BUENOS AIRES, Mayo 29, (PUNTO CERO) Nadie duda hoy que el grado de intervención del Estado en la economía argentina es cada vez mayor; y el juego de reglas imperante es absolutamente distinto del que regía hace sólo un lustro.
Las constantes y permanentes intervenciones y regulaciones del Gobierno en materia de precios, salarios, tasas de interés, y otros temas, llevan a cada vez más regulaciones e intervención, más propias de una economía centralmente planificada que de un sistema de libre empresa.
El mayor exponente de la escuela económica de Viena, Ludwig Von Mises, de tendencia liberal, expresaba: “De una manera irrefutable se ha demostrado que todas las medidas intervencionistas producen consecuencias que, desde el punto de vista de los gobiernos y partidos que recurren a ellas, son menos satisfactorias que el estado anterior de cosas para cuyo arreglo se idearon. Si ni el gobierno ni los políticos aprenden de estos fracasos las lección que enseñan y si no quieren dejar de entrometerse con los precios de las mercancías, con los salarios y las tasas de interés, tendrán que agregar más y más regimentación a sus medidas iniciales, hasta que todo el sistema de la economía de mercado haya sido reemplazada por la planificación y el socialismo integrales.”
El tema es entonces que aparentemente se ha cambiado la base institucional de nuestra República cuya Carta Magna, la cual hemos ejercido en forma poco seria en los últimos cincuenta años, que establece un modelo claro: reconocimiento de los derechos individuales, respeto por la propiedad privada y protección del sistema de libertad económica que permite el desarrollo del mercado y el acceso de todos a éste mercado. Un sistema capitalista que tuvo vigor espasmódicamente durante nuestra vida republicana; pero que se instaló en nuestra cultura como el único posible y es deseado por la gran mayoría del pueblo.
Hoy, con la frase tipo “caballo de Troya” de que “hay que discutir el modelo” que utilizan muchos políticos funcionarios y no funcionarios, se está trocando nuestro único modelo institucional, por un régimen dirigista que avanza hacia la total regimentación de la economía, de modo que el principio ya no es la libertad, sino que el principio es la regulación. En otras palabras, un modelo inconstitucional donde todo estará regulado: las bombillas de luz que debe usar en su casa, lo que debe producir en su tambo, cuántos litros de gas-oil puede vender o comprar y a qué precio, qué precio debe pagar o cobrar por la carne; por qué debe boicotear los tomates, por qué debe dejar de sembrar soja, qué margen de ganancia tiene que tener su empresa, cuáles “deben” ser sus costos, etc. Pero ¿quién lo regula? ¿Cuáles son los límites de la regulación?. ¿Quién dice qué está bien y qué está mal si no lo hace nuestra Constitución? ¿Cuál debe ser realmente el papel del Estado?
Quienes nos regulan, ¿saben lo que hacen o sólo improvisan?. La respuesta merece un doble análisis:
a) Saben lo que hacen. Si es así, entonces hay un plan, una estrategia no comunicada ni explicada a la ciudadanía: llevar a la Argentina a convertirse en un país dirigista, unitario y de economía centralmente planificada. ¿Queremos los argentinos vivir en un país así? ¿Qué modelo se nos propone? Los ciudadanos tienen derecho a saber cuál es el plan de acción del Gobierno.
b) Improvisan. Si fuera así, improvisar diariamente, vivir sólo el “día a día”, es más peligroso como política de Estado que ir directamente hacia una economía centralmente planificada. La improvisación significa, en éste caso, desorden y desorganización. Y el desorden en materia económica es generalmente ruinoso.
¿Se trata esto de un “socialismo a la argentina”, que como muchas otras cosas hacemos sin plan ni rumbo? ¿Esto es el “progresismo”?.
Los argentinos hemos tenido breves ensayos de economías “tipo” socialista. Más allá de la lucidez y abnegación de hombres como Juan B. Justo y Alfredo Palacios, los gobiernos que quisieron intentar algún camino al socialismo terminaron mal, según lo demuestran los hechos históricos. Hipólito Irigoyen, el primer Presidente que podríamos llamar “socialista”, fue derrocado por un golpe militar “conservador”. El Presidente Juan Domingo Perón –quien era “Irigoyenista” en sus orígenes- afirmaba que adhería a “la tercera posición”; es decir: ni capitalismo ni marxismo: “peronismo”; pero su segundo gobierno terminó derrocado por sectores políticos y militares que creían que Argentina no debía dejar la profesión de fe capitalista; y luego, fue hostigado hasta su muerte por los marxistas de los sectores “peronistas de izquierda” que no le perdonaron que Perón no fuera de izquierda. También eran socialistas Hitler, Mussolini (éste último amigo personal de Perón), y muchos líderes totalitarios de mediados del siglo XX; y aunque la guerra arrasó todo, los modelos económicos implantados por ellos fueron en su momento exitosos. Fue también un ensayo socialista la política del “New Deal” que Roosevelt implantó en Estados Unidos después de 1930, y le dio resultado.
