TIGRE, Mayo 14, (PUNTO CERO) Por Gabriela Vulcano. Fue titular de la ANSES y es intendente de Tigre. Padece la ambigüedad propia de sus treinta y pico: ya no se siente tan joven y todavía se teme inexperto. Pero muestra la seguridad de quienes son de aprendizaje veloz. Es apasionado por el fútbol (influye en los destinos del Club Atlético Tigre), la ropa cara (aunque formal) y –cuando era soltero– las mujeres.
Asegura que no se siente un hombre poderoso. Pero reconoce haber tejido una red de contactos con gente influyente.
Sergio Massa es alto, tiene buen porte y sonríe como un conductor de televisión. Está dispuesto a conversar, pero se cuida en lo que dice. Para contrarrestar su cautela, se desparrama en el sillón. Casi parece distendido.
–Fue diputado provincial a los 27 y se convirtió en intendente a los 35, ¿en qué otras cosas fue precoz?
–(Risas) Traté de ser precoz en todo lo que pude. Empecé a jugar al handball siendo más chico que el resto de los que jugaban a ese deporte en el colegio. Empecé a salir a bailar a los doce años porque tenía un amigo de 15, Andrés, y otro de 18, Pepe, y salíamos con el auto de él. Creo que en todo fui rápido. Me tomé la vida muy rápido.
–¿Sus padres se lo permitían o lo hacía a escondidas de ellos?
–Más o menos. Mi viejo siempre me bancó en todo, en cambio mi vieja era más hincha, me controlaba más. En la primaria, yo era muy buen alumno y cuando terminé séptimo grado dije: “Hasta acá fui un buen alumno, un buen hijo. A partir de ahora quiero salir un poco del frasco.”
–¿En esa época en qué se destacaba?
–Hacía mucho deporte y me la rebuscaba bastante bien. Jugaba varios deportes federados: handball, tenis y vóley. Le ponía mucha constancia y voluntad, por eso me destacaba.
–¿Tenía inquietudes diferentes de las del resto de los chicos?
–Sí, sí. Empecé a leer el diario a los seis años. En la casa de mi abuelo me acostaba en la cama y ponía el diario en el piso y lo leía.
–¿A esa edad por qué le atraía leer el diario?
–No sé. Es más, en mi casa prácticamente no se leía, por eso iba a lo de mi abuelo.
–¿Qué sección era la que más le gustaba?
–Leía todo, obviamente deportes era la que más me gustaba. Siempre tuve inquietudes de ese tipo. Cuando retornó la democracia, yo tenía once años y me llamó mucho la atención el fenómeno de Alfonsín. Yo repetía el Preámbulo de la Constitución.
–¿Su familia tenía inquietudes políticas?
–No. Mi viejos son inmigrantes italianos. Ella del Norte y él del Sur y se conocieron acá. En Italia jamás se habrían conocido. Mi viejo se dedicó toda su vida a la construcción y mi vieja es ama de casa. Eran totalmente apolíticos.
–¿A usted le gustaba participar de las conversaciones de los grandes?
–¡Sí! Era un metiche total. Cuando venían a cenar amigos de mis viejos, yo me quedaba hasta tarde a escuchar lo que hablaban. Me metía pero lo que más hacía era escuchar. Siempre me gustó escuchar a los más grandes.
–¿Y a sus abuelos?
–¡Eran unos genios! A mi abuelo paterno no lo conocí y con mi abuela paterna tenía una relación que no era cotidiana porque ella vivía en la Capital y yo en San Martín. Después tenía dos nonos que vivían a diez cuadras de mi casa. Con ellos me iba de vacaciones al departamento que mi abuelo tenía en Mar del Plata. Mi primer viaje solo en colectivo lo hice a los seis o siete años desde la casa de mis abuelos hasta mi casa. Ellos fueron muy importantes para mí, los quise mucho. De hecho, una de las cosas más dolorosas que me sucedieron fue la pérdida de ellos dos.
–¿Qué heredó de su abuelo?
–Su capacidad de trabajo. Él era carpintero y se la pasaba laburando. Siempre le fue bien.
