El gobernador creció en política desplegando frases voluntaristas y un talante amistoso. Esa ambigüedad le permitió acoplarse con el kirchnerismo y ahora alentar la ilusión de los enemigos del Gobierno, que lo ven como la gran “esperanza blanca” para el 2011. Cristina respondió con la candidatura de Sabbatella, que lo obliga a optar entre la ruptura o el deterioro electoral.
“Roberto Carlos”, lo llamaba Néstor Kirchner en la intimidad, cuando se reunía con los intendentes del Conurbano. “Ya le mande la plata a Roberto Carlos”, comentaba al pasar cuando discutía sobre alguna obra pública. La frase detrás del estilo socarrón típico del peronismo, escondía una doble desautorización.
La apelación a la famosa canción del cantante brasileño “Quiero tener un millón de amigos”, marcaba el estilo y los límites de la construcción política de Scioli. Si algo no es posible es el manejo del poder real es llevarse bien con todo el mundo. Lo segundo era evidenciarlo como un delegado en la provincia, al que se le entregaban recursos según el resultado de negociaciones ocurridas en otro lugar.
Nada cambió desde entonces en la mutua desconfianza que tiñe la relación de Scioli y el kirchnerismo. “Es un individualista que sólo juega para él”, afirman en la Casa Rosada, donde no se conmueven por el alineamiento blindado que evidenciaron los cables de la Embajada de Estados Unidos que expuso Wikileaks.
Es que mirada más de cerca la frase que trascendió del gobernador, no deja de contener un mensaje inquietante para el gobierno de Cristina. De acuerdo con el informe del secretario político Kelly, cuando en plena crisis con el campo, un colaborador le sugirió "cortar" con el kirchnerismo, Scioli respondió: "Si yo lo hago, ellos podrían caer. Y yo no soy un golpista".
Es decir, se atribuyó el lugar de sostén último del gobierno nacional, algo que seguramente es visualizado por el kirchnerismo como un riesgo más que una seguridad. Es que Scioli por más que lo intente, ya no puede ocultar sus profundas diferencias con la administración de Cristina.
Tiene una excelente relación con el grupo Clarín y la multinacional Techint, que lo imaginan como el candidato ideal para desalojar al kirchnerismo del poder. Y enarbola en el tema más candente según todas las encuestas, un discurso de mano dura contra la delincuencia, que deja permanentemente expuesto al gobierno de Cristina frente al reclamo de la sociedad. No es un tema menor.
Scioli rocía nafta sobre la indignación social, pero como gobernador no mejora la situación real del combate contra el delito de proximidad. Se trata de una elíptica sutil que logra el efecto deseado. En el imaginario se consolida así esa imagen que el mismo utilizó: “le atan las manos”. ¿Quiénes? La respuesta es obvia y explica parte de la frustración de la Casa Rosada con el gobernador. No resuelve el problema, pero tampoco carga con los costos.
Esta guerra fría que ya arrastra demasiados años, ahora combina varias martingalas. Scioli deja correr su candidatura presidencial y desde el Gobierno le responden avisándole que le van a poner hasta el candidato a vicegobernador. Scioli apaña al díscolo intendente platense Pablo Bruera y Cristina agita la candidatura a gobernador de Martín Sabbatella. Y así.
El paréntesis que le puso la muerte de Néstor Kirchner a la interna peronista ya se cerró. Así que de manera natural regresó la tensión que se expresó en aquel famoso acto de La Boca, cuando el ex presidente prepoteó públicamente a Scioli.
Se trata de una tensión no resuelta, de naturaleza casi estructural, la que enfrenta a los presidentes y los gobernadores de la principal provincia del país. La vivió Menem con Duhalde y hasta Perón con Mercante. La calidad de los hombres que ejercen el poder determina como se elabora ese conflicto casi inevitable, entre el número uno y el dos, que usualmente quiere subir ese último peldaño.
