La necesidad, desde la desesperación de abrazar, besar y abrazar a un hijo, contemplar desde la inigualable virtud de una madre, de amar, proteger, criar, educar y por qué no, poner los limites.
En la más profunda perplejidad y angustia desde hace unos días hemos quedado, desde la noticia que dice que una madre, para vengarse de su esposo, dispuso de la vida y la muerte de su propio hijo.
Nos da vuelta por la cabeza y rebota constantemente, la idea de la indefensión, la venganza, la falta de amor, vuelvo a decir la perplejidad por la idea del desinterés por el que lloraste con el más profundo y doloroso amor por parir a tu hijo.
Como madre desde hace unos días me siento con mayor necesidad de amar aun mas a mis hijos, de demostrárselo, por sobre todo.
La angustia da vuelta por mi corazón. Solo me reconforta saber que muchos hijos están protegidos por la verdadera historia de amor que envuelve a padres e hijos.
También, me cruza por la cabeza la historia de cada uno de los hijos de la vida, sueltos por ahí, en las calles, penando por una moneda a merced de inescrupulosos intereses adultos de mendigar en nombre de la sensiblería diaria.
Eso también es asesinar a los niños en su esperanza de un país que debería comprometerse por su seguridad, por su libertad, por sus derechos humanos, por su porvenir.
Nos convertimos en fríos espectadores, en frívolos empresarios del decir y no hacer. En opinólogos mediáticos de las necesidades de los chicos sin escolaridad, pero también sin arraigo, sin comida y sin amor de familia.
Eso también es un crimen.
Debemos comprometernos, desde el corazón, y no desde la racionalidad, de tener una verdadera política pública de cultura, educación, y empleo, proponiendo elementos útiles de contención, para los padres de los chicos de la calle. Y debemos proponerle al estado, circunscripto a políticas económicas solamente, que detrás del vil metal, hay una sociedad entera de niños inocentes, que no son solidariamente responsables de las políticas de estado, que solo son mendigos de nuestras mediocridad políticas que necesita que los amemos, los cuidemos, que les demos de las herramientas sociales y proteccionistas y no clientelares de especulación partidaria.
Que les podamos brindar a nuestros hijos la posibilidad de vivir en un estado de derecho para que su porvenir sea plagado de oportunidades.
No hay mayor felicidad para los padres que la felicidad de los hijos.
No debería de haber mayor felicidad del gobierno, que la felicidad de su pueblo.
En la más profunda perplejidad y angustia desde hace unos días hemos quedado, desde la noticia que dice que una madre, para vengarse de su esposo, dispuso de la vida y la muerte de su propio hijo.
Nos da vuelta por la cabeza y rebota constantemente, la idea de la indefensión, la venganza, la falta de amor, vuelvo a decir la perplejidad por la idea del desinterés por el que lloraste con el más profundo y doloroso amor por parir a tu hijo.
Como madre desde hace unos días me siento con mayor necesidad de amar aun mas a mis hijos, de demostrárselo, por sobre todo.
La angustia da vuelta por mi corazón. Solo me reconforta saber que muchos hijos están protegidos por la verdadera historia de amor que envuelve a padres e hijos.
También, me cruza por la cabeza la historia de cada uno de los hijos de la vida, sueltos por ahí, en las calles, penando por una moneda a merced de inescrupulosos intereses adultos de mendigar en nombre de la sensiblería diaria.
Eso también es asesinar a los niños en su esperanza de un país que debería comprometerse por su seguridad, por su libertad, por sus derechos humanos, por su porvenir.
Nos convertimos en fríos espectadores, en frívolos empresarios del decir y no hacer. En opinólogos mediáticos de las necesidades de los chicos sin escolaridad, pero también sin arraigo, sin comida y sin amor de familia.
Eso también es un crimen.
Debemos comprometernos, desde el corazón, y no desde la racionalidad, de tener una verdadera política pública de cultura, educación, y empleo, proponiendo elementos útiles de contención, para los padres de los chicos de la calle. Y debemos proponerle al estado, circunscripto a políticas económicas solamente, que detrás del vil metal, hay una sociedad entera de niños inocentes, que no son solidariamente responsables de las políticas de estado, que solo son mendigos de nuestras mediocridad políticas que necesita que los amemos, los cuidemos, que les demos de las herramientas sociales y proteccionistas y no clientelares de especulación partidaria.
Que les podamos brindar a nuestros hijos la posibilidad de vivir en un estado de derecho para que su porvenir sea plagado de oportunidades.
No hay mayor felicidad para los padres que la felicidad de los hijos.
No debería de haber mayor felicidad del gobierno, que la felicidad de su pueblo.
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