Bajo este título, el periódico “El Estadista” publicó en su número 64, la columna de Carlos Fara que adjuntamos a continuación.
Ya es conocida la preferencia de la presidenta por la figura de Evita, relegando a Juan Domingo Perón, tanto en lo discursivo como en lo simbólico. Este aspecto ha venido teniendo, post fallecimiento de Néstor Kirchner, algunas consecuencias prácticas.
Con motivo de las elecciones del año pasado, CFK desarrolló una estrategia basada en la subestimación de las estructuras tradicionales del peronismo –territoriales y sindicales- para alcanzar el 54 % de los votos. No quiso participar de actos, ni de fotos, ni de negociaciones de toma y daca con los gobernadores y los barones del conurbano. Lo comentamos en esta misma columna (“Lecciones del 14 de agosto para la política”, El Estadista, nro. 39, Septiembre, 2011): la presidenta rompió el mito que “en el peronismo sin los aparatos no se puede ganar”. La opinión pública es lo que le interesa a “la Jefa”. Si hubo pase de facturas por la definición de las listas nacionales y provinciales, no se notó. La misma elección del compañero de fórmula fue un síntoma del imperio de esa lógica: optó por alguien sin peso territorial, ni militancia justicialista.
Da toda la impresión que el año próximo las listas volverán a ser de Cristina, no de los gobernadores, ni de los líderes territoriales. Al hacerlo con contundencia dos elecciones seguidas, esto implicará que contará con bloques legislativos casi totalmente diseñados por ella, y sin entrar en los “cuoteos” habituales. Esto puede llevar a dos posibles consecuencias:
· Malestar de los referentes políticos, quienes regularán sus esfuerzos de campaña ya que los que van en las listas no son “suyos”; y
· búsqueda de listas alternativas para “colocar” a los cuadros políticos que se quedan fuera de la repartija.
La presidenta puede amenazarlos con la calculadora en la mano: “si en tu distrito sacamos menos de x %, es porque jugaste en contra, y entonces no te doy obras ni apoyo económico”. Al respecto, Sun Tzú desaconseja asfixiar a un enemigo: siempre se le debe dar un vía de escape, porque si no, perdido por perdido, luchará con todas sus fuerzas para resistir.
En un contexto en el cual el Estado Nacional se lleva el 68 % de la recaudación impositiva (contra el 59 % que lograba en 1998), la “capacidad de chantaje” –diría Sartori- de los gobernadores es muy reducida. Este hecho, entre otros, liquida uno de los atributos centrales del peronismo: el poder territorial. Reducido dicho factor, ¿para qué hacer concesiones a los caciques? En todo caso, si se trata de movilizar votantes o adherentes, serán reemplazados en dicha función por otros jefes territoriales, todos dependientes del erario público, y por lo tanto, carentes de autonomía.
Las alternativas le dan la razón a la mandataria. Tres figuras políticas alternativas de cara a 2015 se han construido sin el territorio, con un profesional manejo mediático y estrategias de marketing: Scioli, Massa, Macri. De Narváez tuvo un fugaz paso por el Edén de la popularidad con la misma fórmula. Esto significa que se abre una nueva etapa en la política argentina, en donde muchas de las reglas de juego conocidas pasarán al archivo.
Este cuadro de análisis debería llevar a la pregunta del millón: ¿seguirá existiendo el peronismo? La primera respuesta es fácil: seguro ya no será tal cual lo hemos conocido en los últimos 30 años. Más allá de lo ideológico, un conjunto de actores con dificultad de articulación, deja de ser un actor global de peso, ya que se convertiría en una serie de partidos provinciales de base popular. Si a eso se le agrega un aparato estatal que le es adverso, y cincos centrales sindicales –de modo que ya no hay una columna vertebral del movimiento- el déficit estructural es bastante amenazante.
Las consecuencias de ello podrían ser, entre otras:
· Feudalización de la política, con marqueses, condes y barones ofreciendo su ejército al mejor postor;
· una permanente amenaza a la gobernabilidad por la fragmentación, lo que haría que el próximo presidente solo le quede gobernar al estilo kirchnerista para no terminar como De la Rúa;
· la probabilidad de que el próximo presidente ya no sea alguien con poder territorial propio y previo, como sucedió hasta Néstor Kirchner; y
· un peso aún mayor de los conglomerados mediáticos para la construcción de liderazgos.
¿La Argentina le estará diciendo adiós al caudillo que marcó los últimos 70 años de la historia del país? Cuesta creerlo. Pero nunca ha estado tan cerca de suceder.
