ESCOBAR, Abril 16, (PUNTO CERO) La instalación de candidatos ha comenzado su etapa final. Esta etapa, sin embargo, tiene poco que ver con la extensión de las campañas y más con su calidad. A los ciudadanos se nos requiere que optemos por la alternativa que mejor nos represente, pero a lo largo de meses se nos da poca información, información a medias, o solo grandes mentiras. Se supone que debemos tener la capacidad de visualizar las consecuencias presentes y futuras de las plataformas de los partidos políticos y sin embargo, esa información y ese debate no existen. Ante este vacío, uno no puede evitar preguntarse si la democracia electoral que hemos adoptado, y que nos sale tan cara, merecería mejores políticos de los que ahora tenemos.
De hecho, gozamos y sufrimos a los políticos que hemos cultivado en nuestro jardín electoral. Las reglas que rigen el comportamiento de los actores políticos se han desvirtuado tanto, que actualmente éstos responden menos a los ciudadanos y más a las burocracias partidistas y los intereses de particulares. Los partidos políticos eligen a sus candidatos de formas que van de poco a no democráticas. La suerte de los políticos, en mayor o menor medida, depende de burocracias partidistas, y no de la ciudadanía. Siendo así, ¿a quién le otorgan los políticos su lealtad? Cuando se discute un tema en el que hay intereses conflictivos entre lo que es conveniente para la ciudadanía y lo que es conveniente para el partido, ¿con quién comprometen los políticos su voto?
Con las campañas se supone que llega la fiesta democrática, el proceso en el que los ciudadanos tendremos la posibilidad de encontrar al candidato que mejor nos represente. Sin embargo, lejos de vivir un ejercicio en el que las ideas determinen el sentido de nuestro voto, nos encontramos embutidos en un pleito cuyo resultado final está en gran parte definido por el dinero, y no por los intereses de nuestra comunidad. Algo está definitivamente mal en el diseño y operación de nuestro llamado sistema democrático.
Los partidos políticos reciben grandes cantidades de dinero. La justificación a estas cantidades de dinero no podría ser más ingenua: para exponernos sus ideas, los políticos necesitan dinero. Y en su desesperación por desplegar masivamente sus maravillosas propuestas, los políticos podrían verse en la tentación de canjear dinero por compromisos indebidos. La solución: darles mucho del dinero de todos. Sin embargo, dejando la ingenuidad de lado, la forma en la que ha evolucionado el sistema político en Argentina ha hecho que los intereses particulares estén por encima de los intereses comunes. La forma en que los partidos políticos están organizados, así como la falta de controles ciudadanos, explica parte de nuestra problemática. Si los ciudadanos pudiéramos elegir a los candidatos, los políticos buscarían estar más en contacto con los intereses de las comunidades y menos con los de las burocracias partidistas.
Si los ciudadanos tuviéramos el derecho de juzgar gestiones de gobierno, podríamos terminar la carrera política de quienes con su actividad publica nos defrauden. Sin embargo, los políticos deben en gran parte su suerte a las elites de sus partidos, por las que ni tú ni yo votamos. ¿En dónde nos perdimos? ¿Cómo hemos invertido tanto en una democracia que no está funcionando? ¿Cuándo y cómo sustituimos a gente de estatura intelectual y moral ? ¿Cómo fue que les entregamos nuestro país?
El humo que se genera durante la temporada electoral deja poca claridad para elegir. Si lo único que sabemos de los candidatos es lo que nos dicen a través de los multimedios, destaca más su vestuario, maquillaje, altura, sonrisa, iluminación y arrugas, que sus propuestas. Los ciudadanos terminamos eligiendo sobre la base de la tradición o la percepción superficial. Como están diseñadas, las campañas no nos facilitan la tarea de votar, e incluso cuando un ciudadano busca elegir con base en la razón, requiere de más tiempo y esfuerzo del que debería encontrar coherentes propuestas de campaña es como bucear en las aguas negras.
