BUENOS AIRES, Mayo 11, (PUNTO CERO-La Política On Line) Seguirían Alberto Fernández, Jorge Taiana y Carlos Zanini. Néstor Kirchner rompería formalmente con el PJ para armar una nueva fuerza de “centroizquierda”. Un reconocimiento y una inquietud: ¿Por qué el notable marasmo del gobierno nacional no debería golpear la candidatura de la mujer del Presidente?
Por Joaquín Morales Solá
Será ella y no él. Devoto de los secretos, el kirchnerismo no ha hecho pública aún la decisión que ya se tomó en el vértice final del poder: la candidata presidencial del oficialismo en las elecciones de octubre será, definitivamente, Cristina Kirchner y no su esposo, el actual presidente. Dos ministros y un secretario de Estado han confirmado la noticia, que promovió un reducido número de dirigentes con el propio Néstor Kirchner a la cabeza.
Las circunstancias han cambiado en las últimas semanas. Antes era el Presidente la carta fuerte del oficialismo, pero ahora quizá lo sea su propia esposa. La senadora ha esquivado con habilidad todos los obstáculos y escándalos de los últimos tiempos. Aspira a ser la renovación y lo nuevo habiendo sido una parte importante del poder de los últimos cuatro años. Si consumara ese proyecto, no sería una conquista política menor.
Miremos los sucesos recientes. La televisión argentina registraba a un presidente enojado por los vaivenes de la inflación, inquieto por las sospechas que mojan a sus funcionarios en el caso Skanska y sorprendido hasta la estupefacción por la rebelión de los santacruceños que le perdieron el miedo. Al mismo tiempo, los fotógrafos captaban a la senadora departiendo con líderes extranjeros en Francia, en Venezuela, en México o en los Estados Unidos. Departía o decía discursos, algunos novedosos, sobre la política exterior, una cuestión que aburre hasta el bostezo a su esposo.
Kirchner comenzó a sentir las consecuencias de un sistema de gobierno demasiado centralizado. La política y el Estado terminan siempre convergiendo en su despacho. Cuando Roberto Lavagna se fue del Ministerio de Economía, llegaron allí Felisa Miceli y Guillermo Moreno. Pero sólo formalmente. Las riendas de la conducción real de la economía las tomó el propio Presidente. Los enormes magullones al Indec, que no se cicatrizaran por muchísimo tiempo, quedaron bajo la responsabilidad del mismo Kirchner. No hay ahora inflación buena o mala creíble. El Presidente se ha hecho cargo de eso.
Santa Cruz es una sublevación que nunca le sucedió a Menem en La Rioja en sus diez años de poder. Se mezclan en su contra los docentes y los vecinos, el obispo y el intendente. La casa privada del Presidente es zamarreada con absoluta irreverencia. El Presidente se trasladó, con todos sus bártulos incluidos, al más lejano y dócil El Calafate. Ni Néstor ni Cristina Kirchner, ni Alicia Kirchner ni Julio De Vido aparecen desde hace tiempo por Río Gallegos, la capital de la provincia.
Una aristocracia política que gobernó Santa Cruz durante la última década aparece, así, arrinconada por la insurrección. Kirchner es el autor de la pésima gestión del gobernador Carlos Sancho, a quien eligió en lugar del más eficiente e impertinente Sergio Acevedo. Kirchner prefiere, salvo varias excepciones en el gabinete nacional, funcionarios módicos de intelecto y dóciles de espíritu.
Kirchner siente que cuando tocan el Ministerio de Planificación lo están tocando a él. El caso Skanska estalló, como suele suceder con muchos asuntos, en su propio despacho. Sea como fuere, se trata de la primera vez que se habló en público de presuntos hechos de corrupción en la administración del actual presidente. Puso al jefe de Gabinete a cargo de la defensa y con esa decisión abroqueló a todo su gobierno en un escándalo que no tiene muchos defensores mediáticos.
El propio Kirchner aceptó en la intimidad que es el general cansado de un ejército cansado. Lo que nunca aceptará es que el mago se quedó sin conejos en la galera: sus recursos políticos son los que ya se conocen y la perspectiva no abriga otra esperanza que la repetición de lo que ya se ha visto.
Las encuestas señalan, hoy por hoy y cuando aún faltan más de cinco meses para las elecciones, que cualquiera de los dos Kirchner ganaría el próximo mandato presidencial. ¿Qué haría Kirchner en un eventual gobierno de su esposa? Una posibilidad hay que descartar de plano: la senadora no tendrá nunca el papel de un títere manejado a la distancia por el titiritero.
