"Faltan 18 días para las elecciones. Pero ese no es el único número que mantiene en vilo a los candidatos. Existen otros, expresados casi siempre en porcentajes, que se convirtieron en el dato clave de la parafernalia proselitista: los números de las encuestas. Si los sondeos que miden la intención de voto o la imagen de los políticos evidencian buenos augurios, todos festejan. El problema es que no siempre muestran lo que ellos quieren. Y, entonces, llega el estrés: que si caen por goleada, que si cambian la estrategia de campaña, que si entran en una meseta, que se empantanan y el ahogo se presenta. Desde Néstor Kirchner hasta Gabriela Michetti y desde Francisco De Narváez hasta Julio Cobos y Elisa Carrió, la mayoría de los dirigentes tiene hoy un encuestador de confianza. Una figura a la que escuchan con atención y, los más osados, ya definen como los nuevos gurúes de la política argentina.
“La diferencia es que nosotros no hacemos magia”, dispara Analía Del Franco, directora de la consultora Analogías. “Trabajamos sobre datos empíricos y los números son los que hablan. Uno intenta darles a los clientes la mejor información. De todos modos, también hay diferentes roles que toman los encuestadores. Algunos sólo hacen su trabajo de medición y otros están involucrados en los comités de campaña. En ese caso, se hace un diagnóstico más completo, se tiene una mirada más amplia de lo que sucede y, por ejemplo, en el caso de un candidato a intendente, como me tocó a mí una vez, uno puede tener información más directa e impactar en la gente de modo más fuerte.”
Hoy, sin embargo, la competencia termina en el Congreso. Y en medio de la carrera, una encuesta dio que hablar. El último domingo, el diario La Nación publicó que “las elecciones en la provincia de Buenos Aires (...) podrían arrojar un resultado no esperado por el gobierno”. Con 3,1 puntos de ventaja por sobre la lista del Frente para la Victoria, encabezada por el ex presidente Néstor Kirchner y el gobernador Daniel Scioli, la consultora Poliarquía –que tiene entre sus socios a Sergio Berensztein, Fabián Perechodnik y Alan Clutterbuk, entre otros– fue la única que ubicó al candidato de Unión-Pro, Francisco de Narváez, como ganador. Entre las primeras en dudar del sondeo, la candidata del Acuerdo Cívico y Social, Margarita Stolbizer, deslizó que “las encuestas son instrumentos de campaña de los que más gastan”. Por su parte, Elisa Carrió dejó entrever que “si no hay más trampas en las elecciones” se impondrán en la provincia y la diputada K, Patricia Vaca Narvaja, expresó que “se está produciendo una vasta campaña de manipulación de la opinión pública por medio de encuestas que persiguen dos objetivos: por un lado, instalar la idea de que el Gobierno perderá las elecciones y, por el otro, crear la sospecha de fraude si el resultado beneficia al oficialismo”.
Sin criticar a sus pares, el encuestador Ricardo Rouvier afirma: “Existe la creencia de que los números de las encuestas se dibujan. Pero, en ese caso, el investigador abandona su profesión para pasar a ser un operador político”. Una visión compartida por el ex canciller Rafael Bielsa. “Tengo un problema personal con esta herramienta –comenta–. Salvo honrosas excepciones, como Rouvier o Carlos Fara, que perdieron clientes potenciales por decir lo que los políticos no querían oír, considero que las encuestas se hacen a favor de quien las paga. Y, como sucedió con Poliarquía y el diario La Nación, se tratan lisa y llanamente de una operación. A mí me hicieron lo mismo en 2005. Buscaron polarizar la elección entre (Mauricio) Macri y Carrió, me pronosticaron 14 puntos y terminé sacando 22. Por eso, nunca les presté mucha atención. El mundo de las encuestas es un terreno hostil y fenicio.” El consultor Carlos Fara admite que “en ocasiones algunos ‘dibujan’ los números o son muy complacientes con sus clientes y siempre les llevan buenas noticias. Lo importante es ser cautelosos en la transmisión a los clientes. No se puede dramatizar o ponerse eufórico sólo por un dato positivo o negativo. El rol del consultor es saber leer las oportunidades estratégicas porque los políticos muchas veces comparan los datos y lo toman como una tendencia”.