–Aunque cada vez menos, ser abuelo está relacionado con ser viejo, ¿usted cómo se imagina su vejez?
–No me quiero ni imaginar. (Risas).
–¿Por qué no?
–Pasan los años y ya me empiezan a pesar, ya no soy un chico. Me da la sensación de que uno tiene que hacer el esfuerzo para mantenerse lo mejor posible, más allá de que yo hago todo lo contrario para que eso sea así. Como mal, prácticamente no hago deporte y no me cuido en las comidas. No es que le tenga miedo a la vejez, sólo que me gustaría tratar de hacer cosas que todo el tiempo dejen marcas. Creo que uno tiene que vivir la vida haciendo lo que cree que tiene que hacer en cada momento.
–¿Por qué dice que le pesan los años?
–El tema de haberme expuesto tanto de joven hace que uno sienta que a medida que pasan los años va perdiendo presencia. No le tengo miedo a la vejez, pero me gusta vivir cada momento. Es un tema que ni lo pienso.
–¿Qué lamentaría no poder hacer más?
–Creo que uno en cada etapa de la vida hace cosas de esa etapa. La vida te va dejando marcas y aprendizajes de los errores. Lo que uno no tiene que perder nunca es la capacidad de soñar. Ahí está el secreto de vivir bien. Vivir bien es vivir pensando que todos los días podes hacer algo distinto.
–¿Considera que tiene una buena calidad de vida?
–No. Trabajo mucho, fumo, no hago deporte, como desordenado y duermo mal.
–¿Y cómo se relaja?
–Lo que sucede es que yo tengo muy mezclado lo personal con lo que hago. Disfruto de lo que hago. Por ahí, son las tres de la mañana y no me puedo dormir y les escribo mails sobre algún tema a los que laburan conmigo.
–Eso no suena muy relajante... ¿De qué otras cosas disfruta?
–De ir al campo y al río. Me gusta caminar descalzo en la tierra. Me encanta la tranquilidad.
–¿En qué le gusta gastar su dinero?
–En pilcha. Soy pilchero.
–¿Usted se compra la ropa o se la compra su esposa?
–Yo. Y me pasa que muchas veces la que me regalan no me gusta. Soy medio clasicón.
–¿Qué prenda de vestir le regalaron que no le gustó?
–Un montón de cosas. Una camisa floreada. Me pasó que alguien me regaló una camisa de Quiksilver muy linda, pero yo no me la pongo ni en pedo.
–¿Cuál sería un gasto superfluo?
–(Piensa) Un buen traje. Puedo cometer la locura de gastar en un buen traje. Me gusta y me lo compro.
–¿Para trabajar?
–Sí, soy medio adicto al trabajo.
–¿Ocupar un lugar importante al frente del Club Atlético Tigre es un gusto que siempre se quiso dar?
–¡Me desenchufó! Empecé porque me vinieron a ver los que estaban al frente del club, ya que estaba muy mal económicamente, había perdido su plantel y estaba con la cancha hipotecada. Y como todas las cosas que arranco en mi vida, empecé involucrándome medio de costado y quedé metido hasta la nariz. Me divierte, sobre todo cuando Tigre estaba en el ascenso porque era mucho más artesanal. Era menos negocio y más pasión. Me gustaba viajar al interior con los jugadores. El fútbol es algo fabuloso porque te encontras con Soldati y con el que barre la cuadra de tu casa. No tiene clases sociales, no tiene política ni religión. Es una de las pocas fiestas de la sociedad, que a veces deja de ser fiesta porque como en todas las sociedades pasan cosas ajenas a las fiestas.
–¿El club le ha dado más satisfacciones o desilusiones?
–Hasta ahora fueron todas alegrías. En lo personal y en lo deportivo. Estos cuatros años que llevo involucrado en la vida de Tigre me dieron nada más que satisfacciones. A veces te da dolores de cabeza.
–Si no se dedicara a la política, ¿qué hubiera preferido ser: jugador de fútbol o referí?
