lunes, agosto 08, 2011

El triunfo de De la Sota confirma que el peronismo se impone al kirchnerismo. Por Ignacio Fidanza.

El impactante triunfo de José Manuel de la Sota que duplicó en votos a Luis Juez y Oscar Aguad, confirma que el peronismo tradicional mantiene un notable vigor electoral, frente a expresiones “puras” del kirchnerismo como Juan Cabandié o Agustín Rossi, que perdieron en sus distritos.
La sucesión de pronunciamientos favorables que recibió José Manuel de la Sota de destacados líderes nacionales del PJ como Daniel Scioli, José Pampuro, Eduardo Duhalde o Carlos Reutemann, ante el atronador silencio de la Casa Rosada, confirma que en el peronismo se cuecen habas que seguramente comenzarán a servirse luego de las presidenciables de octubre.

Es que aún descontando una posible reelección de Cristina Kirchner lo que está en discusión es si el peronismo se convertirá en kirchnerismo –con su ideario y galería de próceres y santos particulares- o comenzará una nueva etapa en la que la eterna coalición de gobernadores y dirigentes territoriales de peso, empezarán a delinear un nuevo rumbo, en el que muchos esperan empezar a liberarse del férreo sistema de conducción de la Casa Rosada.

El triunfo de De la Sota es ante todo cultural y por eso los dirigentes mencionados y muchos más se apresuraron a anotarse cuando la victoria empezó a insinuarse. Hasta ahora funcionaba en el PJ una suerte de policía política encabezada por La Cámpora y otros ultras como Gabriel Mariotto o Diana Conti, que se apresuraban a etiquetar “traiciones” allí donde acaso había sentido común.

Las catastróficas derrotas de Juan Cabandié –la cara más conocida de La Cámpora- en la Capital Federal donde apenas alcanzó el 14 por ciento y de Agustín Rossi –el emblema de la resolución 125- en Santa Fe, donde llevó al PJ a un humillante tercer lugar, eximen de mayores análisis sobre lo que piensa la mayoría de la sociedad sobre las propuestas que ofrecen un purismo kirchnerista.

Por el contrario, allí donde se afianzan dirigentes peronistas que con sus modos y tiempos marcan una propuesta alejada de los tótems más endogámicos de la Casa Rosada –confrontación obsesiva con los medios, idea de la política como guerra y agitación de un vaporoso proyecto de “liberación nacional” con aroma a épica setentista-, el peronismo confirma que sigue siendo una formidable fuerza política.

Pero no habría que caer aquí en la misma simplificación, que antes sostenía que Cristina ganaba por paliza la presidencial, y ahora postula como un hecho que camina a la derrota. El posicionamiento de dirigentes como De la Sota, Urtubey o Scioli, si se mira mas de cerca, revela un juego de cierta sutileza, en el que la diferenciación nunca llega a la confrontación abierta con la Presidenta.

Se trata del viejo ejercicio de tomar lo bueno –el crecimiento económico, la recuperación del empleo- marcando prudente distancia de lo inexplicable. Lo mismo hicieron muchos de estos mismos dirigentes con Carlos Menem, cuando aplaudían el uno a uno y la derrota de la inflación; o con Duhalde cuando valoraban su capacidad para estabilizar al país.

De la Sota se sumó esta noche a la lista de presidenciables y lo hizo con méritos atendibles. Logró lo que muchos de sus pares deben soñar: le hizo probar al kirchnerismo un poco de su propia medicina. Estiró la negociación previa al cierre de listas hasta el final, para sobre la hora ofrecerles mucho menos de lo que esperaban. Los dejó sin opciones y ahora les impuso la contundencia de su triunfo, exponiendo su irrelevancia electoral. Sin embargo, es muy probable que en los próximos días, semanas, haya un acuerdo más explícito con la Casa Rosada, pero antes, marcó la chancha y demostró que los votos son suyos.

Hizo una campaña hiper profesional con cortos que reivindicaron de manera explícita el posicionamiento suyo y de Juan Schiaretti junto al campo durante el conflicto de la 125; que se acopló a otro gesto muy calculado: la elección como vice de la intendenta de Laboulaye, Alicia Pregno, que en un aporte inestimable a su campaña el kirchnerismo se apresuró a calificar de “destituyente”, recordando su respaldo a los productores.

Se vio en su campaña incluso un aire a la propuesta del Pro, con un De la Sota de tono íntimo hablando de valores más "humanos", humilde, reflexivo, autocrítico,muy lejos de la idea del líder duro o iluminado que impone batallas. La crítica obvia es acusarlo de vaciar de contenido la política ¿Pero que es la política sin gente? ¿En qué se convierte un líder que le habla a un público que no existe, que propone una épica que su electorado no sintoniza?

Es notable, ese desacople que a veces afecta a sectores del kirchnerismo, suele ser un problemas de las minoritarias expresiones de la izquierda argentina no del peronismo.

Como sea, en su discurso de triunfo, De la Sota habló como un presidenciable y no s eprivó de enumerar tres ejes urticantes para la Casa Rosada –que traía escritos-: “A la Nación le digo lo que ya saben, cuenten con Córdoba para trabajar, para unir y no para dividir”, y agregó “para mirar hacia el futuro y no sólo hacia el pasado, para construir un federalismo en serio”, para cerrar muy filoso: “Córdoba ya imagina un país mejor”.

Pero antes que el entusiasmo anti kirchnerista se apoderara del momento, se cuidó de agradecer “el saludo de la señora Presidenta”. De nuevo, el ejercicio de marcar lo que no se comparte sin romper, como aquel sinuoso “soy peronista, nunca fui kirchnerista” de Carlos Reutemann. Casi una profecía de lo que se empieza a intuirse: el peronismo se empieza a preparar para devorarse otro “ismo”, en otra de sus infinitas mutaciones. (La Política OnLine).

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