La revaluación de las monedas ha sido vista como señal de desarrollo económico, pero en la Región podría pronosticar el regreso de nuevos ricos a pobres de siempre. Los países del SE asiático acumulan divisas, subvalúan sus monedas y regulan la entrada de capitales.
Las monedas latinoamericanas tienen fiebre. En 2011, si bien a algunas les bajó un poco (Brasil y Chile) y a otras el aumento de la temperatura no se les leyó directamente en el termómetro (Argentina), los casos de Perú, Colombia y varias naciones más muestran que el verano monetario está instalado con firmeza. Entre 2003 y 2011 el real se apreció un 97% y el peso colombiano un 56%. Fue una gran inversión para quienes tenían esas monedas en sus portafolios. No para los exportadores de manufacturas. Con la productividad de China creciendo a toda máquina y el valor de las monedas por el cielo es difícil mantenerse a flote para ellos.
En los únicos lugares en que se toman en serio la insolación son Brasília y Buenos Aires. En el resto de la región, los precios históricos de los commodities adormecen a las autoridades que temen más a la inflación que a la primarización creciente de sus economías.
El problema es que el objetivo noble de la estabilidad amenaza con comprometer la sustentabilidad en el largo plazo.
¿Cómo? Una tasa de cambio con propensión a sobrevaluarse tiende a alejar a la economía de un camino tecnológico consistente con el desarrollo económico: los altos precios de las materias primas y la sobreoferta de manufacturas baratas han empujado a los términos del intercambio a su nivel más favorable desde 1900. Pero cuando el ciclo se acabe, la región podría descubrir que no puede sostener su nivel de gasto y consumo.
Dilema
Para Silvia Matos, economista del Instituto Brasileiro de Economía (IBRE) de la Fundação Getúlio Vargas, el problema es que la región y Brasil no ahorran. “Hay que resaltar que el bajo nivel de ahorro doméstico tiene efectos importantes sobre la tasa de cambio efectiva”, dice en Rio de Janeiro.
Matos es partidaria del modelo desarrollado por Tamara Wajnberg, quien arguye que hay una relación directa entre ambas variables: “El tipo de cambio real subvaluado se asocia con los incentivos que estimulan el ahorro agregado. En igualdad de condiciones, la economía que proporciona mayores incentivos para el ahorro será la de cambio más devaluado”. Como conclusión, “las economías que ahorran más, también aparecen como las que crecen más”. No es el caso de Brasil, según la experta. “O sea, infelizmente, la tasa de cambio se revalúa -remarca- porque Brasil es un país con bajo ahorro doméstico, tanto privado como público. Ésta es nuestra realidad, nos guste o no”.
Como no hay dinero ahorrado, para crecer rápido hay que usar ahorro externo. “Cada vez que Brasil crece, necesita ahorro externo, obtiene entrada de recursos, vía déficit de cuenta corriente”, explica. “Entonces consumimos e invertimos encima de nuestras posibilidades. Para que esto sea viable la tasa de cambio se tiene que apreciar”.
Una reseña preparada por Rodrigo Lara Serrano indica que no todos están de acuerdo en Brasil con la explicación de Matos-Wainberg. Algunos, señala, piensan que la “causa” del bajo ahorro en realidad es un “efecto”. “En el debate brasileño hay dos posiciones teóricas sobre la relación entre el tipo de cambio efectivo y el ahorro interno”, dicen André Nassif, Carmem Feijó y Eliane Araújo, autores de “La tendencia de la sobrevaloración del tipo de cambio real en economías emergentes abiertas: El caso de Brasil”. Por un lado, la que sostiene Matos. Y, por otro, “la que nosotros apoyamos, que afirma que el efecto negativo inmediato de un país que adopta una estrategia de desarrollo económico basado en la absorción de ahorro externo es la apreciación del cambio real”. Lo que “implica un incremento artificial de salarios reales y consumo agregado y, en consecuencia, una reducción total en el ahorro doméstico”.
