BUENOS AIRES, Abril 07, (PUNTO CERO) Han pasado dieciséis años. Las piedras del muro de Berlín siguen cayendo, porque se derrumbó para ambos lados. El socialismo real al implosionar desequilibró la política internacional. Los países de la Europa Oriental accedieron al mercado, el mismo en el que las restricciones al consumo enaltecían con desmesura. Hubo balcanización, desmembramientos, guerras, incremento obsceno de la desigualdad, desguace del estado, nacimiento de nuevos ricos surgidos del remate del patrimonio estatal.
La mayor libertad política tuvo como contrapartida la desocupación y la inseguridad económica.
Del lado occidental del Muro, el capitalismo se dedicó a achicar o liquidar el Estado de Bienestar, entronizar al mercado como una deidad, debilitar al ciudadano en beneficio del consumidor, reducir o derogar la legislación laboral, deteriorar o privatizar funciones básicas del Estado, concentrar la riqueza, aumentar la desigualdad, incrementar la desocupación como disciplinador social, fomentar la exclusión, incrementar la indigencia, potenciar la segregación.
Las piedras del Muro se levantaron en el interior de cada una de las sociedades, para separar y proteger a los ganadores de los perdedores. EE.UU, el gran triunfador, decidió escriturar el planeta a su nombre, y a medida que expropiaba derechos, riquezas y libertades en diferentes puntos del planeta, limitaba como nunca las libertades de sus ciudadanos en nombre de la seguridad. Los gulags rusos se llaman hoy, en versión yanqui, Guantánamo o Abú Ghraib. Había nacido o resurgido el capitalismo real.
LA RECETA
El prospecto del medicamento es el mismo. Lo que cambia es la dosis que se aplica. La desocupación es un flagelo mundial. El ejército industrial de reserva que caracterizó Carlos Marx con precisión, invade al planeta y hace del trabajo, mejor dicho de su ausencia, un valor superior a la vida. En Francia se llama CPE, contrato primer empleo, por el cual los menores de 26 años deben aceptar, para disminuir la desocupación, la posibilidad de ser despedido en los dos primeros años sin causa y sin indemnización.
Las gigantescas movilizaciones produjeron el insólito hecho que la ley fue promulgada y suspendida simultáneamente. El mercado globalizado, el desarrollo tecnológico de las comunicaciones, la rapiña como método, el ingreso a la competencia de la mano esclava de las cárceles China, las jornadas laborales interminables en diferentes puntos del planeta, los ingresos miserables de buena parte de la población mundial, son el erosionante de las conquistas sociales de los países con mayor protección social hasta ahora.
El rostro del capitalismo basado en el lucro y en la destrucción del planeta se maquilló durante aproximadamente seis décadas, fundamentalmente en los países centrales, con un mejoramiento notable de la equidad, de las prestaciones sociales, con Estados poderosos y políticas keynesianas adoptadas después de la crisis de 1929.
Hoy la mayor parte de esos mismos países tiene índice de desocupación que superan los dos dígitos e intentos de diferente intensidad de recortar el Estado de Bienestar.
EL CAPITALISMO REAL EN LA ARGENTINA
En los países semicoloniales, se da una receta explosiva. Hay luego de décadas de políticas neoliberales, de saqueo obsceno, una mezcla de insuficiencia de desarrollo capitalista con condiciones sociales precapitalista, anteriores al Estado de Bienestar.
En nuestro país, que hasta mediados de la década del setenta, fue el más integrado y desarrollado de América Latina, los intentos y la demolición del sistema de sustitución de importaciones se realizo perpetrando las peores atrocidades. Desde el bombardeo a Plaza de Mayo, los fusilamientos, las desapariciones, los campos de concentración, la hiperinflación.
En democracia, y con apoyo popular, una sociedad sometida a un grado desproporcionado de hechos traumáticos fue cómplice y víctima del desmantelamiento económico y social.
Fruto de esas políticas es la enorme fragmentación social se llega al hecho insólito que obreros petroleros golpeen a maestros en huelga o que distintos sectores sociales reaccionen airadamente por los comparativos muy buenos sueldos que perciben los encargados de edificios.
