(Inforegión). En el último tiempo se dieron a conocer varias tragedias en las cuales la principal hipótesis apuntó a los excesos de un juego sexual. ¿Por qué hay quienes necesitan acudir a este tipo de conductas para obtener placer?
El domingo 26 de noviembre de 2006, Nora Dalmasso apareció sin vida en su lujosa vivienda del barrio Villa Golf, en Córdoba. Las pericias determinaron que murió de asfixia, con un cordón de su bata de seda anudado al cuello. Aunque la intrincada causa aún no tiene detenidos y la posibilidad de un homicidio intencional sigue en el tintero, desde un principio la escena del crimen y las lesiones en su cuerpo apuntaron a un juego sexual que traspasó los límites.
El de “Norita” fue uno de los primeros casos de este tipo que logró repercusión mediática y puso en escena estas conductas sexuales que son definidas por los profesionales como “parafilias” (desviaciones sexuales). Bajo este término se engloban a aquellas prácticas sexuales en las que la fuente predominante de placer no se encuentra en la relación sexual misma sino en otros factores, como el dolor o el sometimiento.
“Dentro de las parafilias no sólo encontramos la asfixiofilia o asfixia erótica (la persona recurre al estrangulamiento para poder llegar al orgasmo), sino también al sadomasoquista, el exhibicionista, el voyeurista, pero también al abusador. Se trata de disfunciones sexuales, de actos sexuales muy compulsivos porque las personas que recurren a estas prácticas necesitan exclusivamente de ese objeto, de esa persona o de esa única forma para poder satisfacerse sexualmente”, explica la secretaria de la Sociedad Argentina de Sexualidad Humana, Diana Resnicoff.
¿Pero qué sucede cuándo este tipo de accionar puede llegar a generar un daño? Luego del caso Dalmasso fueron muchos los hechos similares que se dieron a conocer por concluir en tragedia. El 20 de diciembre de 2011 el entonces subsecretario de Comercio Exterior Iván Heyn apareció muerto en la habitación de un hotel en Montevideo y la hipótesis que cobró más fuerza fue la misma que en el caso de la mujer: asfixia erótica o hipoxifilia.
En junio de este año, en tanto, una docente fue detenida en Temperley tras la muerte de su pareja en el marco de un juego sexual en el cual ambos manipulaban una navaja.
“Las personas que recurren a estas prácticas no miden consecuencias porque tienen un nivel de omnipotencia muy grande y piensan que no les puede pasar nada malo”, resalta Luis Domínguez, psicólogo especializado en sexología.
¿Por qué hay quienes necesitan acudir a este tipo de conductas para obtener placer? ¿No son conscientes del riesgo? Si necesitan poner en peligro la vida para gozar ¿qué es, entonces, lo que les da satisfacción, la actividad sexual o el riesgo mismo?
Huellas de la infancia.
El de “Norita” fue uno de los primeros casos de este tipo que logró repercusión mediática y puso en escena estas conductas sexuales que son definidas por los profesionales como “parafilias” (desviaciones sexuales). Bajo este término se engloban a aquellas prácticas sexuales en las que la fuente predominante de placer no se encuentra en la relación sexual misma sino en otros factores, como el dolor o el sometimiento.
“Dentro de las parafilias no sólo encontramos la asfixiofilia o asfixia erótica (la persona recurre al estrangulamiento para poder llegar al orgasmo), sino también al sadomasoquista, el exhibicionista, el voyeurista, pero también al abusador. Se trata de disfunciones sexuales, de actos sexuales muy compulsivos porque las personas que recurren a estas prácticas necesitan exclusivamente de ese objeto, de esa persona o de esa única forma para poder satisfacerse sexualmente”, explica la secretaria de la Sociedad Argentina de Sexualidad Humana, Diana Resnicoff.
