BUENOS AIRES, Enero 29, (PUNTO CERO) La convicción del diagnóstico acertado incuba el riesgo de lo rígido, frente a un formidable desafío que demanda flexibilidad.
La fascinación que provoca la práctica de gestión de Mauricio Macri, que dispara debates y análisis, tiene su razón de ser. Se intuye allí, para bien o para mal –y más seguramente un poco y un poco-, la intención del cambio. Y es bastante obvio que poco se opina de lo que continúa igual, ya que no suele deparar la crónica de la rutina, grandes satisfacciones salvo que se tenga el genio de Franz Kafka.
El jefe de Gobierno en poco más de un mes combinó con un ritmo enloquecido aciertos y resbalones. Abrió sin pensarlo dos veces, cajas chinas aquí y allá. Cofres misteriosos que llevaban años y hasta décadas durmiendo a la sombra.
Una línea sin embargo parece unir esta actividad frenética: la idea de “sincerar” una realidad largamente ocultada, una suerte de terapia de shock, pero sin el paliativo de algún ansiolítico que haga más confortable la travesía. Y esto, lo saben bien los siquiatras, entraña sus riesgos.
No es un tema menor la gestión del cambio cuando se quieren abordar problemas complejos, cuando se busca modificar costumbres arraigadas. Suele ser tarea de los políticos desarmar con tiempo y palabras suaves esas madejas endemoniadas.
La reforma del Estado
El diagnóstico no explicitado de Macri, pero que debelan sus sucesivas decisiones, gira en torno a una idea: El estado municipal tal como existe hoy, se asemeja más a una máquina de impedir que a un mecanismo para devolver en bienes y servicios los impuestos que la gente paga.
Nadie sensato puede argumentar que no hace falta en la Ciudad una reforma de su administración. Es sabido que una de las principales causas de pérdida de legitimidad de un gobierno en el mundo actual, es su falta de eficiencia administrativa. En sentido contrario, recuperar eficacia es recuperar aprobación, y con ella, votos.
La tentación más riesgosa sea acaso aquella que lleva a un reduccionismo ideológico que ubique el caballo por delante del carro. Es decir no se trata de salir a cazar “ñoquis” y una vez terminada la temporada se verá que sigue. Más bien habría que partir de un plan serio de reforma del Estado y sobre esa propuesta cambiar circuitos y estructuras para obtener “más por menos y más rápido”. Entendiendo esto como una mejora de lo producido y no como el despido de empleados.
Si no se cambia el sistema, el riesgo es que una vez producido el recorte, la estructura vuelva a reproducirse porque ello está en su naturaleza. Sorprende entonces que ninguno de los colaboradores de Macri haya presentado un proyecto serio de reforma del Estado, cuando se trata de gente capaz y habituada a estos temas.
La Ciudad está trabada por esquemas burocráticos que obligan a realizar hasta 18 pasos para mover un simple expediente -viejo mal latinoamericano que ya denunciaba Perón en su primera presidencia-, y los cajones de las distintas áreas están llenos de costosos trabajos de consultoras internacionales que explican como simplificarlos. Concretar esos cambios es la verdadera revolución que la gestión necesita.
Fijar una agenda positiva –modernizar el estado- parece más prudente que una negativa –despedir gente- para encarar un cambio de esa magnitud. Y una cosa ya no se discute ni aquí ni en ningún país democrático: Cualquier reforma del Estado medianamente exitosa antes o después requiere el acuerdo con los sindicatos.
Nicolás Sarkozy recibió la semana pasada un ambicioso plan para modernizar la economía francesa que combina medidas como la liberalización de los precios, el fin de la semana laboral acortada, la postergación de la edad de jubilación, la democratización sindical y la reforma del Estado ¿Quién propuso semejante ideario neoliberal? Un socialista, asesor de Mitterand y ex presidente del banco que ayudó a la reconstrucción de los países del este europeo: Jacques Attali.
¿Qué hizo Sarkozy? Aceptó alborozado casi todas las reformas pero puso reparos en una: la draconiana reforma administrativa que proponía transformar de raíz el burocrático sistema francés que tiene 218 años de existencia. El presidente francés no es precisamente un tibio a la hora de enfrentarse con los sindicatos para imponer transformaciones, por ejemplo en el transporte público. Pero advirtió aquí la necesidad de la prudencia.
La obra pública
Macri es ingeniero y presidió empresas dedicadas a la obra pública. Conoce de un lado y otro del mostrador esa tarea y tiene un equipo con experiencia: el ministro de Hacienda Néstor Grindetti y el de Obras Públicas Daniel Chain, eran las dos patas
-financiera y operativa- en las que se apoyaba el jefe de Gobierno en su actividad en esta área en el mundo privado.
“Estos van a ejecutar hasta el último peso del presupuesto, ojalá no me equivoque y hagan las obras que la Ciudad necesita”, fue la reflexión de una de las políticas más experimentadas de la Ciudad, que no milita precisamente en el macrismo.