El riesgo de ser el nuevo Reutemann
En el peronismo crecen dos certezas: Scioli no tiene la voluntad de disputar a Cristina la candidatura presidencial y sólo se postularía para el premio mayor si ella declina la búsqueda de su reelección. Y la segunda: Este es y será el mejor momento del gobernador.
La última hipótesis mezcla la mitología sobre la maldición que impide acceder por elecciones limpias a la Presidencia a los gobernadores bonaerenses, con el análisis del efecto desgastante de un segundo mandato bonaerense sobre Scioli, que para peor será un “pato rengo” sin posibilidad de pelear por un tercer período.
Es decir que la única salida que le queda es hacia arriba, como corresponde a todo laberinto. Y por ello en la discusión del kirchnerismo con Scioli se mezclan varias cosas, que a veces cuesta discernir. La urgencia es evitar su postulación presidencial y pastorearlo hacia la gobernación.
Pero aún cuando Scioli se disciplina con este programa, las agresiones no ceden. Porque allí se inicia la discusión del 2015, ya que Cristina tampoco tendrá derecho a una nueva reelección. Y si hay alguien que no garantiza para el kirchnerismo la continuidad del “modelo”, ese es Scioli.
Por eso el apoyo a Martín Sabbatella es presente y futuro para los kirchneristas. Permite condicionar al gobernador apoyando el crecimiento de una fuerza oficialista a nivel nacional pero opositora en la provincia; y al mismo tiempo al minar su proyección electoral y potenciar la de Cristina -que llevaría a ambas boletas-, boicotea sus posibilidades como candidato presidencial para el 2015.
El análisis es simple pero efectivo si se confirma en la realidad. Un Scioli que este año saque en la provincia entre 10 y 15 puntos menos que Cristina, ya no sería número puesto para el 2015.
En rigor, lo que le sucede a Scioli es una consecuencia lógica de la relación dialéctica que el kirchnerismo estableció con el PJ: Kirchner en su momento y Cristina ahora se encargaron de alentar en cada distrito –incluso a nivel municipal- propuestas “puras” frente a los líderes que expresaban el peronismo tradicional. Una manera de construcción de poder que mira al PJ desde la desconfianza, pero no reniega de su formidable maquinaria política y la aprovecha al máximo.
Ahora a Scioli que curiosamente quedó ubicado en la vereda del peronismo “ortodoxo”, le salió un Sabbatella. Maravillas del kirchnerismo que gobierna hace siete años con puño de hierra la Argentina y sin embargo, todavía logra trasuntar una ilusión de rebeldía contra los poderes establecidos. Esos que se supone son los que apoyan a Scioli.
Y todavía faltan varios capítulos de esta trama. Porque al Gobierno le quedan varias cartas por jugar. Por ejemplo, una no menor podría protagonizar el intendente de Tigre, Sergio Massa, que según la mayoría de las encuestas hechas en la provincia, sigue ubicado entre los primeros tres lugares con Scioli y Francisco de Narváez.
Llegado el caso, Massa no descarta una alianza con Sabbatella. Difícil por los perfiles ideológicos de sus seguidores, pero posible desde lo generacional y el discurso de la “gestión” como eje de sus propuestas. Y es el intendente de Tigre además un puente con Bruera.
Si esos tres actores confluyeran en una propuesta para la provincia, Scioli pasaría del escenario de daño acotado a peligro real para la continuidad de su proyecto. Así las opciones que se le presentan por estas horas son todas más o menos incómodas.
Si sigue como si nada, alineado en lo formal con la reelección de Cristina y buscado repetir en la provincia, el kirchnerismo responderá a ese amor con frialdad e impulsará todas las jugadas posibles para deteriorar su volumen electoral. Es decir, quedará en las puertas de sufrir el síndrome Reutemann: la gran esperanza blanca que al final no fue.
Y si se decide a dar la pelea grande y romper con el gobierno nacional, deberá pasar sin escalas de la imagen del muchacho bueno y leal a la áspera pelea para construir poder en serio, con todos sus rigores.
