Murió un luchador. El hombre que recuperó el valor de la palabra política. El que la rescató como instrumento insuperable para transformar la sociedad. El que decidió rescatar la dignidad nacional rematada en la segunda década infame.
El que asumió la presidencia con apenas el 22% de los votos y con el país sumido en las consecuencias pavorosas de la peor crisis de su historia. El que negoció la deuda externa con una quita que la sociedad en sus sectores mayoritarios consideraba imposible. El que recuperó una economía arrasada. El que rompió con las supervisiones periódicas del FMI y denostó sus indicaciones que desde 1956 aprisionaban al país y lo conducían al suicidio. El que se enfrentó con diferentes corporaciones, como prerrequisito para diseñar otro país. El que acudió para que accedieran a la jubilación los desamparados de las AFJP y del neoliberalismo. E
l que siguiendo el legado de los próceres de la independencia tuvo un proyecto latinoamaericano, coronado con la presidencia de la UNASUR. El que le dijo no al ALCA cuando visitó el país el presidente George Bush. El que le abrió las puertas de la Casa Rosada a las organizaciones sociales y a los organismos de derechos humanos. El que consiguió que la economía se subordinara a la política. El que recuperó el peso de la clase obrera devolviendo parte de la legislación laboral arrasada, las convenciones colectivas, las paritarias. El que trató de ponerle un freno al mercado recuperando parte del poder del Estado.
El que continúo con el juzgamiento de los horrores del pasado, después de conseguir que se anularan las leyes de obediencia debida y punto final. El que auspició y concretó una Suprema Corte impecable. El que dispuso como política de estado no reprimir la protesta social. El que no temió enfrentarse a la Iglesia retardataria ni a las tapas de Clarín.
Murió un militante. Con la carga de grandeza que la palabra implica y que fue devaluada tantas veces desde la antipolítica. Que ocupó un lugar por momentos desproporcionado en la presidencia de su mujer con la que constituyeron una sociedad política, denostada por la oposición, los sectores económicos y el periodismo hegemónico con su prédica canallesca: esos que hablaban del matrimonio presidencial, el jefe de la jefa de estado o el ex presidente en ejercicio de la presidencia. Murió un militante. El que acompañó solidariamente a Cristina Fernández en los hitos de su presidencia: la resolución 125 que enfrentó al gobierno con las patronales del campo, la estatización de Aerolíneas y de las AFJP, la asignación por hijo, el matrimonio igualitario, la ley de medios audiovisuales y Papel Prensa que lo enfrentó con los grupos mediáticos mayoritarios.
Murió Néstor Kirchner, al que puede aplicarse aquella frase de John William Cooke: “Sólo ganan batallas los que están en ellas”
El presidente que volvió a ilusionar a muchos jóvenes que no eran seducidos por la política y que cumplió en gran medida su promesa inicial: “No dejare mis convicciones en la puerta de la casa de gobierno”
Murió un hombre que consagró su vida a la política con una enorme pasión. Incluso algunos de los puntos negros de su vida como su vocación y hasta gula hacia la riqueza lo hizo como instrumento para la carrera política. Forman parte de su pasivo, la intención de maquillar con heroicidad etapas de un pasado que carecían de esos atributos, manejos poco claro como los famosos fondos de Santa Cruz, algunas franjas de corrupción en su gobierno, la tendencia a imponer antes que a persuadir.
Fanático de Racing, con fuertes dosis de arbitrariedad, los hechos notables que consumó y sus discursos desafiantes y certeros dividieron a una sociedad argentina con apoyos populares y con odios viscerales. Muchas de las páginas escritas por el denominado periodismo “independiente” y hechos y declaraciones de una oposición con reminiscencias del primer centenario y del menemismo, pueden inscribirse en una antología de las páginas que compitan con las más miserables de la historia argentina. La alegría encubierta o manifiesta de los sectores económicos y de sus voceros políticos y periodísticos en los dos accidentes cardíacos anteriores, recordaron los brindis indignos que se hicieron en ocasión de la muerte de Evita.
El kirchnerismo (denominando de esa forma el período 2003-2011) fue en muchos aspectos una ruptura importante con la década del noventa que le costó sufrir una obstrucción empedernida de los sectores afectados, y en otros aspectos un continuismo por el cual padecía las críticas de una izquierda y centroizquierda, que al no percibir las diferencias con lo que se dejaba atrás, terminó siendo funcional a los que sangran por las heridas.
Los gobiernos de Néstor Kirchner y de Cristina Fernández, con sus más y con sus menos, son los mejores que ha conocido el país, junto con los de Yrigoyen y Perón en el siglo XX y XXI. Fue en ese sentido también, el más peronista de los gobiernos que usaron esa denominación. Los que no lo reconocieron desde sus propias filas como tales, son aquellos que nunca dejaron de ser menemistas, esa excrecencia del justicialismo. Los que no se equivocaron fueron los que siempre se opusieron a los gobiernos populares, los que invocan sus defectos pero lo atacan por sus virtudes.
Murió Néstor Kirchner. Con sus dosis de omnipotencia que lo llevaron a minimizar su segunda crisis cardíaca, que no tenía la gravedad que los buitres le atribuían, pero que necesitaba un período de tranquilidad que el ex presidente desechó con una vocación política suicida.
Murió Néstor Kirchner, cuando solo tenía 60 años en un luminoso día de primavera, feriado por el censo, cuya realización fue cuestionada por sectores de la oposición y de medios capaces de exteriorizar sin pudores sus miserias más profundas.