En la región existe una tercera mirada, dominante en los países de la costa del Pacífico, que no se preocupa demasiado por la apreciación. “Lo que ocurre es que, como la economía está generando ganancias relativas de productividad, significa que puede competir con una moneda más fuerte”, explica Alonso Segura, gerente de Área Estratégica de Inversiones y Estudios Económicos del Banco de Crédito del Perú. “Es un fenómeno natural. Cuando la economía tiene buenos fundamentos, tasas de crecimiento potencial más altas, es receptora neta de flujos de capital, posee una cuenta fiscal superavitaria, registra una ganancia de productividad relativa mejor que muchos de sus competidores”, agrega. Condiciones todas que “justifican un tipo de cambio más bajo e implica que tus industrias en promedio son capaces, por esas mejoras, de competir con un tipo de cambio más bajo”.
Más allá de las tres visiones, las tasas de cambio sobrevaluadas han creado una dependencia sutil: se han convertido en una herramienta anti inflacionaria. En Colombia, por ejemplo, el tipo de cambio alto también modula la inflación a la baja. “Es clave porque los bienes transables que importa el país pueden ingresar a precios más bajos”, dice Daniel Niño Tarazona, director de Investigaciones Económicas y Estrategias del Grupo Bancolombia. “El 80% de los bienes que Colombia importa sirven para el aparato productivo colombiano”.
Exportadores en peligro
Por el lado bueno, como dice Silvia Matos, “el control inflacionario genera estabilidad económica y caída constante de la tasa real de interés”, que incentiva las inversiones. La estabilidad “disminuye la incertidumbre que influye la toma de decisiones de inversión, lo que facilita la planificación de las empresas”.
Por el lado malo, un tipo de cambio real que tiende a revaluarse dificulta las exportaciones que no están basadas en dotaciones extraordinarias de recursos naturales. Y, aunque la relación no es totalmente directa, si falta una política de apoyo vigorosa a los emprendedores tecnológicos, la tendencia es a una caída de la tasa de emprendimiento de bienes y servicios destinados al exterior. ¿La razón? Es más rentable emprender para el mercado interno.
Las monedas latinoamericanas tienen fiebre. En 2011, si bien a algunas les bajó un poco (Brasil y Chile) y a otras el aumento de la temperatura no se les leyó directamente en el termómetro (Argentina), los casos de Perú, Colombia y varias naciones más muestran que el verano monetario está instalado con firmeza. Entre 2003 y 2011 el real se apreció un 97% y el peso colombiano un 56%. Fue una gran inversión para quienes tenían esas monedas en sus portafolios. No para los exportadores de manufacturas. Con la productividad de China creciendo a toda máquina y el valor de las monedas por el cielo es difícil mantenerse a flote para ellos.
En los únicos lugares en que se toman en serio la insolación son Brasília y Buenos Aires. En el resto de la región, los precios históricos de los commodities adormecen a las autoridades que temen más a la inflación que a la primarización creciente de sus economías.
El problema es que el objetivo noble de la estabilidad amenaza con comprometer la sustentabilidad en el largo plazo.
¿Cómo? Una tasa de cambio con propensión a sobrevaluarse tiende a alejar a la economía de un camino tecnológico consistente con el desarrollo económico: los altos precios de las materias primas y la sobreoferta de manufacturas baratas han empujado a los términos del intercambio a su nivel más favorable desde 1900. Pero cuando el ciclo se acabe, la región podría descubrir que no puede sostener su nivel de gasto y consumo.
Dilema
Para Silvia Matos, economista del Instituto Brasileiro de Economía (IBRE) de la Fundação Getúlio Vargas, el problema es que la región y Brasil no ahorran. “Hay que resaltar que el bajo nivel de ahorro doméstico tiene efectos importantes sobre la tasa de cambio efectiva”, dice en Rio de Janeiro.
