La automedicación es un problema de salud pública que tiene mil caras; desde la posibilidad de comprar sin receta medicamentos que no son de venta libre hasta los anuncios publicitarios en revistas de tirada masiva donde productos de dudosa procedencia se ofrecen como “solución definitiva” a problemas que la ciencia médica le ha costado muchas décadas dilucidar.
Cada día hay más facilidad para acceder a un mercado sin control; lo cual adquiere verdadera gravedad cuando ese “mercado” es la salud.
El espacio virtual de Internet también se transformó en escenario de este mercado. Médicos, psicólogos, sociólogos, analistas de tendencias en los nuevos medios digitales y muchos otros profesionales intentan desde hace un tiempo dilucidar las causas de un peligroso fenómeno que no deja de crecer: la compra de medicamentos sin receta médica (y en países como la Argentina, ilegalmente) vía Internet.
De hecho, el 30% del tráfico de spam corresponde a avisos de venta de medicamentos, de una lista encabezada por fármacos que sólo deberían venderse y utilizarse bajo estricto control médico. Los principales objetos de este mercado son fármacos relacionados con el estilo de vida, tales como ansiolíticos, antidepresivos o las pastillas usadas para tratar la disfunción eréctil.
En nuestro país, la Ley N° 16.463 prohíbe “toda forma de anuncio al público de los productos cuyo expendio sólo haya sido autorizado bajo receta”; y en 2005, la Administración Nacional de Medicamentos, Alimentos y Tecnología Médica (ANMAT) emitió la Disposición Nº 4980, en la cual estableció que Internet no puede ser utilizada como mecanismo de venta directa de especialidades medicinales, ni tampoco de medicamentos fitoterápicos de venta libre, promocionados como “terapias naturales”.
Asimismo, la ANMAT recomendó a través de diversos comunicados a toda la población que se abstenga de adquirir y consumir cualquier tipo de fármaco de procedencia desconocida y que no se expenda por las vías legítimas de comercialización.
No obstante, por tratarse de un fenómeno globalizado, la venta de medicamentos vía web es muy difícil de controlar, y resulta por lo tanto terreno fértil para el “mercado negro”, ya que el circuito de las farmacias está sujeto a control oficial: la Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que los medicamentos adulterados –que se venden por fuera del circuito legal– alcanzan al 1% del mercado en los países más desarrollados, pero representaría cerca de un 10% nivel global y en algunos países podría ser hasta del 30%.
Tabúes que subsisten
Cremas “milagrosas” y remedios “mágicos” son anzuelos fáciles para quien tiene un problema del cual le resulta difícil hablar: “Hay mucha gente que recién consulta cuando este tipo de ‘opciones’ han fallado a la hora de resolver su problema”, apunta el doctor Fabián Gómez, médico urólogo, y asesor científico en la Argentina de Boston Medical Group (BMG), alianza internacional de centros de salud especializados en el tratamiento de las disfunciones sexuales masculinas.
En cada persona, una afección requiere siempre un diagnóstico, la elaboración de una historia clínica, la evaluación de las causas y los factores de riesgos y, en caso de ser necesario, la aplicación del tratamiento adecuado.
Pero según Gómez, esto que en casi todas las áreas de la salud está absolutamente claro, no lo está tanto cuando las personas padecen una disfunción sexual.
Allí parecieran tomarlo, en muchos casos, de manera muy diferente: “Es que es un terreno de la vida en el que aun subsisten muchos tabúes, y eso motiva la persistencia del pensamiento mágico –señala–. Por eso muchos se niegan a pensar que detrás de una disfunción sexual, por ejemplo, puede haber una patología orgánica que es necesario descubrir”.
De acuerdo con estadísticas llevadas a cabo por el BMG entre sus pacientes, la disfunción eréctil suele ser una manifestación precoz –y, por lo tanto, un indicador temprano– de afecciones cardiovasculares. Sin embargo, sigue siendo muy fuerte el prejuicio que liga este tipo de problemas con una falsa idea de la masculinidad, que hace que muchos varones se encierren con su dificultad en lugar de hacerse cargo seriamente del problema y consultar a un especialista. La recurrencia a “productos milagrosos” es otra de las caras de este problema.
