Por Matías Scápula. Las más de ocho cuadras de Malabia y sus alrededores se cubrieron de gente con motivo de la celebración de la festividad del señor del Mailín. Muchos fieles de todas partes de Argentina vinieron a celebrar la fiesta del santo oriundo de Santiago del Estero.
El acceso a la festividad se podía dar desde la estación de Adolfo Sordeaux, bajando por la avenida Derqui, o por el acceso antagónico, Malabia, viniendo desde Sucre. Muchos colectivos de la línea 314, provenientes de Don Torcuato o San Miguel, colgaban en sus parabrisas "vamos al Mailín".
Dicen que el santo apareció debajo de un algarrobo en la provincia de Santiago del Estero, pero su fiesta se realiza en la localidad de Villa de Mayo, partido de Malvinas Argentinas. La iniciativa de traer la celebración fue barajada (y lograda) muchos años atrás por el padre Jorge, un cura añejo al que todos en el barrio Guadalupe (así se llama también la Iglesia en la que él sirve) conocen.
Sin embargo, la celebración no se circunscribe a lo meramente religioso, ya que este hecho social y cultural excede las fronteras teológicas. Más de 150 puestos se encontraban apostados en las calles: vendían ropa, comidas, bebidas, recuerdos, flores (los fieles le dejaban un clavel rojo al santo en su paso por la iglesia), pero también habían puestos que hacían recordar a las viejas kermés, como por ejemplo derribar las latas de la tarima de madera, una suerte de tiro al blanco con pompones de telas rellenos de arroz, como así también embocar argollas en pequeños relieves dispuestos en el suelo. Por su parte, los más habilidosos eran premiados por unos ositos de peluche o unas pelotas de goma gigantes, respectivamente.
Es decir, que a la festividad religiosa se le sumaba el mercado de bienes y servicios que complementaba este suceso cultural. Pero también los vecinos se hacían eco de la celebración. Muchos abrían sus patios delanteros y traseros e improvisaban unas mesas, luces portátiles y bebidas, y armaban una suerte de bar propio. La bebida predilecta de los concurrentes era el vino, segundado por la cerveza. Algunos bebían de más, pero no causaban problemas a los fieles. Determinados vecinos, un poco más oportunistas, cobraban por abrir sus baños a las personas que así lo necesitaban.
Otro rasgo a destacar es la musicalización que trae el Mailín. Desde diez cuadras antes de llegar a la iglesia Guadalupe se escucha el chamamé, música originaria del norte argentino. Así, a los bares improvisados de los vecinos, se les sumaba un espacio para bailar chamamé, requisito imprescindible para combatir el tremendo frío que hacía la noche del sábado y todo el día del domingo. De hecho, la escuela que se encuentra a la derecha de la iglesia, del mismo nombre que el santo alabado, abrió las puertas de su buffet y su patio, para alimentar y dar el espacio para que la gente baile.
Las personas de los barrios aledaños, más los fieles que vinieron desde muchos puntos del país disfrutaron de una fiesta que conjuga religión, fe, promesas, pero también juegos, entretenimientos y negocios. Todos estos elementos hacen de la fiesta del Mailín, uno de los momentos socioculturales más importantes que vive el partido de Malvinas Argentinas cada año.
LOS PUESTOS
Fuentes confiaron a Malviticias que los organizadores de la fiesta, más la municipalidad, les cobraron mil pesos a los puesteros por el fin de semana. (Malviticias).
El acceso a la festividad se podía dar desde la estación de Adolfo Sordeaux, bajando por la avenida Derqui, o por el acceso antagónico, Malabia, viniendo desde Sucre. Muchos colectivos de la línea 314, provenientes de Don Torcuato o San Miguel, colgaban en sus parabrisas "vamos al Mailín".
Dicen que el santo apareció debajo de un algarrobo en la provincia de Santiago del Estero, pero su fiesta se realiza en la localidad de Villa de Mayo, partido de Malvinas Argentinas. La iniciativa de traer la celebración fue barajada (y lograda) muchos años atrás por el padre Jorge, un cura añejo al que todos en el barrio Guadalupe (así se llama también la Iglesia en la que él sirve) conocen.
Sin embargo, la celebración no se circunscribe a lo meramente religioso, ya que este hecho social y cultural excede las fronteras teológicas. Más de 150 puestos se encontraban apostados en las calles: vendían ropa, comidas, bebidas, recuerdos, flores (los fieles le dejaban un clavel rojo al santo en su paso por la iglesia), pero también habían puestos que hacían recordar a las viejas kermés, como por ejemplo derribar las latas de la tarima de madera, una suerte de tiro al blanco con pompones de telas rellenos de arroz, como así también embocar argollas en pequeños relieves dispuestos en el suelo. Por su parte, los más habilidosos eran premiados por unos ositos de peluche o unas pelotas de goma gigantes, respectivamente.
Es decir, que a la festividad religiosa se le sumaba el mercado de bienes y servicios que complementaba este suceso cultural. Pero también los vecinos se hacían eco de la celebración. Muchos abrían sus patios delanteros y traseros e improvisaban unas mesas, luces portátiles y bebidas, y armaban una suerte de bar propio. La bebida predilecta de los concurrentes era el vino, segundado por la cerveza. Algunos bebían de más, pero no causaban problemas a los fieles. Determinados vecinos, un poco más oportunistas, cobraban por abrir sus baños a las personas que así lo necesitaban.
Otro rasgo a destacar es la musicalización que trae el Mailín. Desde diez cuadras antes de llegar a la iglesia Guadalupe se escucha el chamamé, música originaria del norte argentino. Así, a los bares improvisados de los vecinos, se les sumaba un espacio para bailar chamamé, requisito imprescindible para combatir el tremendo frío que hacía la noche del sábado y todo el día del domingo. De hecho, la escuela que se encuentra a la derecha de la iglesia, del mismo nombre que el santo alabado, abrió las puertas de su buffet y su patio, para alimentar y dar el espacio para que la gente baile.
Las personas de los barrios aledaños, más los fieles que vinieron desde muchos puntos del país disfrutaron de una fiesta que conjuga religión, fe, promesas, pero también juegos, entretenimientos y negocios. Todos estos elementos hacen de la fiesta del Mailín, uno de los momentos socioculturales más importantes que vive el partido de Malvinas Argentinas cada año.
LOS PUESTOS
Fuentes confiaron a Malviticias que los organizadores de la fiesta, más la municipalidad, les cobraron mil pesos a los puesteros por el fin de semana. (Malviticias).
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