(La Política OnLine). Cristina y Scioli cedieron en el punto justo de sus intereses cruzados. El peronismo se abroquela.
Sería injusto decir que se odian porque Daniel Scioli es cabrón, pero moderado con los rencores. Más preciso es señalar su posicionamiento en el amplio paisaje del kirchnerismo: extremos opuestos.
Daniel Scioli y Carlos Zannini no es la fórmula de los que se quieren, tampoco de los que se complementan –como van a intentar vender-, es la fórmula de los que no podían decir que no. Real politik en su máxima crudeza.
Pero el planteo es engañoso. No son iguales. Zannini es un burócrata que amasó inmenso poder a fuerza de complacer y sobre todo, interpretar, a su jefa. Scioli es un candidato que se encaminaba a arrollar en la primarias al último invento de su flamante vice: Florencio Randazzo.
Lo de Zannini es además de una traición –a Randazzo, obvio- una rendición que se disfrazará detrás del rol de patovica del kirchnerismo puro. De garante de los intereses de la Señora, su hijo y los “chicos” de La Cámpora.
La negociación se dio entre Cristina y Scioli. Es lo que corresponde. Se trata del poder que se va y el que llega. Y como tantas veces ocurrió, cuando todos vaticinaban caprichos y locuras, Cristina hizo lo que siempre hace cuando se dedica a la política: Actuó como una profesional. No impuso a su hijo, ni a Wado ni a Axel. Puso a uno de verdad, porque de lo que se trata es del poder.
Lo hizo además con una de esas cualidades que hay que reconocerle, el placer por tomar la curva cerrada sin avisar, para que todos los “ultra” que vino macerando con dedicación, se estrellen limpiamente contra la pared. No es una novedad. Lo hizo con su giro pro Papa Francisco. Y ahora repitió la historia.
Cristina actuó como una auténtica peronista. Cuando se enfrenta a un poder que no tiene ninguna chance de doblegar, acuerda.
Seguramente en los próximos días se publiquen extensos editoriales lamentando la “rendición” de Scioli, el lamentable artificio, en el mejor de los casos, de una Presidencia condicionada. El error no podría ser más grande.
Lo que ocurrió fue un triunfo en toda la línea de la estrategia pasivo-agresiva que desplegó Scioli para doblegar al kirchnerismo. No sólo no le negaron la boleta, si no que además será el candidato único del peronismo. Ni Carlos Menem logró tanto. Y lo consiguió contra los más malos –se supone- de la cuadra.
Interesante mirar además como el peronismo empieza cambiar la piel en tiempo real, iniciando un proceso de mutación que como toda transformación se sabe donde empieza pero no donde termina. Ahora empezarán las apuestas sobre quien doblegará a quien. Si Zannini será un nuevo Mariotto o por el contrario el Frank Underwood que empuje a Scioli de la Presidencia.
Ejercicios mentales para gente ociosa. Lo real es que el peronismo resolvió un problema de poder. No se quieren, son distintos, pero se necesitan para ganar. Todo un mensaje para la oposición que se tentó con una “pureza” que por definición, es la antítesis de la política. (La Politica Online).
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