A bajo costo y a sólo un click, suelen ofrecerse vía Internet sustancias supuestamente “vigorizantes”, con componentes “naturales” que casi nunca son especificados en un prospecto y de dudosa procedencia y presentación, prometiendo hacer que la persona logre aquello que tanto lo preocupa y por lo que tal vez no se anima a consultar: “El paciente que los ha probado viene a la consulta como con cierto arrepentimiento, porque siente que lo han estafado –relata el especialista–. Estas pastillitas, hechas en general con sustancias del tipo energizantes sólo tienen efecto en un número muy pequeño de personas, en los cuales la disfunción eréctil se debe puramente a causas psicológicas: actúan por efecto placebo”.
En tales casos, explica, la persona “cree” que la pastilla va a servirle, y eso le puede dar confianza en el momento de la relación sexual, pero de ninguna manera se trata de fármacos indicados para el tratamiento de la disfunción sexual, ni son capaces de generarle una erección a una persona en la que la disfunción tenga una base orgánica.
Espacios reales y virtuales
Diferente es el caso del varón que, sin consultar al médico por su dificultad eréctil, decide automedicarse adquiriendo drogas como el sildenafil y tomándolas por su cuenta: si la falta de erección fuera, por ejemplo, un síntoma de dificultades en el sistema circulatorio o de una dislipidemia –cosa que sucede en la mayoría de los varones mayores de 40 años–, se estaría acallando esa especie de aviso que el organismo da, lo cual implica un grave riesgo para la salud y la vida del paciente.
Por otra parte, apunta Gómez en relación con los medicamentos del tipo de la ya famosa “pastillita azul”, resulta “irrisorio pensar que puede haber un medicamento que sirva para todo el mundo”.
Los fármacos comprados en estas “farmacias online” no suelen ofrecer ninguna garantía de calidad, de autenticidad ni de procedencia de los productos, ni de su fecha de vencimiento.
Nadie puede asegurar que los envases realmente contengan lo que dicen contener, ni que en caso de que así sea, las sustancias hayan estado sujetas a las adecuadas condiciones de conservación que requieren. Los productos comprados a través de esta modalidad comercial muchas veces ni siquiera cuentan con un prospecto adecuado que informe sobre las características, efectos y seguridad del medicamento.
La autoridad sanitaria estadounidense (FDA), que desde 2001 multiplicó los procedimientos de incautación de medicamentos falsos, comenzó a recibir desde 2004 notificaciones del laboratorio productor de sildenafil de que estaban circulando en el mercado copias falsas de dicha droga. Los productos falsificados que se incautaron consecuentemente en la frontera mexicana no contenían ningún ingrediente activo, o bien lo contenían sólo en muy pequeña cantidad.
Similares resultados obtuvo en julio de 2005 el Observatorio de Medicamentos de Abuso conformado por el Colegio de Farmacéuticos de Barcelona, en España, cuando se puso a analizar muestras obtenidas en compras online. Un año después, expertos de la OMS suscribieron en la Declaración de Roma el compromiso internacional de luchar contra el flagelo de los medicamentos falsificados.
Recientemente ha llamado la atención el consumo de sildenafil en los varones más jóvenes, que no tienen ninguna necesidad de hacerlo, con fines recreativos y en muchos casos mezclado con bebidas alcohólicas, energizantes y otras sustancias que puede transformarse en un cóctel fatal.
No sólo lo compran por Internet, sino que además existen circuitos ilegales de venta de la “pastillita azul” que la pone al alcance de ellos con mucha facilidad.
¿Medicar a mansalva?
El especialista reflexiona: “Si comparamos la disfunción sexual con cualquier otro tipo de patologías, como por ejemplo la hipertensión arterial, ¿a alguien se le ocurriría decir: ‘Tome esta pastillita’, independientemente de saber qué patologías tiene, a qué se debe su aumento de presión, cuál es la edad del paciente…?”
Sin embargo, ciertas cuestiones folklóricas tienen su peso: “Sobre sexo, como sobre fútbol, todos creemos saber; y entonces ante una dificultad es muy común que aparezca un amigo recomendando eso que para él funcionó, pero que para otro puede ser fatal”. Esa, señala, es una de las principales tentaciones de las que hay que rehuir.
Cualquier tipo de automedicación está desde ya contraindicada, porque ningún medicamento es inocuo: o es beneficioso si está bien prescripto y bien usado, o es perjudicial. “Cada paciente es un mundo aparte, y cada cual tiene que tener un diagnóstico para su patología. Las drogas no son ni buenas ni malas en sí mismas, pero medicar sin conocer la causa es como ir a comprar zapatos sin saber qué número se calza”.
