Los días post Semana Santa han sido un vendaval. El gobierno iba a festejar sus primeros 4 meses con la aprobación en el Congreso del acuerdo con los holdouts, habiendo superado la primera prueba de gobernabilidad. Sin embargo, el día de Pascuas fue el último tranquilo.
Primero vino el anuncio de los aumentos de tarifas de servicios, luego los Panamá Papers y en el medio de todo eso los detenidos por causas de corrupción durante el período K. Todo muy farragoso y vertiginoso. Por lo tanto, difícil de describir y predecir.
Hasta antes de Semana Santa, el gobierno venía descendiendo en su nivel de aprobación, habiendo arrancando en 65 % en diciembre y bajando al 51 % a fines de marzo. La seguridad sigue siendo la preocupación más importante, pero con una disparada del foco sobre la inflación y una crecida del tema corrupción, derivado de los personajes que contaban dinero en una sala generando todo tipo de sospechas.
Se podría decir que es un gobierno que sigue generando expectativas positivas, pero que todavía “no pasó por la calle”. Esto sería: la sociedad cree que había que levantar el cepo, bajar las retenciones a las exportaciones agropecuarias y negociar con los holdouts. Eso era “lo que había que hacer”. Sin embargo, en el resto de los temas aún no se ven avances.
Cualquier sensato diría que es ridículo esperar algún resultado en función de las dificultades económicas heredadas. Pero la opinión pública está ahí siempre, con su sencillez de pensamientos para recordar a los gobiernos de qué se trata su agenda.
En ese marco, el oficialismo había tenido una actitud algo ambivalente respecto al tema corrupción (que es lo que está comandando los últimos días). Quiere que se lo vea como un gobierno transparente, que deja que la justicia haga su trabajo según lo manda la Constitución. Pero por el otro, no quiere aparecer excesivamente involucrado por 2 razones: 1) la coartada institucional: el presidente no está detrás de las causas, ni para apurarlas, ni para desalentarlas, y 2) la convicción -correcta- que la corrupción no es lo principal, y que la clave es mantener las expectativas positivas hasta que llegue la primavera y la economía florezca. Eso es lo que promovió el concepto de “no tiremos malas ondas, no derrumbemos el optimismo”.
Sin embargo, la dinámica de la realidad social, política y judicial es otra:
1. Carrió le marca la cancha al gobierno en el tema corrupción, y lo obliga a pronunciarse y moverse;
2. explotan temas inesperados como el Panamá Papers;
3. los jueces federales necesitaban moverse como fruto del factor 1, y para responder a un proyecto de reformulación de competencias del ministro Garavano; y
4. una economía contraída, con inflación que no cede, con anuncios de tarifazos, y malas perspectivas anuales, hace que el gobierno debía recurrir al apotegma de Chacho Álvarez: “si no podemos darles pan, por lo menos demosle presos”.
Todo eso desata una dinámica compleja en el corto plazo, difícil de decir si alguien gana algo con esto. Porque para el kirchnerismo -sus dirigentes y su público- esto es “que le hace una mancha más al tigre”. Y para el oficialismo implicó hablar de cosas que no le conviene, y ocuparse de otras de las que no está convencido.
Resultado: el río, así como subió, bajará en algún momento, y los problemas que más acucian seguirán siendo la clave que defina la orientación estratégica. Pero mientras tanto, hay una mirada puesta sobre la actitud frente a la crisis, que son determinantes para definir el carácter del liderazgo. Con liderazgo consolidado, las crisis pasan. Sin ese atributo, la crisis ahoga.
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