La pulseada de Cristina Kirchner y Daniel Scioli por ver quien saca más votos en la provincia. Que dicen en los comandos de campaña de Duhalde y Alfonsín. A quien beneficia una elección con poca participación. Los últimos sondeos, el hartazgo de la gente con las encuestadoras y porqué para muchos de sus adversarios el mejor negocio sería que gane la Presidenta.
Por Ignacio Fidanza
La sensación que la suerte está echada y ya es poco lo que queda por hacer, se solapa con la energía desbordada de los actos de cierre de campaña, el cansancio se mezcla con la euforia y también el miedo, la ansiedad. Hay apuestas de último minuto, pero la cercanía de la elección lo va tiñendo todo con la calma que producen los hechos irrevocables.
¿Qué se dice por estas horas en el microclima político que valga la pena consignar? Primero que nada los números. Una de las encuestadoras más serias del país –casi la única que quedó en pie- maneja un muestreo sorprendente: Cristina rondaría los 39 puntos, Alfonsín el 21 por ciento y Duhalde el 16. Con un enorme pero: Alrededor del 16 por ciento de la población permanece indecisa. Es decir: puede pasar cualquier cosa. Ya sea Cristina superando holgada los 40, o algunos de sus competidores acerándose a distancias insospechadas, apenas días atrás.
El otro dato novedoso, que le está sucediendo a varias consultoras, es la negativa de los ciudadanos a responder encuestas. No está claro si es un hartazgo ante un clima político recalentado, al punto de la saturación, o la respuesta previsible ante el descrédito que las encuestas acumularon en las últimas elecciones.
En el kirchnerismo la pulseada del último tramo gira sobre la provincia de Buenos Aires. El entorno de Daniel Scioli apuesta todo a que el gobernador saque más votos que Cristina y desde la Casa Rosada responden mandando a sus incondicionales a trabajar para Mario Ishii. No es una pelea menor, lo que se libra es el primer capítulo de la sucesión.
Scioli dejó en claro en las últimas semanas que su opción es por el peronismo tradicional. Los saludos públicos a De la Sota, Del Sel y Macri, y su propia campaña reivindicando su condición creyente, lo ubican en las antípodas del ideario kirchnerista y en perfecta sintonía con ese peronismo profundo que empieza a desperezarse en las provincias.
La idea de un eje Buenos Aires-Córdoba que condicione un eventual segundo mandato de Cristina y le impida designar a un sucesor afín (¿Amado Boudou?) sobrevuelva una primaria que la política está aprovechando para empezar a dirimir escenarios.
En la oposición se habla hace semanas del crecimiento de Eduardo Duhalde, al que se sumó en los últimos días una supuesta levantada de Hermes Binner. Pero la semifinal opositora, se intuye, se dirimirá entre Alfonsín y Duhalde, en ese orden. Es decir, si fuera el bonaerense el segundo sería un batacazo, en el caso inverso lo previsible, dado el peso de la estructura nacional de la UCR más los votos de De Narváez en la provincia.
En el Pro afirman que Duhalde ya está segundo en la provincia y Capital, pero reconocen que el interior es una incógnita. Con un agravante. San Luis, Mendoza, parte de Córdoba y parte de Tucumán y el Norte del país, serían zonas de influencia de Alberto Rodríguez Saá, que le compite el ex presidente en la franja del voto peronista opositor. Habrá que ver si la gente convalida ese lugar común, o como viene haciendo, una vez más decide sorprender.
La otra gran fantasía de la hora son los cortes de boleta que siempre giran –como corresponde a toda conspiración-, sobre la figura del bonaerense. Que los intendentes se van a vengar de Cristina por el cierre de listas y empujarán el corte Duhalde-Scioli; que por otro lado también crece el corte Duhalde-De Narváez en el voto peronista opositor; que en todo el país los peronistas marginados por la Casa Rosada aprovecharán para vengarse, total ahora es gratis.