¿Pero qué sucede cuándo este tipo de accionar puede llegar a generar un daño? Luego del caso Dalmasso fueron muchos los hechos similares que se dieron a conocer por concluir en tragedia. El 20 de diciembre de 2011 el entonces subsecretario de Comercio Exterior Iván Heyn apareció muerto en la habitación de un hotel en Montevideo y la hipótesis que cobró más fuerza fue la misma que en el caso de la mujer: asfixia erótica o hipoxifilia.
En junio de este año, en tanto, una docente fue detenida en Temperley tras la muerte de su pareja en el marco de un juego sexual en el cual ambos manipulaban una navaja.
“Las personas que recurren a estas prácticas no miden consecuencias porque tienen un nivel de omnipotencia muy grande y piensan que no les puede pasar nada malo”, resalta Luis Domínguez, psicólogo especializado en sexología.
¿Por qué hay quienes necesitan acudir a este tipo de conductas para obtener placer? ¿No son conscientes del riesgo? Si necesitan poner en peligro la vida para gozar ¿qué es, entonces, lo que les da satisfacción, la actividad sexual o el riesgo mismo?
Huellas de la infancia.
Cuando el hombre comenzó a evolucionar desde sus instintos naturales hacia el razonamiento, su sexualidad también se volvió más compleja. “A diferencia de la sexualidad del animal, que ya viene preformada y dominada por los instintos, la erótica humana se va estructurando desde el nacimiento”, apunta la psicoanalista y miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA), Any Krieger.
Desde la clásica mirada freudiana, Krieger afirma que “el ser humano va adquiriendo su propia modalidad sexual y erotismo a partir de sus vivencias más tempranas”. “Antes de Sigmund Freud era algo que no se conocía, pero a partir de él y la escuela que deja, todos cuando vamos al psicólogo nos vamos enterando de cuáles fueron nuestros encuentros más tempranos con la sexualidad. Estas huellas son las que marcan el camino hacia la sexualidad adulta”, describe.
A partir de esta conformación psíquica, entonces, el ser humano vive su sexualidad “como su deseo lo comanda”. “Éste es quien domina la sexualidad de cada uno, por eso es muy difícil querer torcerla, doblegarla o llevarla por un camino diferente”, indica la psicoanalista.
Para Andrés Rascovsky, ex presidente de APA, esas huellas de sexualidad en la primera infancia son las que determinan la diferencia entre “la experiencia del placer y la del goce”. La primera, según menciona, es “el encuentro con otro, donde se rememoran las experiencias primarias placenteras”. “A lo largo de la vida se hace un encadenamiento de situaciones de placer con el objeto, que luego, si se integra suficientemente, será el objeto de amor y no solamente el objeto sexual”, explica.
La experiencia de goce, en cambio, se refiere a “una vivencia de descarga y una tensión excesiva resultado de una situación traumática”, comenta el psicoanalista. Es decir, “sujetos que han sido abusados o han padecido diversas situaciones sexuales traumáticas y tienden a repetir esta situación, ya no como una experiencia placentera, sino como repetición de una tensión interna incontrolable”.
“Así, a menudo decimos que los perversos han padecido situaciones traumáticas que han sido erotizadas. Entonces, el dolor tiende a ser erotizado”, explica Rascovsky.
¿Placer por el dolor?
Desde la clásica mirada freudiana, Krieger afirma que “el ser humano va adquiriendo su propia modalidad sexual y erotismo a partir de sus vivencias más tempranas”. “Antes de Sigmund Freud era algo que no se conocía, pero a partir de él y la escuela que deja, todos cuando vamos al psicólogo nos vamos enterando de cuáles fueron nuestros encuentros más tempranos con la sexualidad. Estas huellas son las que marcan el camino hacia la sexualidad adulta”, describe.
A partir de esta conformación psíquica, entonces, el ser humano vive su sexualidad “como su deseo lo comanda”. “Éste es quien domina la sexualidad de cada uno, por eso es muy difícil querer torcerla, doblegarla o llevarla por un camino diferente”, indica la psicoanalista.