La solución a todos sus males sería que Cristina opte por no presentarse y entonces sí el momento y el hombre coincidirían de manera inmejorable. Los próximos meses dirán si el destino vuelve a ser tan generoso con Scioli, como lo fue hasta ahora. (La Política OnLine).
“Roberto Carlos”, lo llamaba Néstor Kirchner en la intimidad, cuando se reunía con los intendentes del Conurbano. “Ya le mande la plata a Roberto Carlos”, comentaba al pasar cuando discutía sobre alguna obra pública. La frase detrás del estilo socarrón típico del peronismo, escondía una doble desautorización.
La apelación a la famosa canción del cantante brasileño “Quiero tener un millón de amigos”, marcaba el estilo y los límites de la construcción política de Scioli. Si algo no es posible es el manejo del poder real es llevarse bien con todo el mundo. Lo segundo era evidenciarlo como un delegado en la provincia, al que se le entregaban recursos según el resultado de negociaciones ocurridas en otro lugar.
Nada cambió desde entonces en la mutua desconfianza que tiñe la relación de Scioli y el kirchnerismo. “Es un individualista que sólo juega para él”, afirman en la Casa Rosada, donde no se conmueven por el alineamiento blindado que evidenciaron los cables de la Embajada de Estados Unidos que expuso Wikileaks.
Es que mirada más de cerca la frase que trascendió del gobernador, no deja de contener un mensaje inquietante para el gobierno de Cristina. De acuerdo con el informe del secretario político Kelly, cuando en plena crisis con el campo, un colaborador le sugirió "cortar" con el kirchnerismo, Scioli respondió: "Si yo lo hago, ellos podrían caer. Y yo no soy un golpista".
Es decir, se atribuyó el lugar de sostén último del gobierno nacional, algo que seguramente es visualizado por el kirchnerismo como un riesgo más que una seguridad. Es que Scioli por más que lo intente, ya no puede ocultar sus profundas diferencias con la administración de Cristina.
Tiene una excelente relación con el grupo Clarín y la multinacional Techint, que lo imaginan como el candidato ideal para desalojar al kirchnerismo del poder. Y enarbola en el tema más candente según todas las encuestas, un discurso de mano dura contra la delincuencia, que deja permanentemente expuesto al gobierno de Cristina frente al reclamo de la sociedad. No es un tema menor.
Scioli rocía nafta sobre la indignación social, pero como gobernador no mejora la situación real del combate contra el delito de proximidad. Se trata de una elíptica sutil que logra el efecto deseado. En el imaginario se consolida así esa imagen que el mismo utilizó: “le atan las manos”. ¿Quiénes? La respuesta es obvia y explica parte de la frustración de la Casa Rosada con el gobernador. No resuelve el problema, pero tampoco carga con los costos.
Esta guerra fría que ya arrastra demasiados años, ahora combina varias martingalas. Scioli deja correr su candidatura presidencial y desde el Gobierno le responden avisándole que le van a poner hasta el candidato a vicegobernador. Scioli apaña al díscolo intendente platense Pablo Bruera y Cristina agita la candidatura a gobernador de Martín Sabbatella. Y así.
El paréntesis que le puso la muerte de Néstor Kirchner a la interna peronista ya se cerró. Así que de manera natural regresó la tensión que se expresó en aquel famoso acto de La Boca, cuando el ex presidente prepoteó públicamente a Scioli.
Se trata de una tensión no resuelta, de naturaleza casi estructural, la que enfrenta a los presidentes y los gobernadores de la principal provincia del país. La vivió Menem con Duhalde y hasta Perón con Mercante. La calidad de los hombres que ejercen el poder determina como se elabora ese conflicto casi inevitable, entre el número uno y el dos, que usualmente quiere subir ese último peldaño.
El riesgo de ser el nuevo Reutemann
En el peronismo crecen dos certezas: Scioli no tiene la voluntad de disputar a Cristina la candidatura presidencial y sólo se postularía para el premio mayor si ella declina la búsqueda de su reelección. Y la segunda: Este es y será el mejor momento del gobernador.