Pero aún los más enconados adversarios de Cristina reconocen que su piso electoral es formidable. Algunos mencionan los 3,5 millones de beneficiarios de planes sociales como un voto clientelar impenetrable; otros consignan la sintonía de la Presidenta con los sectores juveniles, los beneficiados por el crecimiento económico y hasta algunos industriales que disfrutan del proteccionismo y los créditos blandos.
En el gobierno afirman que ya tienen garantizado que concurrirá a las urnas el 80 por ciento del voto kirchnerista. Si es verdad, no es un dato para despreciar. Como siempre ocurre, al dueño del aparato más grande lo benefician las elecciones de poca gente y lo complican las que desbordan y minimizan esas estructuras.
Por otro lado, alrededor de los líderes que aparecen con mayor futuro, esos que casualmente no disputan la presidencial, como Scioli, De la Sota, Macri o Urtubey, crece una convicción: lo mejor que les podría pasar es que gane Cristina. No tiene reelección y acaso un mandato más termine de desgastar al kirchnerismo como opción de poder. Sería el momento justo para iniciar un nuevo ciclo.
Si por el contrario el próximo presidente fuera Alfonsín o Duhalde, muchos de estos líderes se quedarían con el sabor amargo de la oportunidad pérdida.
Sin embargo, no hay triunfalismo en la Casa Rosada. La pelea de ellos no es contra el segundo sino contra los fatales 40 puntos. Por eso, aún las distancias de más de 10 puntos de nada sirven si terminan lejos del 40 por ciento que se necesita para ganar en primera vuelta. Dick Morris en una reciente visita a la Argentina lo explicó mejor, al dialogar con un opositor: “Ustedes tienen que dejar de mirar los 10, 15 o 20 puntos que les lleva Cristina. Ella está a dos, tres o cuatro puntos de perder, que es lo que está en juego para que haya o no ballotage”.
La Argentina se encamina así a vivir una experiencia inédita, un simulacro nacional y obligatorio de elección presidencial; un comicio en el que nada de lo importante está en juego, pero que condicionará a toda la política; un precalentamiento con gusto a definición. (La Política OnLine).
Por Ignacio Fidanza
La sensación que la suerte está echada y ya es poco lo que queda por hacer, se solapa con la energía desbordada de los actos de cierre de campaña, el cansancio se mezcla con la euforia y también el miedo, la ansiedad. Hay apuestas de último minuto, pero la cercanía de la elección lo va tiñendo todo con la calma que producen los hechos irrevocables.
¿Qué se dice por estas horas en el microclima político que valga la pena consignar? Primero que nada los números. Una de las encuestadoras más serias del país –casi la única que quedó en pie- maneja un muestreo sorprendente: Cristina rondaría los 39 puntos, Alfonsín el 21 por ciento y Duhalde el 16. Con un enorme pero: Alrededor del 16 por ciento de la población permanece indecisa. Es decir: puede pasar cualquier cosa. Ya sea Cristina superando holgada los 40, o algunos de sus competidores acerándose a distancias insospechadas, apenas días atrás.
El otro dato novedoso, que le está sucediendo a varias consultoras, es la negativa de los ciudadanos a responder encuestas. No está claro si es un hartazgo ante un clima político recalentado, al punto de la saturación, o la respuesta previsible ante el descrédito que las encuestas acumularon en las últimas elecciones.
En el kirchnerismo la pulseada del último tramo gira sobre la provincia de Buenos Aires. El entorno de Daniel Scioli apuesta todo a que el gobernador saque más votos que Cristina y desde la Casa Rosada responden mandando a sus incondicionales a trabajar para Mario Ishii. No es una pelea menor, lo que se libra es el primer capítulo de la sucesión.
Scioli dejó en claro en las últimas semanas que su opción es por el peronismo tradicional. Los saludos públicos a De la Sota, Del Sel y Macri, y su propia campaña reivindicando su condición creyente, lo ubican en las antípodas del ideario kirchnerista y en perfecta sintonía con ese peronismo profundo que empieza a desperezarse en las provincias.