–(Risas) Futbolista. El referí es importante pero el fútbol lo protagonizan los futbolistas. En el barrio se juega sin referí.
–¿Qué otras cosas le apasionan además del fútbol?
–Hacer un asadito. Me puedo pasar una hora preparando el fuego antes de poner la carne a la parrilla. Ver crecer a mis hijos. (Silencio). En eso soy muy aburrido. Me apasionan muchas cosas que tienen que ver con lo que hago.
–¿Y las mujeres?
–Me gustan las mujeres pero tengo la limitante de que estoy casado. Ahora me gustan menos que cuando era soltero. (Sonríe). Tengo ojos...
–¿Y cuando era soltero?
–Era muy mujeriego. De chico era mujeriego. Era un chico que tenía un amor en cada puerto. Después, como todo, uno va administrando las cosas. (Sonríe).
–Usted combina dos atributos deseados por muchos: la juventud y el poder. ¿Cómo lleva eso?
–No tomo conciencia de esas cosas. Por ahí, toman más conciencia los que están a mi alrededor. Ayer fui a buscar a mis dos hijos y el tipo del estacionamiento donde dejé el auto, me preguntó: “¿Usted anda sin custodia?”. Y le respondí: “¿Qué me van a hacer?”. Hay mucha fantasía. El poder es una cosa efímera. Te dura un ratito.
–Pero el poder existe: algunos lo tienen y otros no. Y usted ahora tiene algo de poder, por lo menos para cambiar la realidad de Tigre...
–No estoy tan seguro de que tenga poder. Mi mayor poder es mi capacidad de trabajo. No sé si soy un tipo con poder. Si me pregunta si soy un tipo bien relacionado, sí. Si tengo un sistema de relaciones de gente influyente, sí.
–Eso es un eufemismo para decir que tiene poder...
–No.
–Dígame, ¿cómo es ser un joven con poder?
–El problema es que yo no lo percibo así. Yo no me considero un tipo poderoso. Lorenzo Miguel definió el poder como llamar por teléfono y que del otro lado te atiendan. El poder es eso, tener un buen sistema de relaciones, que te permita resolver cosas.
–Usted tiene todo eso...
–Sí. Y hay que usarlo para modificar la vida de un montón de gente. No vivo pensando en que soy un tipo con poder. Es más grave, nunca me detuve a pensarlo. Lo vivo normalmente.
–Se lo pregunto de otro modo, ¿ser joven lo ha beneficiado o perjudicado en el ámbito político?
–En algunos lugares ser joven molesta, porque algunos sienten que hay generaciones nuevas que les ocupan espacios.
–¿Lo han desacreditado por su edad?
–Sí, totalmente. En algunos sectores de este país, ser joven y que te vaya bien es un pecado. Pero se aprende a convivir con eso. Sin embargo, te permite plantear cosas que otros por su edad no se atreven. Ser joven no me impidió ocupar cada uno de los lugares que ocupé.
–¿Qué cosas resignó por su carrera política?
–Mucho de mi vida personal. Tiempo de amigos y de familia. La privacidad.
–Cuando era un veinteañero, ¿trataba de combinar su vida política con las actividades que en general suelen hacer todos los jóvenes?
–Sí, totalmente. Hasta el momento que estuve en ANSES, mi vida era igual a la de cualquier pibe de treinta años, que sale a bailar y a comer con sus amigos. Después se me fue acotando el margen de maniobra. Es una elección de vida. Antes era salidor, muy salidor. (Sonríe).
–¿Qué significa esa sonrisa?
–Era muy salidor: miércoles, jueves, viernes, sábados y domingos.
–¿Siente que la política lo avejentó?
–¡Sí! Totalmente. Desgraciadamente te obliga. Yo sé que un tipo de 36 años tiene cosas distintas de las que tengo yo. Te ves obligado por los obstáculos que te ponen por ser joven. Perdés candidez y parte de la magia de la edad, igual yo trato de mantener esa magia adentro.
–¿En qué siente que le falta experiencia?
