazar.

Gran parte del sufrimiento del hombre es causado por sus malas decisiones o las de aquellos que le rodean. ¡Cuántos problemas y miseria nos ahorraríamos si no pudiéramos cometer errores!, ¿no es así?
Si las personas fueran como robots…
Dios fácilmente podría habernos hecho robots en lugar de personas. Un robot hace lo que tiene que hacer sin pensar en la posibilidad de hacer algo diferente ni cuestionarse por qué hace lo que hace. Claro que a veces se descomponen —son sólo aparatos mecánicos— pero nunca tomarán malas decisiones que les causen daño a ellos mismos o a sus semejantes.
Por otro lado, los robots no tienen carácter, sentimientos ni personalidad. No pueden experimentar gozo, expectativas, ni placer; no son creativos, espontáneos ni curiosos. Y, al no tener conciencia de sí mismos, no pueden desarrollar relaciones, no tienen sentido de las prioridades ni pueden hacer planes para el futuro o experimentar la satisfacción de lograr sus metas. En pocas palabras, no tienen libre albedrío.
Pensándolo mejor, ¿no deberíamos agradecer el hecho de que no somos como robots?
A ninguno de nosotros le gustaría renunciar a su libertad de decisión. Pero, por otro lado, pareciera ser que la única manera de lograr un mundo perfecto es que hubiera una fuerza superior que tuviera el control total y regulara cada aspecto de la vida de todos.
¡Qué frustrante sería que nos obligaran a comer sólo comida sana, a dormir a la hora apropiada y a no pasar nunca una día sin hacer ejercicio! En general, todos nos resistiríamos a una fuerza externa que nos obligue a hacer “lo correcto”, ¿no es verdad? Esto incluso suena como la premisa de una película de ciencia-ficción de mala calidad.
Pero, en lugar de crear robots, Dios decidió crear seres humanos dotados de libre albedrío —la capacidad de pensar, razonar y tomar decisiones propias. Por supuesto, Él nos da mandamientos e instrucciones acerca de cómo quiere que vivamos, pero deja en nuestras manos la decisión de obedecerle o no. Y la razón de crearnos con esta libertad de decisión es muy simple: ya que su propósito es formar una familia espiritual y eterna, Dios quiere hijos que decidan ser como Él.
La ley de las consecuencias
Cuando Dios creo a Adán y Eva, una de las primeras cosas que hizo fue darles la oportunidad de decidir obedecerle o no. Instruyó a Adán muy claramente que no debía comer del fruto de cierto árbol, pues hacerlo conllevaba la pena de muerte (Génesis 2:15).
Pero, cuando la serpiente (Satanás) convenció a Eva con explicaciones falsas y apelando a su sentido de independencia y curiosidad, tanto ella como Adán decidieron desobedecer la orden de su Creador. Y ese solo error tuvo consecuencias desastrosas tanto para su vida como para el resto de la historia humana.
Una de las primeras lecciones que aprendemos en la vida es que nuestras decisiones tienen consecuencias. Buenas decisiones traen buenos resultados. Malas decisiones traen consecuencias malas e incluso trágicas. Como el apóstol Pablo escribiriera en Gálatas 6:7: “No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará”. Ésta es una ley bíblica que no puede ser evadida. Siempre cosecharemos lo que sembramos; nuestras decisiones siempre tendrán consecuencias, sean buenas o malas.
Dios está creando hijos, no construyendo máquinas
Tener “libre albedrío” significa que somos capaces de pensar, analizar, llegar a conclusiones y tomar decisiones libre e individualmente.
Y esta capacidad de razonar y tomar decisiones es una de las cosas en que nos asemejamos a Dios. Es parte de lo que implica Génesis 1:26:27: “Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó”.
Hombres y mujeres son diferentes físicamente, pero todo ser humano tiene la capacidad y responsabilidad de manejar y tener autoridad tanto sobre su propia vida como sobre el resto de la creación física.
Dios nos dio grandes responsabilidades para que, a medida que adquiramos experiencia, aprendemos a tomar buenas decisiones y desarrollemos el carácter necesario para hacerlo.
Cuando decidimos obedecer sus mandamientos, en realidad Dios nos está enseñando a pensar como Él. Pero esto no sería posible si Él pensara por nosotros.
Es necesario que lo decidamos por nosotros mismos. Y la manera en que decidamos vivir eventualmente tendrá un resultado final

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