ESCOBAR, Setiembre 27, (PUNTO CERO) El descontento que causa el espectáculo mediático se ha convertido en uno de los rasgos más constantes de la política argentina. En donde quiera que se la observe, el quehacer político y quienes se dedican a él tienen una imagen pública desfavorable. A ese desprestigio suelen adjudicarse los últimos índices de abstención electoral, la poca popularidad de la mayoría de los gobernantes y candidatos, la escasa participación en los partidos, el alejamiento de los ciudadanos respecto del quehacer político e incluso la distancia –a veces rayana en la hostilidad– que llegan a tener los medios de comunicación respecto de la política y los políticos. Quizá siempre ha sido así y lo que ocurre ahora es que la exposición pública de esos desencuentros, frecuentemente desplegada con alarma por los propios medios, acentúa la sensación de que los políticos y la actividad que practican se encuentran alejados de la sociedad.
Ciudadanos, medios y asuntos públicos. Parcialidad y desinformación.
La política no ha dejado de ser la actividad ciudadana por excelencia que le adjudican la acepción y la tradición clásicas. De hecho es pertinente reconocer que, sin ciudadanos, no hay política. Pero la complejidad y el crecimiento de la sociedad contemporánea ha acentuado la tendencia, que siempre existió, a hacer de la política una actividad especializada y singular, distinta de otras. Allí se encuentra una de las causas iniciales del alejamiento entre los ciudadanos comunes y los profesionales de la política.
La política ha tenido que ser, cada vez más, una actividad profesional e institucional. Quienes la practican casi siempre deben dedicar a ella su interés primordial. Vivir para la política implica, por lo general, vivir de ella. Y eso, a menudo, implica promover o compartir intereses y una visión de los asuntos públicos distinta a los que tiene el ciudadano común.
Quienes ejercen tareas de gestión o representación se apartan de los ciudadanos de manera tan notoria que, por lo general, se habla de “políticos” y de “ciudadanos” como si los primeros no fueran, necesariamente, parte de los segundos. Todos los políticos son ciudadanos y en una democracia civilizada podría esperarse que todos los ciudadanos tuviesen interés y, al menos, un grado reconocible de participación política. Como sabemos, pocas veces ocurre así.
Ahora, en el extremo de esa distinción, es frecuente que a los ciudadanos sin compromisos políticos expresos se les adjudiquen virtudes que no se reconocen en quienes sí manifiestan abiertamente sus predilecciones políticas. La conformación de organismos de evaluación e incluso gestión de diversos asuntos públicos suele requerir, en nuestro país, de asesores o consejeros nucleados a veces en fundaciones, consultoras, etc. cuyo atributo inicial es el carácter de ciudadanos .En la proliferación de tales organismos puede advertirse una concepción un tanto elemental de la imparcialidad, como si la ecuanimidad y la capacidad para tomar decisiones con apego a la justicia no dependieran del raciocinio y la sensatez de quienes tienen tales responsabilidades sino, casi exclusivamente, de su independencia ¿formal? respecto de los partidos políticos.
La búsqueda de ciudadanos sin compromisos políticos explícitos para encargarse de algunas de las instituciones que regulan o supervisan el ejercicio de algunos de los derechos democráticos más significativos, constituye una de las expresiones más notorias de la desconfianza que parece imperar respecto de la política profesional y a quienes la practican. A esa distancia entre ciudadanos comunes y políticos profesionales obedece la enorme importancia que adquieren los medios de comunicación, tanto en la confección de la agenda de los asuntos públicos como en la construcción o modificación de consensos. Si entre políticos y ciudadanos no existiera la brecha que se advierte en las sociedad contemporánea –y que está muy ligada al descrédito que la actividad política suele tener entre la población en general.
– los medios no tendrían tanta relevancia como puentes entre unos y otros.
La función de los medios en esa relación entre ciudadanos y políticos tiene rasgos virtuosos y, también, perversos.
Sin los medios de comunicación, la política sería aun más ajena a los ciudadanos.
Gracias a los medios, los ciudadanos se enteran de los asuntos políticos y de los propósitos o aseveraciones de quienes los protagonizan. Los medios contribuyen, en tal sentido, a nutrir a la ciudadanía de uno de sus atributos fundamentales: la posibilidad de ser ejercida de manera informada y oportuna. En las sociedades de masas que tenemos hoy en día los medios se han convertido en articuladores –y a menudo en acaparadores – del espacio público. Sin ellos no podría haber iniciativas o mensajes políticos capaces de llegar a todos los ciudadanos. Además los medios desempeñan una importante función como contrapesos del poder político.Hoy en día no hay política sin medios.
En Argentina el 80% de los ciudadanos manifiesta que, cuando se entera de asuntos políticos, es a través de la televisión o la radio. Únicamente el 10% menciona a la prensa escrita como la fuente principal de su información política. Quizás este artículo pone en relieve los casi seguros resultados electorales del 2007. ¿Podemos evitarlo? de esto no estoy seguro, pero al menos debemos intentarlo ¿Qué le parece...? (PUNTO CERO).
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