La última hipótesis mezcla la mitología sobre la maldición que impide acceder por elecciones limpias a la Presidencia a los gobernadores bonaerenses, con el análisis del efecto desgastante de un segundo mandato bonaerense sobre Scioli, que para peor será un “pato rengo” sin posibilidad de pelear por un tercer período.
Es decir que la única salida que le queda es hacia arriba, como corresponde a todo laberinto. Y por ello en la discusión del kirchnerismo con Scioli se mezclan varias cosas, que a veces cuesta discernir. La urgencia es evitar su postulación presidencial y pastorearlo hacia la gobernación.
Pero aún cuando Scioli se disciplina con este programa, las agresiones no ceden. Porque allí se inicia la discusión del 2015, ya que Cristina tampoco tendrá derecho a una nueva reelección. Y si hay alguien que no garantiza para el kirchnerismo la continuidad del “modelo”, ese es Scioli.
Por eso el apoyo a Martín Sabbatella es presente y futuro para los kirchneristas. Permite condicionar al gobernador apoyando el crecimiento de una fuerza oficialista a nivel nacional pero opositora en la provincia; y al mismo tiempo al minar su proyección electoral y potenciar la de Cristina -que llevaría a ambas boletas-, boicotea sus posibilidades como candidato presidencial para el 2015.
El análisis es simple pero efectivo si se confirma en la realidad. Un Scioli que este año saque en la provincia entre 10 y 15 puntos menos que Cristina, ya no sería número puesto para el 2015.
En rigor, lo que le sucede a Scioli es una consecuencia lógica de la relación dialéctica que el kirchnerismo estableció con el PJ: Kirchner en su momento y Cristina ahora se encargaron de alentar en cada distrito –incluso a nivel municipal- propuestas “puras” frente a los líderes que expresaban el peronismo tradicional. Una manera de construcción de poder que mira al PJ desde la desconfianza, pero no reniega de su formidable maquinaria política y la aprovecha al máximo.
Ahora a Scioli que curiosamente quedó ubicado en la vereda del peronismo “ortodoxo”, le salió un Sabbatella. Maravillas del kirchnerismo que gobierna hace siete años con puño de hierra la Argentina y sin embargo, todavía logra trasuntar una ilusión de rebeldía contra los poderes establecidos. Esos que se supone son los que apoyan a Scioli.
Y todavía faltan varios capítulos de esta trama. Porque al Gobierno le quedan varias cartas por jugar. Por ejemplo, una no menor podría protagonizar el intendente de Tigre, Sergio Massa, que según la mayoría de las encuestas hechas en la provincia, sigue ubicado entre los primeros tres lugares con Scioli y Francisco de Narváez.
Llegado el caso, Massa no descarta una alianza con Sabbatella. Difícil por los perfiles ideológicos de sus seguidores, pero posible desde lo generacional y el discurso de la “gestión” como eje de sus propuestas. Y es el intendente de Tigre además un puente con Bruera.
Si esos tres actores confluyeran en una propuesta para la provincia, Scioli pasaría del escenario de daño acotado a peligro real para la continuidad de su proyecto. Así las opciones que se le presentan por estas horas son todas más o menos incómodas.
Si sigue como si nada, alineado en lo formal con la reelección de Cristina y buscado repetir en la provincia, el kirchnerismo responderá a ese amor con frialdad e impulsará todas las jugadas posibles para deteriorar su volumen electoral. Es decir, quedará en las puertas de sufrir el síndrome Reutemann: la gran esperanza blanca que al final no fue.
Y si se decide a dar la pelea grande y romper con el gobierno nacional, deberá pasar sin escalas de la imagen del muchacho bueno y leal a la áspera pelea para construir poder en serio, con todos sus rigores.
La solución a todos sus males sería que Cristina opte por no presentarse y entonces sí el momento y el hombre coincidirían de manera inmejorable. Los próximos meses dirán si el destino vuelve a ser tan generoso con Scioli, como lo fue hasta ahora. (La Política OnLine).
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