Más allá de cualquier posición política, la sensible baja de la mortalidad infantil en San Miguel es un logro trascendental, por una razón muy sencilla: más chicos salvaron su vida, principalmente de los sectores más vulnerables y desprotegidos de la sociedad local. La mejora en el sistema de salud pública es la clave.
A comienzos de 2008, la salud pública de San Miguel era lo más parecido a Haití que había en la Argentina. Seguramente el símbolo de esta debacle era el Hospital Municipal Larcade, otrora emblema de la región. Sin embargo, la gran mayoría de los centros de salud barriales (antiguamente conocidos como salitas de primeros auxilios) probablemente estaban peor, aunque de ellos no se hablaba porque están en barrios alejados del centro de la ciudad y a ellos solamente concurren los olvidados de siempre, los “nadies”, esos que solamente son noticia cuando cortan una ruta e interrumpen el tránsito.
La actual administración municipal de San Miguel puso los ojos en esos “nadies” como nadie lo había hecho en muchos años en nuestro partido. Creó centros culturales y escuelas deportivas en casi todos los barrios de la periferia local. Y, después de superar las peleas internas que lo mantuvieron casi inmovilizado durante buena parte de su primer año como intendente, Joaquín de la Torre apostó fuerte para cambiar drásticamente el sistema de salud pública. Junto a su equipo de trabajo diseñó un plan que incluía tanto al centenario Hospital como a los centros de salud.
Para el Larcade consiguió fondos de la Provincia y de la Nación, que permitieron, entre otras cosas, reequipar por completo el vital servicio de neonatología, comprar un tomógrafo (único en la historia del nosocomio) y hacer a nuevo varios sectores, como las salas de internación, la guardia y el amplio sector de maternidad, que estaba prácticamente inutilizable.
Los centros de atención primaria de la salud (llamados en la jerga médica pública por su sigla, CAPS), en tanto, comenzaron a ser remodelados mayormente con fondos municipales. Había que ver cómo estaban, había que ver cómo atendían sus pocos médicos y en qué condiciones eran curados sus pacientes (nunca tan apropiado el término, pacientes). Goteras, techos caídos, humedad, frío terrible en invierno y calor agobiante en verano…
De los 16 CAPS que había en San Miguel, ya fueron refaccionados íntegramente 14, se construyeron dos nuevos y se están edificando otros dos. Hoy lucen simples, como siempre fueron, pero espléndidos. Son, en general, pequeños, dotados de una enfermería y no más de cuatro consultorios. Ahora tienen calefacción, ventiladores y, varios de ellos, sillones odontológicos. Además, lo que es muy importante, todos tienen médicos clínicos, pediatras y obstetras, las especialidades más requeridas en los barrios. Y si no los tienen, no es por responsabilidad de la comuna, sino por falta de profesionales, un mal que afecta a buena parte del país.
Este resumen tiene un sentido profundo, porque es la base de un logro emocionante: en San Miguel, en 2010 murieron casi 30 bebés menos que en 2009, año en que el porcentaje también había bajado respecto de 2008.
Off the record, con absoluta sinceridad y sin ninguna intención política, uno de los responsables de la salud pública en el distrito se lo dijo a quien esto escribe con un brillo de satisfacción en los ojos, pero con la convicción de que todavía falta: “Hay un porcentaje de bebés que nacen con problemas muy serios y que no se pueden salvar. Tenemos que seguir trabajando para lograr que el resto pueda vivir”. (ASM).
A comienzos de 2008, la salud pública de San Miguel era lo más parecido a Haití que había en la Argentina. Seguramente el símbolo de esta debacle era el Hospital Municipal Larcade, otrora emblema de la región. Sin embargo, la gran mayoría de los centros de salud barriales (antiguamente conocidos como salitas de primeros auxilios) probablemente estaban peor, aunque de ellos no se hablaba porque están en barrios alejados del centro de la ciudad y a ellos solamente concurren los olvidados de siempre, los “nadies”, esos que solamente son noticia cuando cortan una ruta e interrumpen el tránsito.
La actual administración municipal de San Miguel puso los ojos en esos “nadies” como nadie lo había hecho en muchos años en nuestro partido. Creó centros culturales y escuelas deportivas en casi todos los barrios de la periferia local. Y, después de superar las peleas internas que lo mantuvieron casi inmovilizado durante buena parte de su primer año como intendente, Joaquín de la Torre apostó fuerte para cambiar drásticamente el sistema de salud pública. Junto a su equipo de trabajo diseñó un plan que incluía tanto al centenario Hospital como a los centros de salud.
Para el Larcade consiguió fondos de la Provincia y de la Nación, que permitieron, entre otras cosas, reequipar por completo el vital servicio de neonatología, comprar un tomógrafo (único en la historia del nosocomio) y hacer a nuevo varios sectores, como las salas de internación, la guardia y el amplio sector de maternidad, que estaba prácticamente inutilizable.
Los centros de atención primaria de la salud (llamados en la jerga médica pública por su sigla, CAPS), en tanto, comenzaron a ser remodelados mayormente con fondos municipales. Había que ver cómo estaban, había que ver cómo atendían sus pocos médicos y en qué condiciones eran curados sus pacientes (nunca tan apropiado el término, pacientes). Goteras, techos caídos, humedad, frío terrible en invierno y calor agobiante en verano…
De los 16 CAPS que había en San Miguel, ya fueron refaccionados íntegramente 14, se construyeron dos nuevos y se están edificando otros dos. Hoy lucen simples, como siempre fueron, pero espléndidos. Son, en general, pequeños, dotados de una enfermería y no más de cuatro consultorios. Ahora tienen calefacción, ventiladores y, varios de ellos, sillones odontológicos. Además, lo que es muy importante, todos tienen médicos clínicos, pediatras y obstetras, las especialidades más requeridas en los barrios. Y si no los tienen, no es por responsabilidad de la comuna, sino por falta de profesionales, un mal que afecta a buena parte del país.
Este resumen tiene un sentido profundo, porque es la base de un logro emocionante: en San Miguel, en 2010 murieron casi 30 bebés menos que en 2009, año en que el porcentaje también había bajado respecto de 2008.
Off the record, con absoluta sinceridad y sin ninguna intención política, uno de los responsables de la salud pública en el distrito se lo dijo a quien esto escribe con un brillo de satisfacción en los ojos, pero con la convicción de que todavía falta: “Hay un porcentaje de bebés que nacen con problemas muy serios y que no se pueden salvar. Tenemos que seguir trabajando para lograr que el resto pueda vivir”. (ASM).
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