De hecho, gozamos y sufrimos a los políticos que hemos cultivado en nuestro jardín electoral. Las reglas que rigen el comportamiento de los actores políticos se han desvirtuado tanto, que actualmente éstos responden menos a los ciudadanos y más a las burocracias partidistas y los intereses de particulares. Los partidos políticos eligen a sus candidatos de formas que van de poco a no democráticas. La suerte de los políticos, en mayor o menor medida, depende de burocracias partidistas, y no de la ciudadanía. Siendo así, ¿a quién le otorgan los políticos su lealtad? Cuando se discute un tema en el que hay intereses conflictivos entre lo que es conveniente para la ciudadanía y lo que es conveniente para el partido, ¿con quién comprometen los políticos su voto?
Con las campañas se supone que llega la fiesta democrática, el proceso en el que los ciudadanos tendremos la posibilidad de encontrar al candidato que mejor nos represente. Sin embargo, lejos de vivir un ejercicio en el que las ideas determinen el sentido de nuestro voto, nos encontramos embutidos en un pleito cuyo resultado final está en gran parte definido por el dinero, y no por los intereses de nuestra comunidad. Algo está definitivamente mal en el diseño y operación de nuestro llamado sistema democrático.
Los partidos políticos reciben grandes cantidades de dinero. La justificación a estas cantidades de dinero no podría ser más ingenua: para exponernos sus ideas, los políticos necesitan dinero. Y en su desesperación por desplegar masivamente sus maravillosas propuestas, los políticos podrían verse en la tentación de canjear dinero por compromisos indebidos. La solución: darles mucho del dinero de todos. Sin embargo, dejando la ingenuidad de lado, la forma en la que ha evolucionado el sistema político en Argentina ha hecho que los intereses particulares estén por encima de los intereses comunes. La forma en que los partidos políticos están organizados, así como la falta de controles ciudadanos, explica parte de nuestra problemática. Si los ciudadanos pudiéramos elegir a los candidatos, los políticos buscarían estar más en contacto con los intereses de las comunidades y menos con los de las burocracias partidistas.
Si los ciudadanos tuviéramos el derecho de juzgar gestiones de gobierno, podríamos terminar la carrera política de quienes con su actividad publica nos defrauden. Sin embargo, los políticos deben en gran parte su suerte a las elites de sus partidos, por las que ni tú ni yo votamos. ¿En dónde nos perdimos? ¿Cómo hemos invertido tanto en una democracia que no está funcionando? ¿Cuándo y cómo sustituimos a gente de estatura intelectual y moral ? ¿Cómo fue que les entregamos nuestro país?
El humo que se genera durante la temporada electoral deja poca claridad para elegir. Si lo único que sabemos de los candidatos es lo que nos dicen a través de los multimedios, destaca más su vestuario, maquillaje, altura, sonrisa, iluminación y arrugas, que sus propuestas. Los ciudadanos terminamos eligiendo sobre la base de la tradición o la percepción superficial. Como están diseñadas, las campañas no nos facilitan la tarea de votar, e incluso cuando un ciudadano busca elegir con base en la razón, requiere de más tiempo y esfuerzo del que debería encontrar coherentes propuestas de campaña es como bucear en las aguas negras.
El día de hoy, uno de los más efectivos métodos para hacer campaña es la "estrategia del miedo", en donde las razones se esfuman para dar paso a las mentiras, o las verdades a medias. Con candidatos que invierten tanto tiempo y recursos en distorsionar la realidad, resulta más sencillo apegarnos a estereotipos heredados y percepciones irreales. Terminamos apoyando a la persona que menos representa nuestros intereses. Las técnicas de campaña están diseñadas para reforzar los estereotipos negativos o las cualidades personales de los candidatos por encima de los argumentos. Esto hace que las elecciones versen en la mercadotecnia.
Parece, entonces, que el candidato que contrata a la mejor compañía de relaciones públicas tiene mayores posibilidades de ganar la elección. Y la mercadotecnia se paga con dinero... mucho dinero.
Y al final, en medio del humo que se provoca con campañas de tan mísera calidad, uno se pregunta no sin razón: ¿Por quién votamos? (PUNTO CERO).
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