Uno de los mayores riesgos que corre la administración Kirchner es creer que la crisis financiera mundial es sólo un problema de Estados Unidos y Europa ante el cual la Argentina está inmune, o al menos tan bien preparada que el descalabro financiero casi no la afectará.
Es la idea que buscó instalar esta semana la presidenta Cristina Kirchner, con buen tino para la tribuna política, pero escaso acierto si no es acompañada por un conjunto de medidas que brillan por su ausencia.
La conclusión más preocupante de la recesión en los Estados Unidos es que la principal economía mundial dejará de aspirar manufacturas producidas por China e India, dos de los principales compradores de los commodities que exporta la Argentina.
Esto ya está generando una fuerte caída en el precio de la soja, que afectará el ingreso de divisas y terminará complicando el superávit fiscal, principal argumento de la solidez del modelo económico en marcha.Pero el hecho de que Cristina diga desde la tribuna que el país está capacitado mejor que ninguno para capear el temporal, no quiere decir que la Presidenta lo crea realmente.
Por esa razón, desde hace dos semanas la jefa de Estado ordenó a una decena de reparticiones -incluidas la AFIP y la ANSeS- ajustar el seguimiento del día a día de los principales números de la caja del Fisco, y dispuso un sistema de alarmas para, llegado el caso, actuar en forma coordinada para encarrilar lo que haga falta.La voz cantante en ese Comité de Crisis la tiene el jefe del Central, Martín Redrado, a quien le tocó bailar con la más complicada esta semana, cuando debió lidiar con una nueva corrida especulativa de quienes no le perdonaron los cientos de millones de dólares que les hizo perder en mayo y junio último.
En aquella oportunidad, con el paro del campo en su apogeo, se intentó subir el dólar y el Banco Central echó mano de reservas para frenar esa intentona.Esta vez, la pelea está más dura, porque la ofensiva de los dueños del dinero llegó acompañada de una manada de pequeñas ahorristas que decidieron volcarse en tropel a la moneda estadounidense y secaron de billetes a bancos y casas de cambio.
Curiosa reacción de la gente, que ante la debacle de Estados Unidos busca con ansiedad su moneda, sin temor a que pierda respaldo ante un descalabro total en ese país.
Es que el dólar continúa siendo la reserva de valor a la que echan mano los argentinos, como casi ningún ciudadano del mundo, y la explicación hay que encontrarla en que las principales operaciones que se realizan en el país, como las inmobiliarias, se pactan en moneda norteamericana.
Al Gobierno no le hizo mucha gracia que el dólar aumentara casi 20 centavos en pocos días, porque le puede complicar el frente inflacionario, pero más lo alarmó que el Banco Central debiera destinar casi 1.500 millones de dólares de las reservas enapenas una semana para contener la corrida.
Por eso se decidió suspender, por ahora, la intención de cancelar la deuda con el Club de París, y también está bajo la lupa la reapertura del canje de deuda anunciada por Cristina en Nueva York.
Hay urgencias mucho mayores, como contener el aluvión importador en distintos rubros de sectores "sensibles" -calzado e indumentaria- y cómo renegociar con Brasil tras la devaluación del 30 por ciento que tuvo el Real en apenas dos meses. También generan preocupación los miles de empleados suspendidos en el sector automotriz, donde una de las principales terminales ya avisó que hacia fin de año prevé despidos.
La gran duda es qué receta adoptará la Argentina para hacer frente al feroz reacomodamiento internacional. Algunos sectores fabriles están sugiriendo una devaluación que lleve el dólar al menos a 3,50 pesos, porque con una economía que se enfría no habría tanto riesgo inflacionario si con eso se gana competitividad.
La otra estrategia, por la que se inclinó hasta ahora Cristina, es continuar con el gradualismo aplicado con mano firme por Redrado, que permita correcciones en la divisa sin trastocar la marcha de la economía.
Pero el desafío mayor que tiene el gobierno es cómo resolver un problema al que el kirchnerismo aún no logró encontrarle la vuelta: cómo crear confianza para que lleguen capitales a invertir en sectores productivos e instrumentar medidas con el fin de dotar a las empresas del crédito necesario en un momento de total sequía de fondos en el sistema financiero internacional.
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