El fin de las reservas morales parece no tener fin... Y el forastero envenenador se llegó a nuestras tierras con el ojo buitre y los bolsillos llenos de monedas. Eso bastó para que honorables señores sedientos de poder, cedieran sus cuidadas nalgas al ser seducidos por el rubio gringo hasta que socializaron el sentarse cómodos sobre este re-colonizador de continentes vírgenes de contaminación.
Nada impedía que el envenenador eligiera un sitio a su antojo, dado que sus monedas habían tentado y hecho tirar por la borda ideologías, culturas, años de resistencia y denuncias de todo lo que se pareciera a invasión que atentara contra nuestra vida y la ecología. Temas estos, que en tiempos electorales, fueron bandera de los ahora funcionarios convertidos en meros funcionales a el/los nuevos conquistadores.
En la voracidad del envenenador no cabe una sola mueca de humanidad, aunque sus oratorias se pueblen de sensibles metáforas. En él, solo existe el fin que utiliza para llevar adelante su siniestra obra de destrucción y muerte, eso sí, lejos, muy lejos de su espacio, que “cree” libre de sus venenos. Claro que para que esto tenga éxito, debe encontrar un terreno fértil y no hablo de calidad de suelo, sino de seres corruptibles que nada les importe más que llenar su cuerpo de poder, sus bolsillos de dinero y su cabeza de mentiras para decirlas al pueblo.
No puede el envenenador ni sus socios comprender que existan seres humanos que difieren tanto en su concepción humana. Que observados desde su afano-sa ceguera parecen iguales. No toleran la insurrección y que “armados” solamente de compromiso ciudadano puedan querer interferir en sus andadas. Que para ello se organicen y resistan el tiempo que sea necesario y encima los denuncien en todos los foros nacionales e internacionales, utilizando el derecho de proteger la vida de toda especie, la belleza de lo natural y la pureza del aire. Perdido el envenenador anda golpeando las puertas de sus socios asustados. No encuentra razón que le convenza que su negocio-veneno fracase. Que sus monedas no compren el canto unísono del pueblo de pie, ni el cause del río. Siente que está perdiendo y que de nada vale andar sentando nalgas-funcionarias en sus rodillas. Teme en soledad, dado que algo le anuncia que terminará bebiendo poco a poco su propio veneno.
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