–Como papá. Como dirigente social. (Silencio largo.) En otras cosas no soy yo el que tengo que opinar. (Sonríe y silba bajito.) Tal vez como hijo.
–¿Qué le gustaría aprender?
Asegura que no se siente un hombre poderoso. Pero reconoce haber tejido una red de contactos con gente influyente.
Sergio Massa es alto, tiene buen porte y sonríe como un conductor de televisión. Está dispuesto a conversar, pero se cuida en lo que dice. Para contrarrestar su cautela, se desparrama en el sillón. Casi parece distendido.
–Fue diputado provincial a los 27 y se convirtió en intendente a los 35, ¿en qué otras cosas fue precoz?
–(Risas) Traté de ser precoz en todo lo que pude. Empecé a jugar al handball siendo más chico que el resto de los que jugaban a ese deporte en el colegio. Empecé a salir a bailar a los doce años porque tenía un amigo de 15, Andrés, y otro de 18, Pepe, y salíamos con el auto de él. Creo que en todo fui rápido. Me tomé la vida muy rápido.
–¿Sus padres se lo permitían o lo hacía a escondidas de ellos?
–Más o menos. Mi viejo siempre me bancó en todo, en cambio mi vieja era más hincha, me controlaba más. En la primaria, yo era muy buen alumno y cuando terminé séptimo grado dije: “Hasta acá fui un buen alumno, un buen hijo. A partir de ahora quiero salir un poco del frasco.”
–¿En esa época en qué se destacaba?
–Hacía mucho deporte y me la rebuscaba bastante bien. Jugaba varios deportes federados: handball, tenis y vóley. Le ponía mucha constancia y voluntad, por eso me destacaba.
–¿Tenía inquietudes diferentes de las del resto de los chicos?
–Sí, sí. Empecé a leer el diario a los seis años. En la casa de mi abuelo me acostaba en la cama y ponía el diario en el piso y lo leía.
–¿A esa edad por qué le atraía leer el diario?
–No sé. Es más, en mi casa prácticamente no se leía, por eso iba a lo de mi abuelo.
–¿Qué sección era la que más le gustaba?
–Leía todo, obviamente deportes era la que más me gustaba. Siempre tuve inquietudes de ese tipo. Cuando retornó la democracia, yo tenía once años y me llamó mucho la atención el fenómeno de Alfonsín. Yo repetía el Preámbulo de la Constitución.
–¿Su familia tenía inquietudes políticas?
–No. Mi viejos son inmigrantes italianos. Ella del Norte y él del Sur y se conocieron acá. En Italia jamás se habrían conocido. Mi viejo se dedicó toda su vida a la construcción y mi vieja es ama de casa. Eran totalmente apolíticos.
–¿A usted le gustaba participar de las conversaciones de los grandes?
–¡Sí! Era un metiche total. Cuando venían a cenar amigos de mis viejos, yo me quedaba hasta tarde a escuchar lo que hablaban. Me metía pero lo que más hacía era escuchar. Siempre me gustó escuchar a los más grandes.
–¿Y a sus abuelos?
–¡Eran unos genios! A mi abuelo paterno no lo conocí y con mi abuela paterna tenía una relación que no era cotidiana porque ella vivía en la Capital y yo en San Martín. Después tenía dos nonos que vivían a diez cuadras de mi casa. Con ellos me iba de vacaciones al departamento que mi abuelo tenía en Mar del Plata. Mi primer viaje solo en colectivo lo hice a los seis o siete años desde la casa de mis abuelos hasta mi casa. Ellos fueron muy importantes para mí, los quise mucho. De hecho, una de las cosas más dolorosas que me sucedieron fue la pérdida de ellos dos.
–¿Qué heredó de su abuelo?
–Su capacidad de trabajo. Él era carpintero y se la pasaba laburando. Siempre le fue bien.
–Aunque cada vez menos, ser abuelo está relacionado con ser viejo, ¿usted cómo se imagina su vejez?
–No me quiero ni imaginar. (Risas).
–¿Por qué no?