Matos es partidaria del modelo desarrollado por Tamara Wajnberg, quien arguye que hay una relación directa entre ambas variables: “El tipo de cambio real subvaluado se asocia con los incentivos que estimulan el ahorro agregado. En igualdad de condiciones, la economía que proporciona mayores incentivos para el ahorro será la de cambio más devaluado”. Como conclusión, “las economías que ahorran más, también aparecen como las que crecen más”. No es el caso de Brasil, según la experta. “O sea, infelizmente, la tasa de cambio se revalúa -remarca- porque Brasil es un país con bajo ahorro doméstico, tanto privado como público. Ésta es nuestra realidad, nos guste o no”.
Como no hay dinero ahorrado, para crecer rápido hay que usar ahorro externo. “Cada vez que Brasil crece, necesita ahorro externo, obtiene entrada de recursos, vía déficit de cuenta corriente”, explica. “Entonces consumimos e invertimos encima de nuestras posibilidades. Para que esto sea viable la tasa de cambio se tiene que apreciar”.
Una reseña preparada por Rodrigo Lara Serrano indica que no todos están de acuerdo en Brasil con la explicación de Matos-Wainberg. Algunos, señala, piensan que la “causa” del bajo ahorro en realidad es un “efecto”. “En el debate brasileño hay dos posiciones teóricas sobre la relación entre el tipo de cambio efectivo y el ahorro interno”, dicen André Nassif, Carmem Feijó y Eliane Araújo, autores de “La tendencia de la sobrevaloración del tipo de cambio real en economías emergentes abiertas: El caso de Brasil”. Por un lado, la que sostiene Matos. Y, por otro, “la que nosotros apoyamos, que afirma que el efecto negativo inmediato de un país que adopta una estrategia de desarrollo económico basado en la absorción de ahorro externo es la apreciación del cambio real”. Lo que “implica un incremento artificial de salarios reales y consumo agregado y, en consecuencia, una reducción total en el ahorro doméstico”.
En la región existe una tercera mirada, dominante en los países de la costa del Pacífico, que no se preocupa demasiado por la apreciación. “Lo que ocurre es que, como la economía está generando ganancias relativas de productividad, significa que puede competir con una moneda más fuerte”, explica Alonso Segura, gerente de Área Estratégica de Inversiones y Estudios Económicos del Banco de Crédito del Perú. “Es un fenómeno natural. Cuando la economía tiene buenos fundamentos, tasas de crecimiento potencial más altas, es receptora neta de flujos de capital, posee una cuenta fiscal superavitaria, registra una ganancia de productividad relativa mejor que muchos de sus competidores”, agrega. Condiciones todas que “justifican un tipo de cambio más bajo e implica que tus industrias en promedio son capaces, por esas mejoras, de competir con un tipo de cambio más bajo”.
Más allá de las tres visiones, las tasas de cambio sobrevaluadas han creado una dependencia sutil: se han convertido en una herramienta anti inflacionaria. En Colombia, por ejemplo, el tipo de cambio alto también modula la inflación a la baja. “Es clave porque los bienes transables que importa el país pueden ingresar a precios más bajos”, dice Daniel Niño Tarazona, director de Investigaciones Económicas y Estrategias del Grupo Bancolombia. “El 80% de los bienes que Colombia importa sirven para el aparato productivo colombiano”.
Exportadores en peligro
Por el lado bueno, como dice Silvia Matos, “el control inflacionario genera estabilidad económica y caída constante de la tasa real de interés”, que incentiva las inversiones. La estabilidad “disminuye la incertidumbre que influye la toma de decisiones de inversión, lo que facilita la planificación de las empresas”.
Por el lado malo, un tipo de cambio real que tiende a revaluarse dificulta las exportaciones que no están basadas en dotaciones extraordinarias de recursos naturales. Y, aunque la relación no es totalmente directa, si falta una política de apoyo vigorosa a los emprendedores tecnológicos, la tendencia es a una caída de la tasa de emprendimiento de bienes y servicios destinados al exterior. ¿La razón? Es más rentable emprender para el mercado interno.
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