El símbolo más puro del Amor es el nacimiento de Cristo. Dios hecho hombre, en su amor infinito, llega a la tierra un 25 de Diciembre para redimirnos, y su madre, María, se ofrece como medio para que se haga Su voluntad. Su vientre fecundado, es también el símbolo más puro de la Vida.
Más allá de los símbolos religiosos, no olvidemos entonces de honrar la Vida, y no olvidemos tampoco que Cristo nace entre los más humildes, siendo el más pobre entre los pobres. Profundamente rico en su perfección de alma, nos es dado en la debilidad de la carne y en la más honda de las pobrezas materiales.
En este mes del Nacimiento, quiero hablar de la Cultura del Amor, cultura que ha de venir irremediablemente, como único vehículo de salvación para todos y cada uno de nosotros, y no habrá otro modo de hacerlo que hermanándonos, desterrando el individualismo y comprendiendo que no hay pecado pero que el bien que no se hace pudiendo hacerlo. La mano que no se tiende pudiendo tenderla. ¿Alguna vez pensamos en lo afortunados que somos de tener un techo, un plato de comida, un empleo? ¿Alguna vez pensó, querido lector, que ese ser marginado que lo mira a los ojos en la calle estará diciendo “qué afortunado es usted”? ¿Alguna vez pensamos que cada una de las personas a las cuales miramos a los ojos en la calle carga con un dolor?
Dejemos por una vez de mirarnos sólo a nosotros para mirar alrededor. Dejemos de juzgar, de opinar gratuitamente, de erigirnos en jueces de los demás, sobre todo de los desposeídos.
Cuántas veces oímos decir de esas personas de bajos recursos, que por su aspecto, son catalogados de inferiores, casi como si fueran de otra raza, cuando la única raza que hay es la humana, cuántas veces, digo, oímos decir: “son malos, tienen rencor, tienen resentimiento”.
¡No, señores! No son malos. Esos seres marginados están enojados. El enojo es la armadura del dolor, y una armadura se usa para sobrevivir en la guerra. En la guerra diaria contra los otros humanos, esos seres deben sobrevivir al terrible dolor de su condición, de no saber si cuando llegan a sus casas podrán alimentar a sus hijos. A esos “seres malos” les duele el mundo.
¿Alguna vez pensamos que si desde el principio de los tiempos, a cada uno de esos seres se les hubiera tendido la mano, en el real sentido de lo que eso implica, en el sentido de un Cristo de carne y hueso tendiéndola, alguna vez pensamos que si se les hubiera tendido la mano desde la infancia, hoy no serían tales “malos”?
No hay peor pecado que el bien que no se hace pudiendo hacerlo. No hay mano más mezquina que la que no se tiende pudiendo tenderla. Si esa mano sólo nos sirve para llevarnos la comida únicamente a nuestras propias bocas, y meter dinero en nuestros bolsillos, entonces, señores, no habremos comprendido el real sentido de este Nacimiento. Y también con cada acto de egoísmo estamos volviendo a crucificar a ese mismo Cristo.
Alguna vez volverá a Nacernos el Cristo del Amor. Terminemos por fin con la necedad que nos enceguece, y estemos expectantes y preparados, mientras vamos construyendo, en cada día, en cada buen pensamiento, en calda latido, la verdadera Cultura del Amor.
Más allá de los símbolos religiosos, no olvidemos entonces de honrar la Vida, y no olvidemos tampoco que Cristo nace entre los más humildes, siendo el más pobre entre los pobres. Profundamente rico en su perfección de alma, nos es dado en la debilidad de la carne y en la más honda de las pobrezas materiales.
En este mes del Nacimiento, quiero hablar de la Cultura del Amor, cultura que ha de venir irremediablemente, como único vehículo de salvación para todos y cada uno de nosotros, y no habrá otro modo de hacerlo que hermanándonos, desterrando el individualismo y comprendiendo que no hay pecado pero que el bien que no se hace pudiendo hacerlo. La mano que no se tiende pudiendo tenderla. ¿Alguna vez pensamos en lo afortunados que somos de tener un techo, un plato de comida, un empleo? ¿Alguna vez pensó, querido lector, que ese ser marginado que lo mira a los ojos en la calle estará diciendo “qué afortunado es usted”? ¿Alguna vez pensamos que cada una de las personas a las cuales miramos a los ojos en la calle carga con un dolor?
Dejemos por una vez de mirarnos sólo a nosotros para mirar alrededor. Dejemos de juzgar, de opinar gratuitamente, de erigirnos en jueces de los demás, sobre todo de los desposeídos.
Cuántas veces oímos decir de esas personas de bajos recursos, que por su aspecto, son catalogados de inferiores, casi como si fueran de otra raza, cuando la única raza que hay es la humana, cuántas veces, digo, oímos decir: “son malos, tienen rencor, tienen resentimiento”.
¡No, señores! No son malos. Esos seres marginados están enojados. El enojo es la armadura del dolor, y una armadura se usa para sobrevivir en la guerra. En la guerra diaria contra los otros humanos, esos seres deben sobrevivir al terrible dolor de su condición, de no saber si cuando llegan a sus casas podrán alimentar a sus hijos. A esos “seres malos” les duele el mundo.
¿Alguna vez pensamos que si desde el principio de los tiempos, a cada uno de esos seres se les hubiera tendido la mano, en el real sentido de lo que eso implica, en el sentido de un Cristo de carne y hueso tendiéndola, alguna vez pensamos que si se les hubiera tendido la mano desde la infancia, hoy no serían tales “malos”?
No hay peor pecado que el bien que no se hace pudiendo hacerlo. No hay mano más mezquina que la que no se tiende pudiendo tenderla. Si esa mano sólo nos sirve para llevarnos la comida únicamente a nuestras propias bocas, y meter dinero en nuestros bolsillos, entonces, señores, no habremos comprendido el real sentido de este Nacimiento. Y también con cada acto de egoísmo estamos volviendo a crucificar a ese mismo Cristo.
Alguna vez volverá a Nacernos el Cristo del Amor. Terminemos por fin con la necedad que nos enceguece, y estemos expectantes y preparados, mientras vamos construyendo, en cada día, en cada buen pensamiento, en calda latido, la verdadera Cultura del Amor.
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