Pero necesitará de Kirchner. ¿Quién se haría cargo, si no él, de encolumnar a los barones del conurbano, de intentar disciplinar al ríspido Hugo Moyano o de moderar -ya que es imposible callarlo- al iconoclasta político Luis D Elía? Cristina Kirchner no quiere saber nada con ninguno de ellos.
Kirchner andará entre El Calafate y Olivos. "Espero que Cristina no me eche de Olivos", suele decir el Presidente socarronamente. Ha dicho también que se dedicará a los negocios privados, que han sido su primera vocación en la vida. Pero ¿cómo esconderá sus otras dos grandes vocaciones, que son la política y el poder?
Enhebrará, anticipó, el movimiento de centroizquierda de cuño kirchnerista puro. En rigor, el kircherismo existe sólo como un movimiento incipiente; es el viejo peronismo reciclado lo que respalda todavía al Presidente. El único problema insoluble es que el peronismo se recicla siempre y que siempre hay un líder distinto en condiciones de reciclarlo.
La senadora podría, dice el oficialismo, oxigenar el Gobierno. ¿Cuántos ministros y funcionarios de Kirchner se irían con Kirchner? Casi todos, si no todos. Sólo tres actuales jerarcas del Gobierno cuentan con la absoluta confianza de Cristina: Alberto Fernández, Carlos Zannini (secretario legal y técnico de la Presidencia) y el canciller Jorge Taiana. Al contrario, la senadora tiene una relación distante y sólo formal con De Vido y bastante fría con su cuñada, Alicia Kirchner.
Sin embargo, el propio Fernández es el que le aconseja un cambio total del gabinete si ella llegara a la jefatura del Estado. "El cambio deberá ser real, no sólo aparente", suele repetirle el jefe de Gabinete; él también coincide con la observación de que el equipo está fatigado tras cuatro años de concentración del poder en muy pocas manos.
La política exterior y el sistema de alianzas políticas internas serían las diferencias que instalaría la actual senadora. Tal vez pueda mirar las cosas también desde cierta distancia; el propio Kirchner acepta que él está hecho con la madera de la gestión diaria y que muy pocas veces puede observar el país y el mundo por encima de la coyuntura. En un aspecto serán siempre muy parecidos: le desconfían a la prensa con el mismo entusiasmo.
Por Joaquín Morales Solá
Será ella y no él. Devoto de los secretos, el kirchnerismo no ha hecho pública aún la decisión que ya se tomó en el vértice final del poder: la candidata presidencial del oficialismo en las elecciones de octubre será, definitivamente, Cristina Kirchner y no su esposo, el actual presidente. Dos ministros y un secretario de Estado han confirmado la noticia, que promovió un reducido número de dirigentes con el propio Néstor Kirchner a la cabeza.
Las circunstancias han cambiado en las últimas semanas. Antes era el Presidente la carta fuerte del oficialismo, pero ahora quizá lo sea su propia esposa. La senadora ha esquivado con habilidad todos los obstáculos y escándalos de los últimos tiempos. Aspira a ser la renovación y lo nuevo habiendo sido una parte importante del poder de los últimos cuatro años. Si consumara ese proyecto, no sería una conquista política menor.
Miremos los sucesos recientes. La televisión argentina registraba a un presidente enojado por los vaivenes de la inflación, inquieto por las sospechas que mojan a sus funcionarios en el caso Skanska y sorprendido hasta la estupefacción por la rebelión de los santacruceños que le perdieron el miedo. Al mismo tiempo, los fotógrafos captaban a la senadora departiendo con líderes extranjeros en Francia, en Venezuela, en México o en los Estados Unidos. Departía o decía discursos, algunos novedosos, sobre la política exterior, una cuestión que aburre hasta el bostezo a su esposo.
Kirchner comenzó a sentir las consecuencias de un sistema de gobierno demasiado centralizado. La política y el Estado terminan siempre convergiendo en su despacho. Cuando Roberto Lavagna se fue del Ministerio de Economía, llegaron allí Felisa Miceli y Guillermo Moreno. Pero sólo formalmente. Las riendas de la conducción real de la economía las tomó el propio Presidente. Los enormes magullones al Indec, que no se cicatrizaran por muchísimo tiempo, quedaron bajo la responsabilidad del mismo Kirchner. No hay ahora inflación buena o mala creíble. El Presidente se ha hecho cargo de eso.
