Los últimos sondeos confirman que el ex presidente está capitalizando el voto que dejó huérfano Mauricio Macri. Según estos números ya es el segundo candidato y se acerca a los 20 puntos. Por ahora no pone en riesgo la reelección de Cristina, pero condiciona el avance del kirchnerismo con La Cámpora sobre el PJ, que ahora empieza a vislumbrar una alternativa interna.
El paisaje político empezó a insinuar un nuevo elemento que amenaza con reconfigurar el peronismo y acaso condicionar el proyecto del kirchnerismo de hegemonizar ese movimiento y plantearse como su instancia superadora. El último sondeo de la encuestadora Aresco de Julio Aurelio, que La Política Online publicó en exclusiva, indica que Eduardo Duhalde ya es a nivel país el segundo candidato a presidente con mayor intención de voto y roza los 18 puntos, cuando se proyecta el resultado a octubre.
En ese mismo sondeo Cristina Kirchner arrasa con unos 52 puntos, lo que le otorgaría un triunfo inapelable en la primera vuelta. Pero el exitismo que estas mediciones podrían desencadenar en el kirchnerismo, acaso debería moderarse si se las mira por segunda vez.
La primer lectura obvia es que cada vez más la política argentina está hegemonizada por el peronismo en sus distintas expresiones. Cristina y Duhalde hoy estarían concentrando un 70% del electorado. Confirmando que el desastre de la Alianza sigue muy vigente en franjas mayoritarias de la sociedad, que acaso no cree razonable otorgarle otra vez a un radical la posibilidad de gobernar el país.
Antes que nada, la encuesta de Julio Aurelio es una muy mala noticia para Ricardo Alfonsín que pierde su mayor atractivo político, esto es que era “el” candidato opositor para pelearle la elección a Cristina. Si esta tendencia se confirma, una vez más se confirmará la pésima lectura política de Techint y otro sectores del establishment, que por estas horas presionan para unificar a toda la oposición detrás de la candidatura presidencial del diputado radical.
También coloca en un brete complicado a Francisco de Narváez que hoy mismo dijo que “su” candidato a presidente es Ricardo Alfonsín. El empresario se dice peronista. Y como tal ya bastante transgresión es ir con un candidato a presidente radical, pero si el hijo del ex presidente termina consolidado en un tercer puesto, la decisión se vuelve más inexplicable. En ese caso, De Narvaez estaría resignando pertenencia política y ni siquiera le quedaría la coartada del pragmatismo electoral.
El mensaje interno
Pero mucho más interesante es analizar el efecto de un Duhalde competitivo sobre la vida interna del peronismo. Hoy el kirchnerismo hace uso y abuso de la potencia electoral de la Presidenta, dándose lujos como imponer candidatos de La Cámpora o de sectores progresistas por sobre los dirigentes del peronismo. Un ejemplo fue la lista de legisladores de la Capital, que ubicó en primer lugar al camporista Juan Jabandié y en el segundo a Gabriela Alegre –una extrapartidarias pedida por Estela de Carlotto-, relegando al décimo puesto nada menos que al presidente del PJ porteño, Juan Manuel Olmos. Pero no fue el único caso.
Algo similar ocurrió en Mendoza, donde por orden de la Casa Rosada se desarmaron las listas acordadas por el PJ local, para ubicar en lugares expectantes a dos jovenes desconocidos de la organización que fundó Máximo Kirchner.
Esta suma de manejo de cuantiosos recursos, acceso directo a los más alto de la Casa Rosada y cero experiencia política, provoca en muchos de los líderes de La Cámpora una previsible tendencia a la soberbia, usual entre aquellos a los que las cosas no le han costado casi nada. “Estos pibes son insoportables se creen Gardel y todavía no le ganaron a nadie”, describió un experimentado dirigente peronista, en una caracterización que se expande como el aceite.
Cristina o acaso Carlos Zannini parecen haber decidido que el peronismo noe s la propia fuerza política, sino una tierra a conquistar. Y bajo ese concepto libran batallas hasta con los más cercanos, como ocurrió con Agustín Rossi en Santa Fe. Se trata de reemplazar a los propios por los incondicionales, en una búsqueda de obediencia canina, acaso más afín con la cultura política de partidos como el PC maoista que supo transitar el poderoso secretario Legal y Técnico, que con la siempre desordenada y rebelde vida interna del peronismo.
Es la creación de esta hegemonía forzada al interior del peronismo, la que entra en crisis con un Duhalde competitivo, que podría empezar a funcionar como cordón sanitario, para los dirigentes maltratados. Un Duhalde de 20 puntos es una alternativa a considerar por aquellos a quienes se les negó un lugar en las listas para meter a algún joven de La Cámpora, por ejemplo. Quizás no sea un portaviones, pero es un navío de envergadura respetable, que en caso de confirmar esos porcentajes, colocará no pocos diputados en el Congreso.