Su muerte abre un interrogante sobre la sostenibilidad de los avances concretados. Los déficits en la construcción política organizativa, una de sus limitaciones, incrementa la magnitud de la incertidumbre. Afortunadamente se encuentra en el ejercicio de la Presidencia de la Nación un cuadro político de envergadura que deberá remontar la soledad personal y el vacío de tamaña ausencia.
Ya se puede observar y escuchar que aquellos que lo combatieron hasta la descalificación extrema, encuentran en el Kirchner muerto las virtudes que le negaron cuando era el actor vivo excluyente.
Tal vez convenga adecuar ligeramente las líneas que Rodolfo Walsh escribió en la portada del diario Noticias por la muerte de Perón, bajo el título DOLOR: “El ex presidente Néstor Kirchner, figura central de la política argentina de la última década, murió hoy a las 9,15 horas. En la conciencia de millones de hombres y mujeres, la noticia tardará en volverse tolerable. Más allá de la lucha política que lo envolvió, la Argentina llora a un político excepcional.”
Murió un militante. Con la carga de grandeza que la palabra implica y que fue devaluada tantas veces desde la antipolítica. Que ocupó un lugar por momentos desproporcionado en la presidencia de su mujer con la que constituyeron una sociedad política, denostada por la oposición, los sectores económicos y el periodismo hegemónico con su prédica canallesca: esos que hablaban del matrimonio presidencial, el jefe de la jefa de estado o el ex presidente en ejercicio de la presidencia. Murió un militante. El que acompañó solidariamente a Cristina Fernández en los hitos de su presidencia: la resolución 125 que enfrentó al gobierno con las patronales del campo, la estatización de Aerolíneas y de las AFJP, la asignación por hijo, el matrimonio igualitario, la ley de medios audiovisuales y Papel Prensa que lo enfrentó con los grupos mediáticos mayoritarios.
Murió Néstor Kirchner, al que puede aplicarse aquella frase de John William Cooke: “Sólo ganan batallas los que están en ellas”
El presidente que volvió a ilusionar a muchos jóvenes que no eran seducidos por la política y que cumplió en gran medida su promesa inicial: “No dejare mis convicciones en la puerta de la casa de gobierno”
Murió un hombre que consagró su vida a la política con una enorme pasión. Incluso algunos de los puntos negros de su vida como su vocación y hasta gula hacia la riqueza lo hizo como instrumento para la carrera política. Forman parte de su pasivo, la intención de maquillar con heroicidad etapas de un pasado que carecían de esos atributos, manejos poco claro como los famosos fondos de Santa Cruz, algunas franjas de corrupción en su gobierno, la tendencia a imponer antes que a persuadir.
Fanático de Racing, con fuertes dosis de arbitrariedad, los hechos notables que consumó y sus discursos desafiantes y certeros dividieron a una sociedad argentina con apoyos populares y con odios viscerales. Muchas de las páginas escritas por el denominado periodismo “independiente” y hechos y declaraciones de una oposición con reminiscencias del primer centenario y del menemismo, pueden inscribirse en una antología de las páginas que compitan con las más miserables de la historia argentina. La alegría encubierta o manifiesta de los sectores económicos y de sus voceros políticos y periodísticos en los dos accidentes cardíacos anteriores, recordaron los brindis indignos que se hicieron en ocasión de la muerte de Evita.
El kirchnerismo (denominando de esa forma el período 2003-2011) fue en muchos aspectos una ruptura importante con la década del noventa que le costó sufrir una obstrucción empedernida de los sectores afectados, y en otros aspectos un continuismo por el cual padecía las críticas de una izquierda y centroizquierda, que al no percibir las diferencias con lo que se dejaba atrás, terminó siendo funcional a los que sangran por las heridas.
Los gobiernos de Néstor Kirchner y de Cristina Fernández, con sus más y con sus menos, son los mejores que ha conocido el país, junto con los de Yrigoyen y Perón en el siglo XX y XXI. Fue en ese sentido también, el más peronista de los gobiernos que usaron esa denominación. Los que no lo reconocieron desde sus propias filas como tales, son aquellos que nunca dejaron de ser menemistas, esa excrecencia del justicialismo. Los que no se equivocaron fueron los que siempre se opusieron a los gobiernos populares, los que invocan sus defectos pero lo atacan por sus virtudes.
Murió Néstor Kirchner. Con sus dosis de omnipotencia que lo llevaron a minimizar su segunda crisis cardíaca, que no tenía la gravedad que los buitres le atribuían, pero que necesitaba un período de tranquilidad que el ex presidente desechó con una vocación política suicida.
Murió Néstor Kirchner, cuando solo tenía 60 años en un luminoso día de primavera, feriado por el censo, cuya realización fue cuestionada por sectores de la oposición y de medios capaces de exteriorizar sin pudores sus miserias más profundas.
Su muerte abre un interrogante sobre la sostenibilidad de los avances concretados. Los déficits en la construcción política organizativa, una de sus limitaciones, incrementa la magnitud de la incertidumbre. Afortunadamente se encuentra en el ejercicio de la Presidencia de la Nación un cuadro político de envergadura que deberá remontar la soledad personal y el vacío de tamaña ausencia.
Ya se puede observar y escuchar que aquellos que lo combatieron hasta la descalificación extrema, encuentran en el Kirchner muerto las virtudes que le negaron cuando era el actor vivo excluyente.
Tal vez convenga adecuar ligeramente las líneas que Rodolfo Walsh escribió en la portada del diario Noticias por la muerte de Perón, bajo el título DOLOR: “El ex presidente Néstor Kirchner, figura central de la política argentina de la última década, murió hoy a las 9,15 horas. En la conciencia de millones de hombres y mujeres, la noticia tardará en volverse tolerable. Más allá de la lucha política que lo envolvió, la Argentina llora a un político excepcional.”
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