En Argentina se ha instalado el pensamiento que no es posible ordenar políticamente el país, sin la conducción o participación de los que siguen declamando o añorando le era dorada del primer gobierno demagógico de Perón, que dilapidó la riqueza del país, difundió los desvaríos de la “Justicia Social” y de vivir sin esfuerzo personal, y que empobreció al pueblo. En el año 2011 el ingreso per cápita de los argentinos había caído al puesto 62 en la comparación mundial: la cuarta parte del de los ciudadanos de países prósperos.
Ese grupo no es políticamente dominante. Es una primera minoría, ya achicada por sus peleas internas. Se sostiene electoralmente con la corrupción, la demagogia, la compra de dirigentes políticos, y el despilfarro de los recursos del Estado, al que lo pone al borde de una nueva crisis de insolvencia.
El hombre argentino es semejante genéticamente a los del resto del planeta: mismas neuronas, músculos, sistema nervioso, capacidad de esfuerzo, ilusiones y creatividad, con las que mejoraron la vida de miles de millones de personas. Peronismo y justicialismo pervirtieron a sus seguidores con dádivas, poder vivir sin esforzarse en el trabajo, y enfrentó a sectores de la sociedad. Cayeron la producción, las inversiones, las exportaciones y los sueldos.
Los políticos deben aceptar que la inmensa mayoría ciudadana es sensata y dará su voto a un proyecto nuevo que le permita volver a prosperar.
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