Esa promesa y la de una mayor seguridad sean tal vez las más grandes hipotecas que deberá levantar Macri, y las que en gran medida explican la paciencia ciudadana frente a las subas de ABL y patentes que decidió apenas asumió. Se entiende que necesita recursos, pero las obras tienen que aparecer, sino el sentimiento de fraude será grande.
La obra pública debería ser la gran diferencia. Una gestión razonable de la salud y la educación, los espectáculos gratuitos, una rica vida cultural, ya forman parte del patrimonio de los porteños y esta bien que así continúen. Pero Buenos Aires lleva décadas de desinversión en grandes obras. El entubamiento del Maldonado, la autopista ribereña, la extensión de los subtes, el hospital de Lugano, son apenas algunas de ellas.
La corrupción
Estuvo muy bien el gobierno porteño en denunciar los sobreprecios de los comedores escolares que comprobó existentes, al menos desde el mandato de Aníbal Ibarra. No es la única contratación en la que hubo y hay corrupción. Una simple mirada a los hoteles que alquila la ciudad para indigentes despertaría aún más indignación ¿Pero que sucede con la irregular concesión del Hipódromo a Cristóbal López, el amigo de Néstor Kirchner?
Su propio amigo, el constructor Nicolás Caputo tuvo que aceptar un nombramiento de apuro para blanquear su situación en la negociación con los municipales, y con el mismo apuro renunciar cuando Gabriela Cerruti pidió a la Auditoria que investigue su doble rol de funcionario y contratista porteño. Su primo Angelo Calcaterra, dueño de la poderosa Iecsa, no está en una situación mejor.
Delicada situación del jefe de Gobierno en esta materia que deberá transitar con la suavidad de un equilibrista si no quiere ser víctima de su propio fuego. Lo más lógico y simple sería que ambos, si de verdad quieren lo mejor para Macri, así como renunciaron a un puesto público, renuncien a los contratos, o al menos, a nuevos contratos.
El futuro
El jefe de Gobierno y sobre todo Gabriela Michetti, que suele preocuparse por estos temas, tienen por delante un espacio para lucirse: La descentralización del gobierno y la creación de alcaldías. Ordenada por la Constitución porteña siempre fue eludida y postergada por los jefes de Gobierno que vieron en este proceso una pérdida de poder. Mirada miope y atrasada que no logró entender que en el mundo actual, descentralización es más democracia y esta reafirma la autoridad, no la debilita. Agenda amplia que si se aborda con generosidad podría engarzar con la reinvención del Estado porteño, así como con una también postergada, reforma política.
La fascinación que provoca la práctica de gestión de Mauricio Macri, que dispara debates y análisis, tiene su razón de ser. Se intuye allí, para bien o para mal –y más seguramente un poco y un poco-, la intención del cambio. Y es bastante obvio que poco se opina de lo que continúa igual, ya que no suele deparar la crónica de la rutina, grandes satisfacciones salvo que se tenga el genio de Franz Kafka.
El jefe de Gobierno en poco más de un mes combinó con un ritmo enloquecido aciertos y resbalones. Abrió sin pensarlo dos veces, cajas chinas aquí y allá. Cofres misteriosos que llevaban años y hasta décadas durmiendo a la sombra.
Una línea sin embargo parece unir esta actividad frenética: la idea de “sincerar” una realidad largamente ocultada, una suerte de terapia de shock, pero sin el paliativo de algún ansiolítico que haga más confortable la travesía. Y esto, lo saben bien los siquiatras, entraña sus riesgos.
No es un tema menor la gestión del cambio cuando se quieren abordar problemas complejos, cuando se busca modificar costumbres arraigadas. Suele ser tarea de los políticos desarmar con tiempo y palabras suaves esas madejas endemoniadas.
La reforma del Estado
El diagnóstico no explicitado de Macri, pero que debelan sus sucesivas decisiones, gira en torno a una idea: El estado municipal tal como existe hoy, se asemeja más a una máquina de impedir que a un mecanismo para devolver en bienes y servicios los impuestos que la gente paga.
Nadie sensato puede argumentar que no hace falta en la Ciudad una reforma de su administración. Es sabido que una de las principales causas de pérdida de legitimidad de un gobierno en el mundo actual, es su falta de eficiencia administrativa. En sentido contrario, recuperar eficacia es recuperar aprobación, y con ella, votos.
La tentación más riesgosa sea acaso aquella que lleva a un reduccionismo ideológico que ubique el caballo por delante del carro. Es decir no se trata de salir a cazar “ñoquis” y una vez terminada la temporada se verá que sigue. Más bien habría que partir de un plan serio de reforma del Estado y sobre esa propuesta cambiar circuitos y estructuras para obtener “más por menos y más rápido”. Entendiendo esto como una mejora de lo producido y no como el despido de empleados.
Si no se cambia el sistema, el riesgo es que una vez producido el recorte, la estructura vuelva a reproducirse porque ello está en su naturaleza. Sorprende entonces que ninguno de los colaboradores de Macri haya presentado un proyecto serio de reforma del Estado, cuando se trata de gente capaz y habituada a estos temas.