Pero todos éstos líderes, Perón incluido, nunca atentaron contra la libre empresa; y además había una diferencia sustancial con el “progresismo” vernáculo: no sólo no improvisaban, sino que se atuvieron a planes económicos explícitos y muy concretos (recuérdense si no los famosos “planes quinquenales” de Perón); que tuvieron fervientes adherentes y acérrimos opositores. Es más, estas personalidades surgieron históricamente como una necesidad de contener al comunismo, al que se veía como el “enemigo real”. Fueron incluso apoyadas por las élites que se veían amenazadas por el avance marxista mundial. Para las élites era mejor cambiar algo para no cambiar todo. Eran los momentos en que el comunismo era una realidad que gobernaba gran parte del mundo. Hoy el muro ha caído, y el desafío es otro.
Escuchamos muchas veces decir a funcionarios del Gobierno que son Neo Keynesianos, o “Progresistas”. Ambos términos son un remedo de tendencias socializantes; pero en sí mismos no significan nada concreto. Las medidas de controles indiscriminados de precios ya se aplicaron varias veces en Argentina, sin éxito alguno o peor aún: culminaron en explosivos ajustes. Estos ajustes los paga siempre la clase más desfavorecida, la clase obrera que no puede acumular divisas ni bienes; lo cual viene a ser justamente lo contrario de lo que se pregona como objetivo de cualquier tendencia “progresista” o “de izquierda”.
Tan malos como el marxismo han demostrado ser el capitalismo salvaje del “laissez faire” y la ausencia del Estado en la economía.
Así entonces, los socialismos que quieren funcionar en el mundo, representados más que nada por las potencias continentales europeas, tienen una planificación concreta, están lejos del progresismo o del marxismo, son explícitos, estables y predecibles, generan servicios sociales eficientes, conocen cómo funciona el mercado, y su objetivo es generar desde el Estado el mayor bienestar para el ciudadano, limitando pero no sustituyendo ni socavando la propiedad privada ni la libre empresa.
Las constantes y permanentes intervenciones y regulaciones del Gobierno en materia de precios, salarios, tasas de interés, y otros temas, llevan a cada vez más regulaciones e intervención, más propias de una economía centralmente planificada que de un sistema de libre empresa.
El mayor exponente de la escuela económica de Viena, Ludwig Von Mises, de tendencia liberal, expresaba: “De una manera irrefutable se ha demostrado que todas las medidas intervencionistas producen consecuencias que, desde el punto de vista de los gobiernos y partidos que recurren a ellas, son menos satisfactorias que el estado anterior de cosas para cuyo arreglo se idearon. Si ni el gobierno ni los políticos aprenden de estos fracasos las lección que enseñan y si no quieren dejar de entrometerse con los precios de las mercancías, con los salarios y las tasas de interés, tendrán que agregar más y más regimentación a sus medidas iniciales, hasta que todo el sistema de la economía de mercado haya sido reemplazada por la planificación y el socialismo integrales.”
El tema es entonces que aparentemente se ha cambiado la base institucional de nuestra República cuya Carta Magna, la cual hemos ejercido en forma poco seria en los últimos cincuenta años, que establece un modelo claro: reconocimiento de los derechos individuales, respeto por la propiedad privada y protección del sistema de libertad económica que permite el desarrollo del mercado y el acceso de todos a éste mercado. Un sistema capitalista que tuvo vigor espasmódicamente durante nuestra vida republicana; pero que se instaló en nuestra cultura como el único posible y es deseado por la gran mayoría del pueblo.
Hoy, con la frase tipo “caballo de Troya” de que “hay que discutir el modelo” que utilizan muchos políticos funcionarios y no funcionarios, se está trocando nuestro único modelo institucional, por un régimen dirigista que avanza hacia la total regimentación de la economía, de modo que el principio ya no es la libertad, sino que el principio es la regulación. En otras palabras, un modelo inconstitucional donde todo estará regulado: las bombillas de luz que debe usar en su casa, lo que debe producir en su tambo, cuántos litros de gas-oil puede vender o comprar y a qué precio, qué precio debe pagar o cobrar por la carne; por qué debe boicotear los tomates, por qué debe dejar de sembrar soja, qué margen de ganancia tiene que tener su empresa, cuáles “deben” ser sus costos, etc. Pero ¿quién lo regula? ¿Cuáles son los límites de la regulación?. ¿Quién dice qué está bien y qué está mal si no lo hace nuestra Constitución? ¿Cuál debe ser realmente el papel del Estado?
