(*) por la licenciada Patricia Gubbay de Hanono, directora de Hémera, centro de estudios del estrés y la ansiedad
Hay una canción que dice que para estar en el cielo no es preciso morir. Yo agregaría que para estar en el infierno tampoco. El miedo intenso y continuado a lo largo de muchos años puede ser parecido a vivir en el peor de los mundos. Cuando esta emoción tiene que ver con tenerles miedo a los otros la sensación es mucho peor aún.
No es lo mismo evitar situaciones sociales, que evitar el contacto con los
perros o renunciar a viajar en avión. El mundo está lleno de gente y para vivir hay que interactuar con ellas. Si salimos a la calle a comprar pan, si vamos al colegio o a la facultad, si alguien cumple años y estamos invitados, si se arman grupos para estudiar, o en otra cantidad de situaciones, otras personas están siempre presentes.
Las sensaciones que aparecen (y digo aparecen porque no se pueden controlar ni suprimir) en el cuerpo cuando el miedo es intenso, son muy difíciles de tolerar. El corazón comienza a latir cada vez más rápido, la sensación de falta de aire, la sudoración, el enrojecimiento de las mejillas, la aparición de manchas coloradas en el cuello y el escote y a veces hasta mareos y temblequeo en las piernas, son los síntomas que se desencadenan cada vez que se debe afrontar alguna situación social.
Las pensamientos que invaden la mente son del estilo de: qué van a pensar de mi, van a pensar que soy un idiota, un inútil, un tonto, no sirvo para nada, etc.
Aislarse, esconderse, poner excusas, sufrir en silencio son solo algunas de las conductas que eligen estas personas para escapar del calvario. Sin embargo hay algunos que deciden afrontar aquello que les causa temor pero con un costo emocional muy alto.
Si tienen que presentarse a un examen oral o tienen que hablar en una reunión de trabajo lo hacen sobreponiéndose al pánico que les causa pensar que se van a quedar paralizados sin ser capaces de pronunciar una sílaba o que todos se van a dar cuenta de lo que les pasa y se van a reír de ellos a carcajadas delante de ellos o a sus espaldas.
Nadie puede imaginarse el sufrimiento de quien padece este trastorno. Quieren tener una vida normal salir a comer con amigos, concertar una cita con otra persona, ir a algún curso, o simplemente acercarse a alguien en la vía publica para preguntar por alguna calle. Nada de esto es posible en el mundo del fóbico social. Lo que todos hacemos con tanta naturalidad para ellos es una hazaña increíble.
Quieren pero no pueden. Algunos allegados creen que no hacen los suficientes esfuerzos para superar el problema. No entienden, porque el miedo es irracional.
No todos los fóbicos sociales son iguales. Hay algunos que no se animan a hablar en público o sea no pueden dar exámenes orales. Prefieren no presentarse o pararse frente a una pregunta del profesor y decir que no estudiaron cuando en realidad están evitando las sensaciones que aparecerán si se quedan algún tiempo en la escena. Otros tienen miedo a relacionarse con el sexo opuesto. No van a fiestas ni a bares ni a reuniones donde haya gente desconocida.
Como consecuencia no tienen pareja y miran a sus pares pensando que nunca van a poder tener, ni sentir lo que ellos tienen y sienten.
Muchos arrastran el problema desde la infancia otros empiezan a registrar el problema en la adolescencia. La adolescencia se les pasa y los primeros años de la juventud también. Cuando están por llegar a los 30 muchos toman conciencia que de seguir así no van a poder ser parte de nada, que van a estar condenados a la soledad y al sufrimiento o a lo sumo van a seguir con relaciones virtuales a través de la computadora, que son las únicas que pueden entablar sin que aparezcan los síntomas.
Muchos participan de foros donde hablan con otros que tiene el mismo problema. Es una manera de no sentirse solos, ni prisioneros del destino.
Afortunadamente hoy en día pueden informarse y buscar ayuda a través de Internet. Muchos buscan ayuda profesional y la encuentran. Pero todavía falta la peor parte. Tienen que llamar concertar una entrevista y más tarde cuando llegue el día de la cita no echarse atrás y asistir. Todo ese proceso esta plagado de idas y vueltas que muchas veces se logran superar.
Hémera, centro de estudios para el estrés y la ansiedad, aparece como una de las alternativas para tratar el problema. Nuestra propuesta es original ya que integramos técnicas de la terapia cognitiva comportamental con las técnicas actorales. La terapia se realiza en grupo de hasta 8 personas.
Aquellos que asisten aprenden a soltar el cuerpo, la voz, a ocupar un lugar en el mundo sin el temor de ser juzgados y condenados por las otras personas con quienes se comparte la vida. Éstas dejan de ser tribunales que condenan y se transforman en personas con las cuales se pasa a tener una relación de igualdad. Los síntomas dejan de ser tan intensos para transformarse en sensaciones tolerables y conocidas. Siendo el miedo la resultante entre una amenaza y los recursos que se tiene para afrontarla, cuanto más recursos setienen menor es la amenaza y cuanto menor es la amenaza menores son los síntomas que, en definitiva, son solo respuestas a una situación
interpretada como peligrosa.
Como coordinadora del taller de fobia social de nuestro centro, es muy gratificante para mi ver al final del proceso terapéutico cómo personas que acuden con una pequeña esperanza logran revertir una situación que los ha tenido prisioneros durante mucho tiempo. Recuperan así la posibilidad de estar en el mundo con sus semejantes sin experimentar tanto sufrimiento y pudiendo ser parte de un todo que los contiene y los estimula a participar de situaciones que antes hubieran sido impensadas para ellos. (Asteriscos Tv).
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