Para Andrés Rascovsky, ex presidente de APA, esas huellas de sexualidad en la primera infancia son las que determinan la diferencia entre “la experiencia del placer y la del goce”. La primera, según menciona, es “el encuentro con otro, donde se rememoran las experiencias primarias placenteras”. “A lo largo de la vida se hace un encadenamiento de situaciones de placer con el objeto, que luego, si se integra suficientemente, será el objeto de amor y no solamente el objeto sexual”, explica.
La experiencia de goce, en cambio, se refiere a “una vivencia de descarga y una tensión excesiva resultado de una situación traumática”, comenta el psicoanalista. Es decir, “sujetos que han sido abusados o han padecido diversas situaciones sexuales traumáticas y tienden a repetir esta situación, ya no como una experiencia placentera, sino como repetición de una tensión interna incontrolable”.
“Así, a menudo decimos que los perversos han padecido situaciones traumáticas que han sido erotizadas. Entonces, el dolor tiende a ser erotizado”, explica Rascovsky.
¿Placer por el dolor?
La pregunta resulta ineludible: ¿por qué quienes acuden a este accionar necesitan poner en riesgo la vida o sentir dolor para gozar? ¿A qué vivencias o experiencias relacionan el disfrute?
“Desde la infancia las personas construyen lo que se llama el ‘mapa del amor’, que existe en nuestra cabeza y nos lleva a proyectarlo en el afuera, a elegir a una persona y no a otra, y lo formamos desde chiquitos”, menciona Resnicoff y completa: “Si un niño o niña crece en un ámbito donde se le prohíbe masturbarse o es sometido a experiencias sexuales para las cuales su cabeza no está preparada o se abusa de él/ella, seguramente hay mucha probabilidad de que su mapa de amor se forme de esta manera disociada y de adulto intente buscar el placer a través del dolor”.
De la misma manera, Krieger advierte que “cuando estas cuestiones que ponen en riesgo la vida aparecen, surgen en la psiquis como dominantes, compulsivas e imposibles de domesticar”. “Se debe estar muy atento y pedir ayuda a un profesional para poder entender de qué se trata”, sugiere.
El psicólogo Rascovsky indica, en tanto, que estas situaciones de placer autodestructivo, “están más al servicio de la pulsión de muerte y no del Eros (pulsión de vida)”. “La pulsión de muerte es lo que desencadena esta situación de goce o de descarga que ellos mismos desconocen, pero que no consiste en una experiencia amorosa o placentera”, asegura.
En esa misma línea, el psicólogo especializado en sexualidad Luis Domínguez señala que la sexualidad “es tan amplia que no tiene límites visibles”, lo que genera justamente que “ciertas situaciones se extralimiten”.
“Sobre todo cuando una persona por x causa pierde la razón, por medicación o porque de repente ha tomado mucho alcohol. Ahí es cuando los límites se pierden, aunque sea sin mala intención”, marca Domínguez.
Por su parte, el psiquiatra Hugo Marietán sostiene que “estas prácticas extrañas en la sexualidad responden a una base sencilla: la pérdida de la eroticidad en la pareja”. ”La relación sexual simple no los satisface, entonces comienzan a agregarle elementos extraños a la situación, que pueden ir derivando en prácticas cada vez más peligrosas, dependiendo el tipo de relación y las características de las personas involucradas”, opina.
Por el contrario, la sexóloga clínica Resnicoff considera que la pérdida de erotismo no es razón única para practicar parafilias riesgosas. “Estas prácticas se dan en parejas enfermas”, asevera y apunta que “si uno pierde el erotismo, en todo caso hay que buscar las causas y no condimentos sadomasoquistas”.
“No porque me aburro me voy a pegar con un látigo o me voy a asfixiar. Tiene que ver con otro tipo de problemas y severos”, afirma.
¿Trastorno o dependencia?