Esto que parece tan claro, suele tornarse borroso cuando persisten mitos y tabúes que dificultan el poder hablar claramente, como sigue sucediendo en ese terreno tan significativo para todos los seres humanos como lo es el de la sexualidad.
Cada día hay más facilidad para acceder a un mercado sin control; lo cual adquiere verdadera gravedad cuando ese “mercado” es la salud.
El espacio virtual de Internet también se transformó en escenario de este mercado. Médicos, psicólogos, sociólogos, analistas de tendencias en los nuevos medios digitales y muchos otros profesionales intentan desde hace un tiempo dilucidar las causas de un peligroso fenómeno que no deja de crecer: la compra de medicamentos sin receta médica (y en países como la Argentina, ilegalmente) vía Internet.
De hecho, el 30% del tráfico de spam corresponde a avisos de venta de medicamentos, de una lista encabezada por fármacos que sólo deberían venderse y utilizarse bajo estricto control médico. Los principales objetos de este mercado son fármacos relacionados con el estilo de vida, tales como ansiolíticos, antidepresivos o las pastillas usadas para tratar la disfunción eréctil.
En nuestro país, la Ley N° 16.463 prohíbe “toda forma de anuncio al público de los productos cuyo expendio sólo haya sido autorizado bajo receta”; y en 2005, la Administración Nacional de Medicamentos, Alimentos y Tecnología Médica (ANMAT) emitió la Disposición Nº 4980, en la cual estableció que Internet no puede ser utilizada como mecanismo de venta directa de especialidades medicinales, ni tampoco de medicamentos fitoterápicos de venta libre, promocionados como “terapias naturales”.
Asimismo, la ANMAT recomendó a través de diversos comunicados a toda la población que se abstenga de adquirir y consumir cualquier tipo de fármaco de procedencia desconocida y que no se expenda por las vías legítimas de comercialización.
No obstante, por tratarse de un fenómeno globalizado, la venta de medicamentos vía web es muy difícil de controlar, y resulta por lo tanto terreno fértil para el “mercado negro”, ya que el circuito de las farmacias está sujeto a control oficial: la Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que los medicamentos adulterados –que se venden por fuera del circuito legal– alcanzan al 1% del mercado en los países más desarrollados, pero representaría cerca de un 10% nivel global y en algunos países podría ser hasta del 30%.
Tabúes que subsisten
Cremas “milagrosas” y remedios “mágicos” son anzuelos fáciles para quien tiene un problema del cual le resulta difícil hablar: “Hay mucha gente que recién consulta cuando este tipo de ‘opciones’ han fallado a la hora de resolver su problema”, apunta el doctor Fabián Gómez, médico urólogo, y asesor científico en la Argentina de Boston Medical Group (BMG), alianza internacional de centros de salud especializados en el tratamiento de las disfunciones sexuales masculinas.
En cada persona, una afección requiere siempre un diagnóstico, la elaboración de una historia clínica, la evaluación de las causas y los factores de riesgos y, en caso de ser necesario, la aplicación del tratamiento adecuado.
Pero según Gómez, esto que en casi todas las áreas de la salud está absolutamente claro, no lo está tanto cuando las personas padecen una disfunción sexual.
Allí parecieran tomarlo, en muchos casos, de manera muy diferente: “Es que es un terreno de la vida en el que aun subsisten muchos tabúes, y eso motiva la persistencia del pensamiento mágico –señala–. Por eso muchos se niegan a pensar que detrás de una disfunción sexual, por ejemplo, puede haber una patología orgánica que es necesario descubrir”.
De acuerdo con estadísticas llevadas a cabo por el BMG entre sus pacientes, la disfunción eréctil suele ser una manifestación precoz –y, por lo tanto, un indicador temprano– de afecciones cardiovasculares. Sin embargo, sigue siendo muy fuerte el prejuicio que liga este tipo de problemas con una falsa idea de la masculinidad, que hace que muchos varones se encierren con su dificultad en lugar de hacerse cargo seriamente del problema y consultar a un especialista. La recurrencia a “productos milagrosos” es otra de las caras de este problema.
A bajo costo y a sólo un click, suelen ofrecerse vía Internet sustancias supuestamente “vigorizantes”, con componentes “naturales” que casi nunca son especificados en un prospecto y de dudosa procedencia y presentación, prometiendo hacer que la persona logre aquello que tanto lo preocupa y por lo que tal vez no se anima a consultar: “El paciente que los ha probado viene a la consulta como con cierto arrepentimiento, porque siente que lo han estafado –relata el especialista–. Estas pastillitas, hechas en general con sustancias del tipo energizantes sólo tienen efecto en un número muy pequeño de personas, en los cuales la disfunción eréctil se debe puramente a causas psicológicas: actúan por efecto placebo”.
