Hace unos meses, la Presidenta dividió a los argentinos en los que la quieren y en los que no la queremos, mezclando los sentimientos con la política y remedando el culto a la personalidad del líder salvador de la patria y defensor de los desprotegidos como es connatural en los dictadores.
El tema es más trascendente que los sentimientos personales. El Art. 16 de la Constitución condiciona la admisión en los empleos públicos a tener idoneidad para el cargo, requisito del que carece la Presidenta. Una cosa es decir discursos políticos en el Congreso o ante los micrófonos y otra lidiar diariamente con los miles de problemas que genera el paquidérmico, ineficiente y corrupto Estado Nacional.
Es carencia de idoneidad: designar funcionarios sin idoneidad o aprendices de hechiceros; consentir la corrupción; violar derechos individuales; no planear la erradicación de la pobreza; no respetar la división de Poderes, ni la forma federal, ni el derecho a salir del territorio nacional; no resolver el descalabro ferroviario, ni la educación, ni la salud, ni la inseguridad ciudadana, ni las deficiencias en los servicios públicos, etc. etc.
Lo que la ciudadanía quiere es afianzar la justicia, poder prosperar, asegurar los beneficios de la libertad y evitar el perjuicio que puede seguir ocasionando por tres años más un gobernante que no es idóneo.
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