Ya es conocida la preferencia de la presidenta por la figura de Evita, relegando a Juan Domingo Perón, tanto en lo discursivo como en lo simbólico. Este aspecto ha venido teniendo, post fallecimiento de Néstor Kirchner, algunas consecuencias prácticas.
Con motivo de las elecciones del año pasado, CFK desarrolló una estrategia basada en la subestimación de las estructuras tradicionales del peronismo –territoriales y sindicales- para alcanzar el 54 % de los votos. No quiso participar de actos, ni de fotos, ni de negociaciones de toma y daca con los gobernadores y los barones del conurbano. Lo comentamos en esta misma columna (“Lecciones del 14 de agosto para la política”, El Estadista, nro. 39, Septiembre, 2011): la presidenta rompió el mito que “en el peronismo sin los aparatos no se puede ganar”. La opinión pública es lo que le interesa a “la Jefa”. Si hubo pase de facturas por la definición de las listas nacionales y provinciales, no se notó. La misma elección del compañero de fórmula fue un síntoma del imperio de esa lógica: optó por alguien sin peso territorial, ni militancia justicialista.
Da toda la impresión que el año próximo las listas volverán a ser de Cristina, no de los gobernadores, ni de los líderes territoriales. Al hacerlo con contundencia dos elecciones seguidas, esto implicará que contará con bloques legislativos casi totalmente diseñados por ella, y sin entrar en los “cuoteos” habituales. Esto puede llevar a dos posibles consecuencias:
· Malestar de los referentes políticos, quienes regularán sus esfuerzos de campaña ya que los que van en las listas no son “suyos”; y
· búsqueda de listas alternativas para “colocar” a los cuadros políticos que se quedan fuera de la repartija.
La presidenta puede amenazarlos con la calculadora en la mano: “si en tu distrito sacamos menos de x %, es porque jugaste en contra, y entonces no te doy obras ni apoyo económico”. Al respecto, Sun Tzú desaconseja asfixiar a un enemigo: siempre se le debe dar un vía de escape, porque si no, perdido por perdido, luchará con todas sus fuerzas para resistir.
En un contexto en el cual el Estado Nacional se lleva el 68 % de la recaudación impositiva (contra el 59 % que lograba en 1998), la “capacidad de chantaje” –diría Sartori- de los gobernadores es muy reducida. Este hecho, entre otros, liquida uno de los atributos centrales del peronismo: el poder territorial. Reducido dicho factor, ¿para qué hacer concesiones a los caciques? En todo caso, si se trata de movilizar votantes o adherentes, serán reemplazados en dicha función por otros jefes territoriales, todos dependientes del erario público, y por lo tanto, carentes de autonomía.
Las alternativas le dan la razón a la mandataria. Tres figuras políticas alternativas de cara a 2015 se han construido sin el territorio, con un profesional manejo mediático y estrategias de marketing: Scioli, Massa, Macri. De Narváez tuvo un fugaz paso por el Edén de la popularidad con la misma fórmula. Esto significa que se abre una nueva etapa en la política argentina, en donde muchas de las reglas de juego conocidas pasarán al archivo.
Este cuadro de análisis debería llevar a la pregunta del millón: ¿seguirá existiendo el peronismo? La primera respuesta es fácil: seguro ya no será tal cual lo hemos conocido en los últimos 30 años. Más allá de lo ideológico, un conjunto de actores con dificultad de articulación, deja de ser un actor global de peso, ya que se convertiría en una serie de partidos provinciales de base popular. Si a eso se le agrega un aparato estatal que le es adverso, y cincos centrales sindicales –de modo que ya no hay una columna vertebral del movimiento- el déficit estructural es bastante amenazante.
Las consecuencias de ello podrían ser, entre otras:
· Feudalización de la política, con marqueses, condes y barones ofreciendo su ejército al mejor postor;
· una permanente amenaza a la gobernabilidad por la fragmentación, lo que haría que el próximo presidente solo le quede gobernar al estilo kirchnerista para no terminar como De la Rúa;
· la probabilidad de que el próximo presidente ya no sea alguien con poder territorial propio y previo, como sucedió hasta Néstor Kirchner; y
· un peso aún mayor de los conglomerados mediáticos para la construcción de liderazgos.
¿La Argentina le estará diciendo adiós al caudillo que marcó los últimos 70 años de la historia del país? Cuesta creerlo. Pero nunca ha estado tan cerca de suceder.
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