–Pasan los años y ya me empiezan a pesar, ya no soy un chico. Me da la sensación de que uno tiene que hacer el esfuerzo para mantenerse lo mejor posible, más allá de que yo hago todo lo contrario para que eso sea así. Como mal, prácticamente no hago deporte y no me cuido en las comidas. No es que le tenga miedo a la vejez, sólo que me gustaría tratar de hacer cosas que todo el tiempo dejen marcas. Creo que uno tiene que vivir la vida haciendo lo que cree que tiene que hacer en cada momento.
–¿Por qué dice que le pesan los años?
–El tema de haberme expuesto tanto de joven hace que uno sienta que a medida que pasan los años va perdiendo presencia. No le tengo miedo a la vejez, pero me gusta vivir cada momento. Es un tema que ni lo pienso.
–¿Qué lamentaría no poder hacer más?
–Creo que uno en cada etapa de la vida hace cosas de esa etapa. La vida te va dejando marcas y aprendizajes de los errores. Lo que uno no tiene que perder nunca es la capacidad de soñar. Ahí está el secreto de vivir bien. Vivir bien es vivir pensando que todos los días podes hacer algo distinto.
–¿Considera que tiene una buena calidad de vida?
–No. Trabajo mucho, fumo, no hago deporte, como desordenado y duermo mal.
–¿Y cómo se relaja?
–Lo que sucede es que yo tengo muy mezclado lo personal con lo que hago. Disfruto de lo que hago. Por ahí, son las tres de la mañana y no me puedo dormir y les escribo mails sobre algún tema a los que laburan conmigo.
–Eso no suena muy relajante... ¿De qué otras cosas disfruta?
–De ir al campo y al río. Me gusta caminar descalzo en la tierra. Me encanta la tranquilidad.
–¿En qué le gusta gastar su dinero?
–En pilcha. Soy pilchero.
–¿Usted se compra la ropa o se la compra su esposa?
–Yo. Y me pasa que muchas veces la que me regalan no me gusta. Soy medio clasicón.
–¿Qué prenda de vestir le regalaron que no le gustó?
–Un montón de cosas. Una camisa floreada. Me pasó que alguien me regaló una camisa de Quiksilver muy linda, pero yo no me la pongo ni en pedo.
–¿Cuál sería un gasto superfluo?
–(Piensa) Un buen traje. Puedo cometer la locura de gastar en un buen traje. Me gusta y me lo compro.
–¿Para trabajar?
–Sí, soy medio adicto al trabajo.
–¿Ocupar un lugar importante al frente del Club Atlético Tigre es un gusto que siempre se quiso dar?
–¡Me desenchufó! Empecé porque me vinieron a ver los que estaban al frente del club, ya que estaba muy mal económicamente, había perdido su plantel y estaba con la cancha hipotecada. Y como todas las cosas que arranco en mi vida, empecé involucrándome medio de costado y quedé metido hasta la nariz. Me divierte, sobre todo cuando Tigre estaba en el ascenso porque era mucho más artesanal. Era menos negocio y más pasión. Me gustaba viajar al interior con los jugadores. El fútbol es algo fabuloso porque te encontras con Soldati y con el que barre la cuadra de tu casa. No tiene clases sociales, no tiene política ni religión. Es una de las pocas fiestas de la sociedad, que a veces deja de ser fiesta porque como en todas las sociedades pasan cosas ajenas a las fiestas.
–¿El club le ha dado más satisfacciones o desilusiones?
–Hasta ahora fueron todas alegrías. En lo personal y en lo deportivo. Estos cuatros años que llevo involucrado en la vida de Tigre me dieron nada más que satisfacciones. A veces te da dolores de cabeza.
–Si no se dedicara a la política, ¿qué hubiera preferido ser: jugador de fútbol o referí?
–(Risas) Futbolista. El referí es importante pero el fútbol lo protagonizan los futbolistas. En el barrio se juega sin referí.
–¿Qué otras cosas le apasionan además del fútbol?
–Hacer un asadito. Me puedo pasar una hora preparando el fuego antes de poner la carne a la parrilla. Ver crecer a mis hijos. (Silencio). En eso soy muy aburrido. Me apasionan muchas cosas que tienen que ver con lo que hago.