En la Argentina el proceso de fragmentación se dio por etapas sucesivas: demolición de la legislación laboral, destrucción industrial, creación de una enorme masa de desocupados, depresión de los sueldos de los “privilegiados” que tienen trabajo, y dentro de ellos, la mitad en negro sujetos a sueldos considerablemente menores y sin cobertura social.
Por si todo ello no fuera suficiente, se redujo a la impotencia todo sistema de contralor, disminuyendo el número de inspectores del Ministerio de Trabajo a cifras ridículas. En definitiva: un mercado sin Estado, donde se deja a los que concentran, que se encarguen de la justicia en la distribución del ingreso con la peregrina teoría del desborde. Son los mismos que luego hablan de la ausencia del Estado, cuando muchos de ellos tienen pedazos del mismo en sus casas. Son como aquel joven que mató a sus padres y luego alegó en su defensa que debía quedar en libertad porque era huérfano.
EL TRABAJO ESCLAVO
En este contexto se da un hecho largamente denunciado de explotación de trabajadores bolivianos en la industria textil. Una radiografía exhaustiva de hasta donde se puede llegar en la pertinaz tarea de reducir costos. Situación que se reitera, apenas más morigerada en otros escenarios.
Obreros presos en sus lugares de trabajo, jornadas de 14 y 16 horas de trabajo, hacinamiento, promiscuidad, chicos presos en los lugares de trabajo de sus padres metidos en pozos para que no perturben la productividad, camas en estantes que recuerdan las cuchetas de Auschwitz, habitaciones de dos por tres donde conviven doce personas. Un baño para sesenta personas. El escritor Emilio Zolá se quedó corto en su novela Germinal.
Y los medios mostrando el rostro de los trabajadores víctimas. Manteniendo oculto el de los esclavizadores. Y aunque parezca inverosímil, este escenario es en mucho caso mejor que el que abandonaron los trabajadores en su país de origen.
Seis muertos. Un Cromañón en escala reducida. Pero con mucha menos perdurabilidad y consecuencias. Son bolivianos. Ciudadanos de tercera en el imaginario colectivo. Que en su desesperación por conservar el trabajo se solidarizan con los Chabán.
EL ESCLAVIZADOR EN LA CABEZA DEL ESCLAVIZADO
El trabajo, en cualquier forma de realización, se convierte, dada su escasez, en la frontera entre la inclusión y la exclusión. El empleo, en estas condiciones de mercado, es más importante que la vida. Por eso esclavizadores y esclavizados salen juntos a defender las ganancias de uno y el desamparo laboral del otro. Ese desamparo que es infinitamente mayor cuando la condición de desocupado no es un accidente sino un estado permanente.
En Córdoba, en 1968, en el Cordobazo, los obreros mejor pagos de Córdoba y los estudiantes de una pujante clase media luchaban por cambiar la propiedad de los medios de producción. Los trabajadores esclavizados, los desocupados, los excluidos, los indigentes, no quieren cambiar hoy la sociedad. Sólo golpean la puerta para poder entrar aceptando las condiciones de explotación.
La hojarasca no debe impedir apreciar que son víctimas.
En estos frígidos y desangelados años, hay algo mucho peor que ser intensamente explotado: el que nadie tenga interés en explotarnos.
Lo que sucede en el desbalanceo brutal de capital y trabajo, se repite entre empresas gigantescas y países débiles, que a cambio de inversiones reales y ficticias ceden soberanía, establecen zonas francas, donde los inversores establecen sus propias leyes. El gobierno uruguayo no puede obligar a la empresa Botnia a suspender las obras por un tratado de garantía de inversiones que coloca la superficie ocupada por la planta de celulosa en la condición de territorio extranjero. Hay una frase del poeta Walt Whitman que define con precisión el comportamiento de importantes sectores del país ante del 24 de marzo: “Sólo era la paz lo que quería y pagó sin regatear el precio que le pidieron”. Parafraseando al poeta norteamericano, se podría decir, en esta era del capitalismo real: “Sólo era trabajo o inversión lo que quería y aceptó sin regatear el precio que le pidieron” (PUNTO CERO).
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