Y sobre todo, es un proyecto político para los cuatro años que vienen. Como se sabe, Cristina no tiene reelección. De manera, que al otro día de su eventual triunfo, en el peronismo se abrirá la discusión por la sucesión.
El movimiento elegido por la Casa Rosada para protegerse de ese debate es apostar a la creación de una Guardia Republicana de jovenes camporistas, que les permita marcarle el paso a los siempre sinuosos peronistas. Si no hay nada enfrente es una estrategia plausible.
El problema es que con un Duhalde competitivo empieza a surgir “algo” enfrente. Y bien mirado es natural que ocurra. El peronismo ya dio sobrados ejemplos que pocas cosas le agradan mas, que desarmar los sueños de aquellos que se imaginaron posible colonizarlo. Suele ocurrir que justo en el momento en que sus ocasionales patrones creyeron que ahora si lo tenía controlado, surge desde los márgenes un desplazamiento del poder. El propio Kirchner fue producto de un movimiento de esas características, cuando junto a Duhalde barrió al menemismo.
Lo de Duhalde, si se consolida, no es tan importante por sus chances de ganar en octubre, que todavía asoman improbables, sino por el proceso que dispara al interior del peronismo.
Tensión entre el kirchnerismo y el peronismo tradicional que ya comenzó. Santa Fe y Córdoba son dos ejemplos. Agustín Rossi y José Manuel de la Sota se impusieron a la Casa Rosada. Armaron las listas que consideraron más adecuadas a su propia realidad política, e ignoraron los pedidos de Zanini.
Esa dialéctica se extenderá a todo el país cuando empiecen a cerrarse las listas de diputados nacionales. Cristina aspira a opinar y si es posible decidir la integración de todas las listas. Se entiende. Garantizarse un bloque de indudable fidelidad, es una herramienta clave para blindar su segundo mandato y acaso ensayar una reforma constitucional que le habilite un tercer mandato.
La historia ofrece ejemplo muy recientes que alimentan esta nueva obsesión de la Casa Rosada. El intento re-reeleccionista de Carlos Menem, naufragó en Diputados, cuando Duhalde logró que el bloque peronista rechazara públicamente esa posibilidad. Fue la muerte política de la re-re, que hoy ilusiona a algunos kirchneristas que creen haber descubierto la pólvora para eludir el inevitable síndrome del pato rengo.
En este marco, sería fácil caer en la tentación de identificar a Duhalde con lo “viejo” y a los integrantes de La Cámpora con lo “nuevo”, y es razonable que esa sea la línea de trabajo del kirchnerismo –como perderse ese bocado-. Pero acaso la realidad sea más compleja y trabaje en términos de límites y equilibrios al poder, sin guiarse por cuestiones generacionales.
El paisaje político empezó a insinuar un nuevo elemento que amenaza con reconfigurar el peronismo y acaso condicionar el proyecto del kirchnerismo de hegemonizar ese movimiento y plantearse como su instancia superadora. El último sondeo de la encuestadora Aresco de Julio Aurelio, que La Política Online publicó en exclusiva, indica que Eduardo Duhalde ya es a nivel país el segundo candidato a presidente con mayor intención de voto y roza los 18 puntos, cuando se proyecta el resultado a octubre.
En ese mismo sondeo Cristina Kirchner arrasa con unos 52 puntos, lo que le otorgaría un triunfo inapelable en la primera vuelta. Pero el exitismo que estas mediciones podrían desencadenar en el kirchnerismo, acaso debería moderarse si se las mira por segunda vez.
La primer lectura obvia es que cada vez más la política argentina está hegemonizada por el peronismo en sus distintas expresiones. Cristina y Duhalde hoy estarían concentrando un 70% del electorado. Confirmando que el desastre de la Alianza sigue muy vigente en franjas mayoritarias de la sociedad, que acaso no cree razonable otorgarle otra vez a un radical la posibilidad de gobernar el país.
Antes que nada, la encuesta de Julio Aurelio es una muy mala noticia para Ricardo Alfonsín que pierde su mayor atractivo político, esto es que era “el” candidato opositor para pelearle la elección a Cristina. Si esta tendencia se confirma, una vez más se confirmará la pésima lectura política de Techint y otro sectores del establishment, que por estas horas presionan para unificar a toda la oposición detrás de la candidatura presidencial del diputado radical.
También coloca en un brete complicado a Francisco de Narváez que hoy mismo dijo que “su” candidato a presidente es Ricardo Alfonsín. El empresario se dice peronista. Y como tal ya bastante transgresión es ir con un candidato a presidente radical, pero si el hijo del ex presidente termina consolidado en un tercer puesto, la decisión se vuelve más inexplicable. En ese caso, De Narvaez estaría resignando pertenencia política y ni siquiera le quedaría la coartada del pragmatismo electoral.