–¿Y las mujeres?
–Me gustan las mujeres pero tengo la limitante de que estoy casado. Ahora me gustan menos que cuando era soltero. (Sonríe). Tengo ojos...
–¿Y cuando era soltero?
–Era muy mujeriego. De chico era mujeriego. Era un chico que tenía un amor en cada puerto. Después, como todo, uno va administrando las cosas. (Sonríe).
–Usted combina dos atributos deseados por muchos: la juventud y el poder. ¿Cómo lleva eso?
–No tomo conciencia de esas cosas. Por ahí, toman más conciencia los que están a mi alrededor. Ayer fui a buscar a mis dos hijos y el tipo del estacionamiento donde dejé el auto, me preguntó: “¿Usted anda sin custodia?”. Y le respondí: “¿Qué me van a hacer?”. Hay mucha fantasía. El poder es una cosa efímera. Te dura un ratito.
–Pero el poder existe: algunos lo tienen y otros no. Y usted ahora tiene algo de poder, por lo menos para cambiar la realidad de Tigre...
–No estoy tan seguro de que tenga poder. Mi mayor poder es mi capacidad de trabajo. No sé si soy un tipo con poder. Si me pregunta si soy un tipo bien relacionado, sí. Si tengo un sistema de relaciones de gente influyente, sí.
–Eso es un eufemismo para decir que tiene poder...
–No.
–Dígame, ¿cómo es ser un joven con poder?
–El problema es que yo no lo percibo así. Yo no me considero un tipo poderoso. Lorenzo Miguel definió el poder como llamar por teléfono y que del otro lado te atiendan. El poder es eso, tener un buen sistema de relaciones, que te permita resolver cosas.
–Usted tiene todo eso...
–Sí. Y hay que usarlo para modificar la vida de un montón de gente. No vivo pensando en que soy un tipo con poder. Es más grave, nunca me detuve a pensarlo. Lo vivo normalmente.
–Se lo pregunto de otro modo, ¿ser joven lo ha beneficiado o perjudicado en el ámbito político?
–En algunos lugares ser joven molesta, porque algunos sienten que hay generaciones nuevas que les ocupan espacios.
–¿Lo han desacreditado por su edad?
–Sí, totalmente. En algunos sectores de este país, ser joven y que te vaya bien es un pecado. Pero se aprende a convivir con eso. Sin embargo, te permite plantear cosas que otros por su edad no se atreven. Ser joven no me impidió ocupar cada uno de los lugares que ocupé.
–¿Qué cosas resignó por su carrera política?
–Mucho de mi vida personal. Tiempo de amigos y de familia. La privacidad.
–Cuando era un veinteañero, ¿trataba de combinar su vida política con las actividades que en general suelen hacer todos los jóvenes?
–Sí, totalmente. Hasta el momento que estuve en ANSES, mi vida era igual a la de cualquier pibe de treinta años, que sale a bailar y a comer con sus amigos. Después se me fue acotando el margen de maniobra. Es una elección de vida. Antes era salidor, muy salidor. (Sonríe).
–¿Qué significa esa sonrisa?
–Era muy salidor: miércoles, jueves, viernes, sábados y domingos.
–¿Siente que la política lo avejentó?
–¡Sí! Totalmente. Desgraciadamente te obliga. Yo sé que un tipo de 36 años tiene cosas distintas de las que tengo yo. Te ves obligado por los obstáculos que te ponen por ser joven. Perdés candidez y parte de la magia de la edad, igual yo trato de mantener esa magia adentro.
–¿En qué siente que le falta experiencia?
–Como papá. Como dirigente social. (Silencio largo.) En otras cosas no soy yo el que tengo que opinar. (Sonríe y silba bajito.) Tal vez como hijo.
–¿Qué le gustaría aprender?
–A manejar un avión. Y a administrar mejor mi tiempo y respetar el de los demás. Ese a su vez es uno de mis grandes defectos. (PUNTO CERO).
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