Santa Cruz es una sublevación que nunca le sucedió a Menem en La Rioja en sus diez años de poder. Se mezclan en su contra los docentes y los vecinos, el obispo y el intendente. La casa privada del Presidente es zamarreada con absoluta irreverencia. El Presidente se trasladó, con todos sus bártulos incluidos, al más lejano y dócil El Calafate. Ni Néstor ni Cristina Kirchner, ni Alicia Kirchner ni Julio De Vido aparecen desde hace tiempo por Río Gallegos, la capital de la provincia.
Una aristocracia política que gobernó Santa Cruz durante la última década aparece, así, arrinconada por la insurrección. Kirchner es el autor de la pésima gestión del gobernador Carlos Sancho, a quien eligió en lugar del más eficiente e impertinente Sergio Acevedo. Kirchner prefiere, salvo varias excepciones en el gabinete nacional, funcionarios módicos de intelecto y dóciles de espíritu.
Kirchner siente que cuando tocan el Ministerio de Planificación lo están tocando a él. El caso Skanska estalló, como suele suceder con muchos asuntos, en su propio despacho. Sea como fuere, se trata de la primera vez que se habló en público de presuntos hechos de corrupción en la administración del actual presidente. Puso al jefe de Gabinete a cargo de la defensa y con esa decisión abroqueló a todo su gobierno en un escándalo que no tiene muchos defensores mediáticos.
El propio Kirchner aceptó en la intimidad que es el general cansado de un ejército cansado. Lo que nunca aceptará es que el mago se quedó sin conejos en la galera: sus recursos políticos son los que ya se conocen y la perspectiva no abriga otra esperanza que la repetición de lo que ya se ha visto.
Las encuestas señalan, hoy por hoy y cuando aún faltan más de cinco meses para las elecciones, que cualquiera de los dos Kirchner ganaría el próximo mandato presidencial. ¿Qué haría Kirchner en un eventual gobierno de su esposa? Una posibilidad hay que descartar de plano: la senadora no tendrá nunca el papel de un títere manejado a la distancia por el titiritero.
Pero necesitará de Kirchner. ¿Quién se haría cargo, si no él, de encolumnar a los barones del conurbano, de intentar disciplinar al ríspido Hugo Moyano o de moderar -ya que es imposible callarlo- al iconoclasta político Luis D Elía? Cristina Kirchner no quiere saber nada con ninguno de ellos.
Kirchner andará entre El Calafate y Olivos. "Espero que Cristina no me eche de Olivos", suele decir el Presidente socarronamente. Ha dicho también que se dedicará a los negocios privados, que han sido su primera vocación en la vida. Pero ¿cómo esconderá sus otras dos grandes vocaciones, que son la política y el poder?
Enhebrará, anticipó, el movimiento de centroizquierda de cuño kirchnerista puro. En rigor, el kircherismo existe sólo como un movimiento incipiente; es el viejo peronismo reciclado lo que respalda todavía al Presidente. El único problema insoluble es que el peronismo se recicla siempre y que siempre hay un líder distinto en condiciones de reciclarlo.
La senadora podría, dice el oficialismo, oxigenar el Gobierno. ¿Cuántos ministros y funcionarios de Kirchner se irían con Kirchner? Casi todos, si no todos. Sólo tres actuales jerarcas del Gobierno cuentan con la absoluta confianza de Cristina: Alberto Fernández, Carlos Zannini (secretario legal y técnico de la Presidencia) y el canciller Jorge Taiana. Al contrario, la senadora tiene una relación distante y sólo formal con De Vido y bastante fría con su cuñada, Alicia Kirchner.
Sin embargo, el propio Fernández es el que le aconseja un cambio total del gabinete si ella llegara a la jefatura del Estado. "El cambio deberá ser real, no sólo aparente", suele repetirle el jefe de Gabinete; él también coincide con la observación de que el equipo está fatigado tras cuatro años de concentración del poder en muy pocas manos.
La política exterior y el sistema de alianzas políticas internas serían las diferencias que instalaría la actual senadora. Tal vez pueda mirar las cosas también desde cierta distancia; el propio Kirchner acepta que él está hecho con la madera de la gestión diaria y que muy pocas veces puede observar el país y el mundo por encima de la coyuntura. En un aspecto serán siempre muy parecidos: le desconfían a la prensa con el mismo entusiasmo.
Hace poco, Cristina Kirchner demoró un regreso desde París para conocer a Nicolas Sarkozy.
Lo conoció y la asombró. Mujer de poder al fin y al cabo, encontró en el presidente electo francés la misma vocación y la misma voluntad que tiene ella para atrapar el poder antes de que la vida tenga más pasado que futuro. (PUNTO CERO-La Política On Line).
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