“Desde la infancia las personas construyen lo que se llama el ‘mapa del amor’, que existe en nuestra cabeza y nos lleva a proyectarlo en el afuera, a elegir a una persona y no a otra, y lo formamos desde chiquitos”, menciona Resnicoff y completa: “Si un niño o niña crece en un ámbito donde se le prohíbe masturbarse o es sometido a experiencias sexuales para las cuales su cabeza no está preparada o se abusa de él/ella, seguramente hay mucha probabilidad de que su mapa de amor se forme de esta manera disociada y de adulto intente buscar el placer a través del dolor”.
De la misma manera, Krieger advierte que “cuando estas cuestiones que ponen en riesgo la vida aparecen, surgen en la psiquis como dominantes, compulsivas e imposibles de domesticar”. “Se debe estar muy atento y pedir ayuda a un profesional para poder entender de qué se trata”, sugiere.
El psicólogo Rascovsky indica, en tanto, que estas situaciones de placer autodestructivo, “están más al servicio de la pulsión de muerte y no del Eros (pulsión de vida)”. “La pulsión de muerte es lo que desencadena esta situación de goce o de descarga que ellos mismos desconocen, pero que no consiste en una experiencia amorosa o placentera”, asegura.
En esa misma línea, el psicólogo especializado en sexualidad Luis Domínguez señala que la sexualidad “es tan amplia que no tiene límites visibles”, lo que genera justamente que “ciertas situaciones se extralimiten”.
“Sobre todo cuando una persona por x causa pierde la razón, por medicación o porque de repente ha tomado mucho alcohol. Ahí es cuando los límites se pierden, aunque sea sin mala intención”, marca Domínguez.
Por su parte, el psiquiatra Hugo Marietán sostiene que “estas prácticas extrañas en la sexualidad responden a una base sencilla: la pérdida de la eroticidad en la pareja”. ”La relación sexual simple no los satisface, entonces comienzan a agregarle elementos extraños a la situación, que pueden ir derivando en prácticas cada vez más peligrosas, dependiendo el tipo de relación y las características de las personas involucradas”, opina.
Por el contrario, la sexóloga clínica Resnicoff considera que la pérdida de erotismo no es razón única para practicar parafilias riesgosas. “Estas prácticas se dan en parejas enfermas”, asevera y apunta que “si uno pierde el erotismo, en todo caso hay que buscar las causas y no condimentos sadomasoquistas”.
“No porque me aburro me voy a pegar con un látigo o me voy a asfixiar. Tiene que ver con otro tipo de problemas y severos”, afirma.
¿Trastorno o dependencia?
Para Marietán, esta lógica responde a un “trastorno sexual, dependiendo de la intensidad”. “Uno puede experimentar, probarlo una vez, el tema es cuando hay determinada práctica, como por ejemplo sofocar a la mujer porque sino no llega al orgasmo o tiene un orgasmo que no lo satisface”, menciona.
Estas situaciones, según Domínguez, “pueden darse en personas que no tienen noción de peligro porque cualquier persona que se quiere a sí mismo trata de cuidarse”.
La libido no sólo evidencia el deseo sexual sino que, según los profesionales, es la raíz de las más variadas manifestaciones de la actividad psíquica, ambas implícitamente enlazadas. Es por eso que todas aquellas prácticas sexuales que se salen de las pautas establecidas o no pueden concebir el placer por fuera del dolor ameritan una verdadera búsqueda interior para hallar las causas de esta compleja dependencia. (Inforegión).
Estas situaciones, según Domínguez, “pueden darse en personas que no tienen noción de peligro porque cualquier persona que se quiere a sí mismo trata de cuidarse”.
La libido no sólo evidencia el deseo sexual sino que, según los profesionales, es la raíz de las más variadas manifestaciones de la actividad psíquica, ambas implícitamente enlazadas. Es por eso que todas aquellas prácticas sexuales que se salen de las pautas establecidas o no pueden concebir el placer por fuera del dolor ameritan una verdadera búsqueda interior para hallar las causas de esta compleja dependencia. (Inforegión).
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