La idea de un eje Buenos Aires-Córdoba que condicione un eventual segundo mandato de Cristina y le impida designar a un sucesor afín (¿Amado Boudou?) sobrevuelva una primaria que la política está aprovechando para empezar a dirimir escenarios.
En la oposición se habla hace semanas del crecimiento de Eduardo Duhalde, al que se sumó en los últimos días una supuesta levantada de Hermes Binner. Pero la semifinal opositora, se intuye, se dirimirá entre Alfonsín y Duhalde, en ese orden. Es decir, si fuera el bonaerense el segundo sería un batacazo, en el caso inverso lo previsible, dado el peso de la estructura nacional de la UCR más los votos de De Narváez en la provincia.
En el Pro afirman que Duhalde ya está segundo en la provincia y Capital, pero reconocen que el interior es una incógnita. Con un agravante. San Luis, Mendoza, parte de Córdoba y parte de Tucumán y el Norte del país, serían zonas de influencia de Alberto Rodríguez Saá, que le compite el ex presidente en la franja del voto peronista opositor. Habrá que ver si la gente convalida ese lugar común, o como viene haciendo, una vez más decide sorprender.
La otra gran fantasía de la hora son los cortes de boleta que siempre giran –como corresponde a toda conspiración-, sobre la figura del bonaerense. Que los intendentes se van a vengar de Cristina por el cierre de listas y empujarán el corte Duhalde-Scioli; que por otro lado también crece el corte Duhalde-De Narváez en el voto peronista opositor; que en todo el país los peronistas marginados por la Casa Rosada aprovecharán para vengarse, total ahora es gratis.
Pero aún los más enconados adversarios de Cristina reconocen que su piso electoral es formidable. Algunos mencionan los 3,5 millones de beneficiarios de planes sociales como un voto clientelar impenetrable; otros consignan la sintonía de la Presidenta con los sectores juveniles, los beneficiados por el crecimiento económico y hasta algunos industriales que disfrutan del proteccionismo y los créditos blandos.
En el gobierno afirman que ya tienen garantizado que concurrirá a las urnas el 80 por ciento del voto kirchnerista. Si es verdad, no es un dato para despreciar. Como siempre ocurre, al dueño del aparato más grande lo benefician las elecciones de poca gente y lo complican las que desbordan y minimizan esas estructuras.
Por otro lado, alrededor de los líderes que aparecen con mayor futuro, esos que casualmente no disputan la presidencial, como Scioli, De la Sota, Macri o Urtubey, crece una convicción: lo mejor que les podría pasar es que gane Cristina. No tiene reelección y acaso un mandato más termine de desgastar al kirchnerismo como opción de poder. Sería el momento justo para iniciar un nuevo ciclo.
Si por el contrario el próximo presidente fuera Alfonsín o Duhalde, muchos de estos líderes se quedarían con el sabor amargo de la oportunidad pérdida.
Sin embargo, no hay triunfalismo en la Casa Rosada. La pelea de ellos no es contra el segundo sino contra los fatales 40 puntos. Por eso, aún las distancias de más de 10 puntos de nada sirven si terminan lejos del 40 por ciento que se necesita para ganar en primera vuelta. Dick Morris en una reciente visita a la Argentina lo explicó mejor, al dialogar con un opositor: “Ustedes tienen que dejar de mirar los 10, 15 o 20 puntos que les lleva Cristina. Ella está a dos, tres o cuatro puntos de perder, que es lo que está en juego para que haya o no ballotage”.
La Argentina se encamina así a vivir una experiencia inédita, un simulacro nacional y obligatorio de elección presidencial; un comicio en el que nada de lo importante está en juego, pero que condicionará a toda la política; un precalentamiento con gusto a definición. (La Política OnLine).
No hay comentarios.:
Publicar un comentario