Los conflictos comerciales entre Argentina y Brasil ponen trabas al proceso integrador. La salida de Paraguay y el ingreso de Venezuela bajo un mecanismo express quitan transparencia a la arquitectura institucional.
El Mercosur es quizás el proyecto de construcción política transnacional más ambicioso que hayan encarado en su historia la Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay. Esta asociación encontró su piedra fundamental en el Tratado de Asunción de 1991, en el cual los entonces presidentes Menem (Argentina), Collor de Mello (Brasil), Rodríguez (Paraguay) y Lacalle (Uruguay) firmaron el acuerdo inicial sobre el que se daría comienzo al proceso integrador.
La liberalización del comercio entre las partes y el establecimiento de un arancel externo común fueron algunos de los objetivos iniciales del Mercosur.
El proyecto preveía que paulatinamente se iría avanzando en otras áreas. Entre estas se destacan la libre circulación de personas, la apertura del mercado de trabajo para los ciudadanos de los estados miembros y, en el largo plazo, una unión política que no solo cuente con una burocracia común, sino también con una coordinación en la política exterior y en las decisiones macroeconómicas.
El objetivo de máxima era potenciar la región económica y políticamente para conseguir no solo que sus ciudadanos gocen de una calidad de vida superior, sino también para fortalecer la proyección de los estados miembros hacia el exterior.
El accionar de estas cuatro naciones en forma alineada dentro del sistema mundial sería mucho más efectivo que los esfuerzos que cada una de las partes podría hacer de forma individual en un contexto internacional de alta competencia entre los distintos estados nación, en el cual éstos rivalizan por recibir inversiones, conquistar nuevos mercados, proteger los cada vez más valiosos recursos naturales y conseguir avances en ciencia y tecnología.
El Mercosur, como construcción supranacional, permitiría, de forma contundente, impulsar dichos procesos. En otras palabras: el todo sería mucho que la suma de las partes.
Pero, según un estudio del licenciado en Relaciones Internacionales Santiago Pérez, estamos comenzando a transitar la tercera década de la vida del bloque, y el escenario es algo desalentador. En primer lugar, en al ámbito comercial, no podemos olvidar que este debería haber sido el aspecto central a desarrollar en una primera etapa. El objetivo era profundizar las relaciones económicas entre los agentes de los estados parte y permitir así una más poderosa internacionalización de las economías de Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay.
Si bien es cierto que el comercio entre los miembros se ha incrementado, esto sucedió como consecuencia del crecimiento de las economías de los países emergentes durante la última década, pero desafortunadamente estamos siendo testigos de una intención deliberada de los gobiernos de Argentina y Brasil de poner barreras a los bienes que, en teoría, deberían circular en forma libre entre estos países.
La Argentina ha intentado solucionar sus problemas de competitividad domésticos poniendo trabas al ingreso de productos importados, a lo que Brasil ha respondido con la contundencia de la que es capaz la sexta potencia económica mundial, de modo que empresarios y trabajadores a uno y otro lado de la frontera están sufriendo las consecuencias negativas de la interrupción del comercio en algunos de los sectores más dinámicos de la economía.
En el aspecto político, en los últimos meses, fuimos testigos de la mayor desprolijidad de la historia del bloque. Como consecuencia de la destitución de Fernando Lugo, Paraguay fue suspendido del Mercosur y, a partir de dicha medida, se dio luz verde al ingreso de Venezuela, país que había cumplido un porcentaje importante del proceso de adhesión, pero se encontraba a la espera de que el Parlamento paraguayo aprobara su incorporación.
A la conclusión que se llegó es que, si lo único que detenía el ingreso de Venezuela era el visto bueno de Paraguay, y Paraguay se encontraba suspendido, Venezuela podría ingresar.
Esto abrió un sinfín de cuestionamientos en torno a la legalidad y legitimidad del “enroque”, el cual, en la opinión de diversos especialistas, es tan irregular como la destitución de Fernando Lugo. Lo más interesante es que la disconformidad ante semejante desprolijidad llego inclusive a las altas esferas del gobierno uruguayo, donde el vicepresidente mostró su malestar con la medida.
No obstante, según observa el Lic. Pérez, el Mercosur también ha sabido cimentar ciertas virtudes. Desde su constitución, las hipótesis de conflicto entre Argentina y Brasil se han evaporado; los acuerdos migratorios funcionan y no existen conflictos al respecto entre las partes, y la cooperación en distintos ámbitos es sustancialmente superior a la existente antes de 1991. No debemos olvidar que dentro de la vida soberana de sus miembros, veinte años representan solo un 10% de su existencia como Estados. Por esto que si bien el momento es delicado y crítico, los ciudadanos del bloque podemos guardar optimismo para el futuro. Debemos ser positivos y esperar que los problemas actuales sean solo un tropezón en el largo camino que el Mercosur deberá recorrer en el siglo XXI, y no el comienzo del fin de este importante proyecto. (Empresas News).