En tales casos, explica, la persona “cree” que la pastilla va a servirle, y eso le puede dar confianza en el momento de la relación sexual, pero de ninguna manera se trata de fármacos indicados para el tratamiento de la disfunción sexual, ni son capaces de generarle una erección a una persona en la que la disfunción tenga una base orgánica.
Espacios reales y virtuales
Diferente es el caso del varón que, sin consultar al médico por su dificultad eréctil, decide automedicarse adquiriendo drogas como el sildenafil y tomándolas por su cuenta: si la falta de erección fuera, por ejemplo, un síntoma de dificultades en el sistema circulatorio o de una dislipidemia –cosa que sucede en la mayoría de los varones mayores de 40 años–, se estaría acallando esa especie de aviso que el organismo da, lo cual implica un grave riesgo para la salud y la vida del paciente.
Por otra parte, apunta Gómez en relación con los medicamentos del tipo de la ya famosa “pastillita azul”, resulta “irrisorio pensar que puede haber un medicamento que sirva para todo el mundo”.
Los fármacos comprados en estas “farmacias online” no suelen ofrecer ninguna garantía de calidad, de autenticidad ni de procedencia de los productos, ni de su fecha de vencimiento.
Nadie puede asegurar que los envases realmente contengan lo que dicen contener, ni que en caso de que así sea, las sustancias hayan estado sujetas a las adecuadas condiciones de conservación que requieren. Los productos comprados a través de esta modalidad comercial muchas veces ni siquiera cuentan con un prospecto adecuado que informe sobre las características, efectos y seguridad del medicamento.
La autoridad sanitaria estadounidense (FDA), que desde 2001 multiplicó los procedimientos de incautación de medicamentos falsos, comenzó a recibir desde 2004 notificaciones del laboratorio productor de sildenafil de que estaban circulando en el mercado copias falsas de dicha droga. Los productos falsificados que se incautaron consecuentemente en la frontera mexicana no contenían ningún ingrediente activo, o bien lo contenían sólo en muy pequeña cantidad.
Similares resultados obtuvo en julio de 2005 el Observatorio de Medicamentos de Abuso conformado por el Colegio de Farmacéuticos de Barcelona, en España, cuando se puso a analizar muestras obtenidas en compras online. Un año después, expertos de la OMS suscribieron en la Declaración de Roma el compromiso internacional de luchar contra el flagelo de los medicamentos falsificados.
Recientemente ha llamado la atención el consumo de sildenafil en los varones más jóvenes, que no tienen ninguna necesidad de hacerlo, con fines recreativos y en muchos casos mezclado con bebidas alcohólicas, energizantes y otras sustancias que puede transformarse en un cóctel fatal.
No sólo lo compran por Internet, sino que además existen circuitos ilegales de venta de la “pastillita azul” que la pone al alcance de ellos con mucha facilidad.
¿Medicar a mansalva?
El especialista reflexiona: “Si comparamos la disfunción sexual con cualquier otro tipo de patologías, como por ejemplo la hipertensión arterial, ¿a alguien se le ocurriría decir: ‘Tome esta pastillita’, independientemente de saber qué patologías tiene, a qué se debe su aumento de presión, cuál es la edad del paciente…?”
Sin embargo, ciertas cuestiones folklóricas tienen su peso: “Sobre sexo, como sobre fútbol, todos creemos saber; y entonces ante una dificultad es muy común que aparezca un amigo recomendando eso que para él funcionó, pero que para otro puede ser fatal”. Esa, señala, es una de las principales tentaciones de las que hay que rehuir.
Cualquier tipo de automedicación está desde ya contraindicada, porque ningún medicamento es inocuo: o es beneficioso si está bien prescripto y bien usado, o es perjudicial. “Cada paciente es un mundo aparte, y cada cual tiene que tener un diagnóstico para su patología. Las drogas no son ni buenas ni malas en sí mismas, pero medicar sin conocer la causa es como ir a comprar zapatos sin saber qué número se calza”.
Esto que parece tan claro, suele tornarse borroso cuando persisten mitos y tabúes que dificultan el poder hablar claramente, como sigue sucediendo en ese terreno tan significativo para todos los seres humanos como lo es el de la sexualidad.
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