El mensaje interno
Pero mucho más interesante es analizar el efecto de un Duhalde competitivo sobre la vida interna del peronismo. Hoy el kirchnerismo hace uso y abuso de la potencia electoral de la Presidenta, dándose lujos como imponer candidatos de La Cámpora o de sectores progresistas por sobre los dirigentes del peronismo. Un ejemplo fue la lista de legisladores de la Capital, que ubicó en primer lugar al camporista Juan Jabandié y en el segundo a Gabriela Alegre –una extrapartidarias pedida por Estela de Carlotto-, relegando al décimo puesto nada menos que al presidente del PJ porteño, Juan Manuel Olmos. Pero no fue el único caso.
Algo similar ocurrió en Mendoza, donde por orden de la Casa Rosada se desarmaron las listas acordadas por el PJ local, para ubicar en lugares expectantes a dos jovenes desconocidos de la organización que fundó Máximo Kirchner.
Esta suma de manejo de cuantiosos recursos, acceso directo a los más alto de la Casa Rosada y cero experiencia política, provoca en muchos de los líderes de La Cámpora una previsible tendencia a la soberbia, usual entre aquellos a los que las cosas no le han costado casi nada. “Estos pibes son insoportables se creen Gardel y todavía no le ganaron a nadie”, describió un experimentado dirigente peronista, en una caracterización que se expande como el aceite.
Cristina o acaso Carlos Zannini parecen haber decidido que el peronismo noe s la propia fuerza política, sino una tierra a conquistar. Y bajo ese concepto libran batallas hasta con los más cercanos, como ocurrió con Agustín Rossi en Santa Fe. Se trata de reemplazar a los propios por los incondicionales, en una búsqueda de obediencia canina, acaso más afín con la cultura política de partidos como el PC maoista que supo transitar el poderoso secretario Legal y Técnico, que con la siempre desordenada y rebelde vida interna del peronismo.
Es la creación de esta hegemonía forzada al interior del peronismo, la que entra en crisis con un Duhalde competitivo, que podría empezar a funcionar como cordón sanitario, para los dirigentes maltratados. Un Duhalde de 20 puntos es una alternativa a considerar por aquellos a quienes se les negó un lugar en las listas para meter a algún joven de La Cámpora, por ejemplo. Quizás no sea un portaviones, pero es un navío de envergadura respetable, que en caso de confirmar esos porcentajes, colocará no pocos diputados en el Congreso.
Y sobre todo, es un proyecto político para los cuatro años que vienen. Como se sabe, Cristina no tiene reelección. De manera, que al otro día de su eventual triunfo, en el peronismo se abrirá la discusión por la sucesión.
El movimiento elegido por la Casa Rosada para protegerse de ese debate es apostar a la creación de una Guardia Republicana de jovenes camporistas, que les permita marcarle el paso a los siempre sinuosos peronistas. Si no hay nada enfrente es una estrategia plausible.
El problema es que con un Duhalde competitivo empieza a surgir “algo” enfrente. Y bien mirado es natural que ocurra. El peronismo ya dio sobrados ejemplos que pocas cosas le agradan mas, que desarmar los sueños de aquellos que se imaginaron posible colonizarlo. Suele ocurrir que justo en el momento en que sus ocasionales patrones creyeron que ahora si lo tenía controlado, surge desde los márgenes un desplazamiento del poder. El propio Kirchner fue producto de un movimiento de esas características, cuando junto a Duhalde barrió al menemismo.
Lo de Duhalde, si se consolida, no es tan importante por sus chances de ganar en octubre, que todavía asoman improbables, sino por el proceso que dispara al interior del peronismo.
Tensión entre el kirchnerismo y el peronismo tradicional que ya comenzó. Santa Fe y Córdoba son dos ejemplos. Agustín Rossi y José Manuel de la Sota se impusieron a la Casa Rosada. Armaron las listas que consideraron más adecuadas a su propia realidad política, e ignoraron los pedidos de Zanini.
Esa dialéctica se extenderá a todo el país cuando empiecen a cerrarse las listas de diputados nacionales. Cristina aspira a opinar y si es posible decidir la integración de todas las listas. Se entiende. Garantizarse un bloque de indudable fidelidad, es una herramienta clave para blindar su segundo mandato y acaso ensayar una reforma constitucional que le habilite un tercer mandato.
La historia ofrece ejemplo muy recientes que alimentan esta nueva obsesión de la Casa Rosada. El intento re-reeleccionista de Carlos Menem, naufragó en Diputados, cuando Duhalde logró que el bloque peronista rechazara públicamente esa posibilidad. Fue la muerte política de la re-re, que hoy ilusiona a algunos kirchneristas que creen haber descubierto la pólvora para eludir el inevitable síndrome del pato rengo.
En este marco, sería fácil caer en la tentación de identificar a Duhalde con lo “viejo” y a los integrantes de La Cámpora con lo “nuevo”, y es razonable que esa sea la línea de trabajo del kirchnerismo –como perderse ese bocado-. Pero acaso la realidad sea más compleja y trabaje en términos de límites y equilibrios al poder, sin guiarse por cuestiones generacionales.
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