A pesar del intento, al candidato porteño Aníbal Ibarra le fue mal: intentó una medición televisiva trucha, con el apoyo de militantes propios y no espontáneos, pero la maniobra saltó a la luz y terminó cayendo en las encuestas. Doris Capurro, directora de Consultora Capurro, explica: “A veces la gente descree de las encuestas porque cuando los resultados no gustan a un sector, se cree que el consultor es el culpable de la derrota. Y otras veces se presenta el caso de algunos que intentan manipularlas y eso realmente sirve poco. Los políticos creen que las mediciones sólo sirven para medir al primero, cual carrera de caballos. O intentan torcer las posibilidades de un candidato. Y sólo se trata de una herramienta que evalúa la percepción de la opinión pública y a partir de ello se definen estrategias de campaña”.
Por eso, las encuestas tienen sus adeptos. El ex presidente Eduardo Duhalde tiene devoción por los números que testean la opinión pública. Quienes lo conocen de cerca aseguran que, aun cuando no es candidato, utiliza las mediciones “para saber a quién le va mejor y proponer los nombres de las listas”. Una obsesión similar a la que tiene el gobernador bonaerense Daniel Scioli. Según un colaborador cercano, el ex motonauta “es un enfermo de los sondeos. Y mientras normalmente todos miden intención de voto a tres meses de las elecciones, Scioli empieza seis meses antes. Es más, sus discursos y hasta lo que hace delante de una cámara tienen que ver con lo que ‘le dicen’ las encuestas”. Su compañero de lista, Néstor Kirchner, no se queda atrás. Aunque tiene estilo propio. Es que si bien no pierde de vista las mediciones, los números no determinan su accionar porque “pueden decirle que tiene que bajar los decibeles pero después va a un acto y hace lo que quiere”, comenta un funcionario. En el PJ disidente, De Narváez y Macri se erigen como grandes admiradores de las encuestas. “Y le dan un gran valor técnico en el medio de la campaña –sostiene uno de sus asesores–. De todos modos, prefieren la de tipo cualitativo, que incluyen focus group, que las ‘cuanti’. Como vienen del palo empresarial, necesitan el marketing para sobrevivir. Para un político tradicional puede que sean aburridos: lo que les aconsejan las encuestas, tanto Macri como el Colorado lo siguen al pie de la letra”.
Para María José Lubertino, titular del Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (Inadi) y candidata a legisladora porteña por Encuentro Popular para la Victoria, hay una variable de ajuste: “Hay profesionales serios que analizan la opinión pública y sus estudios se convierten en una herramienta para trabajar en todo momento, no sólo el electoral. En el área de feminismo, derechos humanos o discriminación, por ejemplo, son un material fundamental para entender posturas y argumentar políticamente. Sin embargo, en época electoral, creo que sirven para saber por qué camino ir pero no determinan una elección. Estas se ganan o pierden por el trabajo, las ideas y los valores que uno defiende y no por el marketing que algunos, como Jaime Durán Barba con Macri y Michetti, defienden con el cotillón amarillo y el asfalto electoral”.
Lubertino apunta a derribar el mito construido con los indecisos y la posibilidad de que cambien el rumbo de una elección. “Lo cual es, claramente, una exageración”, sentencia Rouvier. Y explica: “La encuesta publicada incide poco en el resultado final de la votación. El beneficio es para aquellos que están bien posicionados y utilizan las encuestas como una herramienta más para recaudar fondos”. Fara coincide: “La gente más informada sobre los sondeos es la más politizada. Por lo tanto, tienen sus opciones definidas de antemano y no cambian fácilmente. Los indecisos, en cambio, no sólo no están politizados sino que tampoco siguen las encuestas. Pensar que terminan votando a ganador o al que va primero es una falacia”. Para Del Franco, además, “las mediciones son una forma de expresión de aquellos que no participan en política. Eso debería cambiar”.
El candidato a diputado nacional por Proyecto Sur, Fernando “Pino” Solanas, descree de esas realidades: “Las encuestas son un instrumento de lucha política. Tienen una direccionalidad y un dibujo, es decir, buscan los datos que marca el que paga. Y, por lo tanto, sólo son para quienes puedan afrontar semejante gasto. A nosotros, durante el verano, nos perjudicaron porque decían que el Gobierno estaba tentando a Aníbal Ibarra. Entones aparecíamos con números lamentables mientras a Ibarra lo hacían crecer”. A diferencia de aquellos tiempos, hoy Solanas se perfila como la sorpresa porteña, con un crecimiento constante en la intención de voto. El cineasta considera que “esa verdad se encuentra cuando uno habla con los amigos que tiene en las compañías que hacen estos trabajos. Así conocés los números reales”.
A favor o en contra, ningún político niega el poder de las encuestas. Y los profesionales sentencian: “Sin ellas, sería como si navegaran sin brújula”.
martes, junio 16, 2009
La patria encuestadora. Por Carlos Fara.
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