La Ciudad está trabada por esquemas burocráticos que obligan a realizar hasta 18 pasos para mover un simple expediente -viejo mal latinoamericano que ya denunciaba Perón en su primera presidencia-, y los cajones de las distintas áreas están llenos de costosos trabajos de consultoras internacionales que explican como simplificarlos. Concretar esos cambios es la verdadera revolución que la gestión necesita.
Fijar una agenda positiva –modernizar el estado- parece más prudente que una negativa –despedir gente- para encarar un cambio de esa magnitud. Y una cosa ya no se discute ni aquí ni en ningún país democrático: Cualquier reforma del Estado medianamente exitosa antes o después requiere el acuerdo con los sindicatos.
Nicolás Sarkozy recibió la semana pasada un ambicioso plan para modernizar la economía francesa que combina medidas como la liberalización de los precios, el fin de la semana laboral acortada, la postergación de la edad de jubilación, la democratización sindical y la reforma del Estado ¿Quién propuso semejante ideario neoliberal? Un socialista, asesor de Mitterand y ex presidente del banco que ayudó a la reconstrucción de los países del este europeo: Jacques Attali.
¿Qué hizo Sarkozy? Aceptó alborozado casi todas las reformas pero puso reparos en una: la draconiana reforma administrativa que proponía transformar de raíz el burocrático sistema francés que tiene 218 años de existencia. El presidente francés no es precisamente un tibio a la hora de enfrentarse con los sindicatos para imponer transformaciones, por ejemplo en el transporte público. Pero advirtió aquí la necesidad de la prudencia.
La obra pública
Macri es ingeniero y presidió empresas dedicadas a la obra pública. Conoce de un lado y otro del mostrador esa tarea y tiene un equipo con experiencia: el ministro de Hacienda Néstor Grindetti y el de Obras Públicas Daniel Chain, eran las dos patas
-financiera y operativa- en las que se apoyaba el jefe de Gobierno en su actividad en esta área en el mundo privado.
“Estos van a ejecutar hasta el último peso del presupuesto, ojalá no me equivoque y hagan las obras que la Ciudad necesita”, fue la reflexión de una de las políticas más experimentadas de la Ciudad, que no milita precisamente en el macrismo.
Esa promesa y la de una mayor seguridad sean tal vez las más grandes hipotecas que deberá levantar Macri, y las que en gran medida explican la paciencia ciudadana frente a las subas de ABL y patentes que decidió apenas asumió. Se entiende que necesita recursos, pero las obras tienen que aparecer, sino el sentimiento de fraude será grande.
La obra pública debería ser la gran diferencia. Una gestión razonable de la salud y la educación, los espectáculos gratuitos, una rica vida cultural, ya forman parte del patrimonio de los porteños y esta bien que así continúen. Pero Buenos Aires lleva décadas de desinversión en grandes obras. El entubamiento del Maldonado, la autopista ribereña, la extensión de los subtes, el hospital de Lugano, son apenas algunas de ellas.
La corrupción
Estuvo muy bien el gobierno porteño en denunciar los sobreprecios de los comedores escolares que comprobó existentes, al menos desde el mandato de Aníbal Ibarra. No es la única contratación en la que hubo y hay corrupción. Una simple mirada a los hoteles que alquila la ciudad para indigentes despertaría aún más indignación ¿Pero que sucede con la irregular concesión del Hipódromo a Cristóbal López, el amigo de Néstor Kirchner?
Su propio amigo, el constructor Nicolás Caputo tuvo que aceptar un nombramiento de apuro para blanquear su situación en la negociación con los municipales, y con el mismo apuro renunciar cuando Gabriela Cerruti pidió a la Auditoria que investigue su doble rol de funcionario y contratista porteño. Su primo Angelo Calcaterra, dueño de la poderosa Iecsa, no está en una situación mejor.
Delicada situación del jefe de Gobierno en esta materia que deberá transitar con la suavidad de un equilibrista si no quiere ser víctima de su propio fuego. Lo más lógico y simple sería que ambos, si de verdad quieren lo mejor para Macri, así como renunciaron a un puesto público, renuncien a los contratos, o al menos, a nuevos contratos.
El futuro
El jefe de Gobierno y sobre todo Gabriela Michetti, que suele preocuparse por estos temas, tienen por delante un espacio para lucirse: La descentralización del gobierno y la creación de alcaldías. Ordenada por la Constitución porteña siempre fue eludida y postergada por los jefes de Gobierno que vieron en este proceso una pérdida de poder. Mirada miope y atrasada que no logró entender que en el mundo actual, descentralización es más democracia y esta reafirma la autoridad, no la debilita. Agenda amplia que si se aborda con generosidad podría engarzar con la reinvención del Estado porteño, así como con una también postergada, reforma política.
El desafío del cambio es acaso la tarea más interesante que puede aguardar a un gobernante, pero la gestión exitosa del mismo, acaso tiene más que ver con el arte de liderar que con el simple expediente de mandar. (PUNTO CERO).
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