Quienes nos regulan, ¿saben lo que hacen o sólo improvisan?. La respuesta merece un doble análisis:
a) Saben lo que hacen. Si es así, entonces hay un plan, una estrategia no comunicada ni explicada a la ciudadanía: llevar a la Argentina a convertirse en un país dirigista, unitario y de economía centralmente planificada. ¿Queremos los argentinos vivir en un país así? ¿Qué modelo se nos propone? Los ciudadanos tienen derecho a saber cuál es el plan de acción del Gobierno.
b) Improvisan. Si fuera así, improvisar diariamente, vivir sólo el “día a día”, es más peligroso como política de Estado que ir directamente hacia una economía centralmente planificada. La improvisación significa, en éste caso, desorden y desorganización. Y el desorden en materia económica es generalmente ruinoso.
¿Se trata esto de un “socialismo a la argentina”, que como muchas otras cosas hacemos sin plan ni rumbo? ¿Esto es el “progresismo”?.
Los argentinos hemos tenido breves ensayos de economías “tipo” socialista. Más allá de la lucidez y abnegación de hombres como Juan B. Justo y Alfredo Palacios, los gobiernos que quisieron intentar algún camino al socialismo terminaron mal, según lo demuestran los hechos históricos. Hipólito Irigoyen, el primer Presidente que podríamos llamar “socialista”, fue derrocado por un golpe militar “conservador”. El Presidente Juan Domingo Perón –quien era “Irigoyenista” en sus orígenes- afirmaba que adhería a “la tercera posición”; es decir: ni capitalismo ni marxismo: “peronismo”; pero su segundo gobierno terminó derrocado por sectores políticos y militares que creían que Argentina no debía dejar la profesión de fe capitalista; y luego, fue hostigado hasta su muerte por los marxistas de los sectores “peronistas de izquierda” que no le perdonaron que Perón no fuera de izquierda. También eran socialistas Hitler, Mussolini (éste último amigo personal de Perón), y muchos líderes totalitarios de mediados del siglo XX; y aunque la guerra arrasó todo, los modelos económicos implantados por ellos fueron en su momento exitosos. Fue también un ensayo socialista la política del “New Deal” que Roosevelt implantó en Estados Unidos después de 1930, y le dio resultado.
Pero todos éstos líderes, Perón incluido, nunca atentaron contra la libre empresa; y además había una diferencia sustancial con el “progresismo” vernáculo: no sólo no improvisaban, sino que se atuvieron a planes económicos explícitos y muy concretos (recuérdense si no los famosos “planes quinquenales” de Perón); que tuvieron fervientes adherentes y acérrimos opositores. Es más, estas personalidades surgieron históricamente como una necesidad de contener al comunismo, al que se veía como el “enemigo real”. Fueron incluso apoyadas por las élites que se veían amenazadas por el avance marxista mundial. Para las élites era mejor cambiar algo para no cambiar todo. Eran los momentos en que el comunismo era una realidad que gobernaba gran parte del mundo. Hoy el muro ha caído, y el desafío es otro.
Escuchamos muchas veces decir a funcionarios del Gobierno que son Neo Keynesianos, o “Progresistas”. Ambos términos son un remedo de tendencias socializantes; pero en sí mismos no significan nada concreto. Las medidas de controles indiscriminados de precios ya se aplicaron varias veces en Argentina, sin éxito alguno o peor aún: culminaron en explosivos ajustes. Estos ajustes los paga siempre la clase más desfavorecida, la clase obrera que no puede acumular divisas ni bienes; lo cual viene a ser justamente lo contrario de lo que se pregona como objetivo de cualquier tendencia “progresista” o “de izquierda”.
Tan malos como el marxismo han demostrado ser el capitalismo salvaje del “laissez faire” y la ausencia del Estado en la economía.
Así entonces, los socialismos que quieren funcionar en el mundo, representados más que nada por las potencias continentales europeas, tienen una planificación concreta, están lejos del progresismo o del marxismo, son explícitos, estables y predecibles, generan servicios sociales eficientes, conocen cómo funciona el mercado, y su objetivo es generar desde el Estado el mayor bienestar para el ciudadano, limitando pero no sustituyendo ni socavando la propiedad privada ni la libre empresa.
En éstas sociedades se aplica la ley, y el “garantismo” consiste en reprimir el delito para “garantizar” el goce de los derechos de todos los ciudadanos de bien; no se le “garantiza” al delincuente que va a poder seguir delinquiendo tranquilo.Lo que es evidente es que la política actual no es clara. Pero si nos atenemos a lo que dijo nuestro ex presidente Kirchner: “miren lo que yo hago y no lo que yo digo”, lo que sí es claro que nos estamos alejando cada vez más de un capitalismo espasmódico con rumbo a un dirigismo sin plan. (PUNTO CERO).
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