El Mercosur es quizás el proyecto de construcción política transnacional más ambicioso que hayan encarado en su historia la Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay. Esta asociación encontró su piedra fundamental en el Tratado de Asunción de 1991, en el cual los entonces presidentes Menem (Argentina), Collor de Mello (Brasil), Rodríguez (Paraguay) y Lacalle (Uruguay) firmaron el acuerdo inicial sobre el que se daría comienzo al proceso integrador.
La liberalización del comercio entre las partes y el establecimiento de un arancel externo común fueron algunos de los objetivos iniciales del Mercosur.
El proyecto preveía que paulatinamente se iría avanzando en otras áreas. Entre estas se destacan la libre circulación de personas, la apertura del mercado de trabajo para los ciudadanos de los estados miembros y, en el largo plazo, una unión política que no solo cuente con una burocracia común, sino también con una coordinación en la política exterior y en las decisiones macroeconómicas.
El objetivo de máxima era potenciar la región económica y políticamente para conseguir no solo que sus ciudadanos gocen de una calidad de vida superior, sino también para fortalecer la proyección de los estados miembros hacia el exterior.
El accionar de estas cuatro naciones en forma alineada dentro del sistema mundial sería mucho más efectivo que los esfuerzos que cada una de las partes podría hacer de forma individual en un contexto internacional de alta competencia entre los distintos estados nación, en el cual éstos rivalizan por recibir inversiones, conquistar nuevos mercados, proteger los cada vez más valiosos recursos naturales y conseguir avances en ciencia y tecnología.
El Mercosur, como construcción supranacional, permitiría, de forma contundente, impulsar dichos procesos. En otras palabras: el todo sería mucho que la suma de las partes.
Pero, según un estudio del licenciado en Relaciones Internacionales Santiago Pérez, estamos comenzando a transitar la tercera década de la vida del bloque, y el escenario es algo desalentador. En primer lugar, en al ámbito comercial, no podemos olvidar que este debería haber sido el aspecto central a desarrollar en una primera etapa. El objetivo era profundizar las relaciones económicas entre los agentes de los estados parte y permitir así una más poderosa internacionalización de las economías de Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay.
Si bien es cierto que el comercio entre los miembros se ha incrementado, esto sucedió como consecuencia del crecimiento de las economías de los países emergentes durante la última década, pero desafortunadamente estamos siendo testigos de una intención deliberada de los gobiernos de Argentina y Brasil de poner barreras a los bienes que, en teoría, deberían circular en forma libre entre estos países.
La Argentina ha intentado solucionar sus problemas de competitividad domésticos poniendo trabas al ingreso de productos importados, a lo que Brasil ha respondido con la contundencia de la que es capaz la sexta potencia económica mundial, de modo que empresarios y trabajadores a uno y otro lado de la frontera están sufriendo las consecuencias negativas de la interrupción del comercio en algunos de los sectores más dinámicos de la economía.
En el aspecto político, en los últimos meses, fuimos testigos de la mayor desprolijidad de la historia del bloque. Como consecuencia de la destitución de Fernando Lugo, Paraguay fue suspendido del Mercosur y, a partir de dicha medida, se dio luz verde al ingreso de Venezuela, país que había cumplido un porcentaje importante del proceso de adhesión, pero se encontraba a la espera de que el Parlamento paraguayo aprobara su incorporación.
A la conclusión que se llegó es que, si lo único que detenía el ingreso de Venezuela era el visto bueno de Paraguay, y Paraguay se encontraba suspendido, Venezuela podría ingresar.
Esto abrió un sinfín de cuestionamientos en torno a la legalidad y legitimidad del “enroque”, el cual, en la opinión de diversos especialistas, es tan irregular como la destitución de Fernando Lugo. Lo más interesante es que la disconformidad ante semejante desprolijidad llego inclusive a las altas esferas del gobierno uruguayo, donde el vicepresidente mostró su malestar con la medida.
No obstante, según observa el Lic. Pérez, el Mercosur también ha sabido cimentar ciertas virtudes. Desde su constitución, las hipótesis de conflicto entre Argentina y Brasil se han evaporado; los acuerdos migratorios funcionan y no existen conflictos al respecto entre las partes, y la cooperación en distintos ámbitos es sustancialmente superior a la existente antes de 1991. No debemos olvidar que dentro de la vida soberana de sus miembros, veinte años representan solo un 10% de su existencia como Estados. Por esto que si bien el momento es delicado y crítico, los ciudadanos del bloque podemos guardar optimismo para el futuro. Debemos ser positivos y esperar que los problemas actuales sean solo un tropezón en el largo camino que el Mercosur deberá recorrer en el siglo XXI, y no el comienzo del fin de este importante proyecto. (Empresas News).
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