Cada ser humano, desde su nacimiento es distinto a su prójimo, por sus genes, fisiología y capacidad cerebral. Será diferente en altura, vigor, salud, habilidades, voluntad, creatividad, ingenio, energía, etc.
Los seres humanos aceptan la existencia de esas diferencias por que saben que son biológicamente inevitables. Los sensacionales progresos de las ciencias médicas están resolviendo enormes trastornos y limitaciones a la plenitud de vida del hombre, pero es una quimera esperar que construya el ser perfecto en cuerpo y alma, para terminar con las desigualdades.
Las desigualdades se reflejan en la sociedad, donde los más capaces biológicamente tienen mayores ingresos y ascienden en la escala social, lo que no consigue la mayoría de la población porque los recursos son escasos. Se generan tensiones sociales incitadas por ideólogos trasnochados y populistas que dividen la sociedad en los “malos”, enriquecidos explotando a pobres con necesidades insatisfechas. Ignoran que en las últimas décadas, los “malos” han incorporado a la clase media a centenares de millones de pobres; que los que conducen las empresas no son los dueños del capital, sino directivos seleccionados, asalariados como los obreros y, que las empresas saben que el capital humano es lo más importante, y deben resguardarlo y atenderlo.
Este cambio social de integración en armonía, no evitará tensiones sociales por la eterna insatisfacción del hombre, con la que debemos convivir.
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