martes, marzo 27, 2007

¿PUEDE GINES SER CANDIDATO PORTEÑO?. Por Ignacio Fidanza


BUENOS AIRES, Marzo 27, (PUNTO CERO-La Política OnLine) Casi podría describirse como una patología esta costumbre kirchnerista por transplantar candidatos, colocándolos al filo de la legalidad. Forzando a dirigentes de intachable trayectoria a incómodas maniobras documentales, apresurados cambios de domicilio, o bochornosas búsquedas en el pasado del vellocino de oro: una necesario vínculo con el distrito que sorpresivamente se busca enamorar.
Daniel Scioli basó con tenacidad a prueba de incendios, toda su trayectoria política en la idea de gobernar alguna vez la querida Ciudad de Buenos Aires. Erigió en el barrio del Abasto su templo porteñista, micromundo de construcción política que propuso como faro y vidriera de su amor por la Reina del Plata.
Hoy Daniel Scioli, se encomienda todas las noche para que un fallo amigo lo salve cuando llegue la hora decisiva y habilite su candidatura, mientras dentro del mismo corazón del kirchnerismo alientan secretos batallones de abogados –que nunca reconocerán- para lograr su descarrilamiento y quedarse así con cara de inocentes con la ansiada candidatura, por esas cosas del mal menor.
Ginés González García fue y será un símbolo del más rancio peronismo bonaerense. Ministro de Salud de la gobernación de Antonio Cafiero, durante la larga década menemista, nunca cedió a la tentación y se mantuvo fiel a su distrito, encolumnado en la entonces indiscutida jefatura de Eduardo Duhalde.
Semejante prueba de lealtad tuvo su precio. Pese a las permanentes versiones que lo daban como número puesto, el Ministerio de Salud de la Nación nunca llegó. Calculo bajó de la política que retrasó una designación natural que se hacía evidente sólo con ver la inmensa y obvia distancia que su talento, formación y compromiso, marcaban con los grises personajes que ocuparon esa cartera en los noventa.
Natural fue entonces que Duhalde presidente lo nombrara en el cargo par el que se había preparado toda la vida. Y no defraudó. Su gestión brilló plena de iniciativas y no esquivó la polémica ni disfrazó sus convicciones, como corresponde a un verdadero político y no a los ganapanes que suelen confundir la permanencia gris, obediente y disimulada en el poder, con el triunfo en la cosa pública.

Perversiones
Néstor Kirchner tiene la necesaria cuota de maldad para ejercer la Presidencia, o al menos para conservar el poder. A esta altura es un dato que ya no merece discusión. Ahora, alcanzar los objetivos políticos, sin vulnerar el respeto por las leyes y las instituciones, respetando la auto-limitación del poder que hace a la esencia republicana, es en todo caso una preocupación de estadistas y una cultura política que no abunda en la historia del peronismo.
Gran parte del drama político argentino tal vez esté vinculado a ese dogma del poder por sobre la legalidad que impera sobre todo en los peronistas. Y Néstor Kirchner es un alumno disciplinado y consecuente de la doctrina de los fines y el desprecio de los medios. El triunfo o la derrota como única medida del éxito o el fracaso.
El Presidente transplantó a su mujer al territorio bonaerense en el 2005, porque la necesitaba para derrotar a Duhalde. Y ganó. Entonces la maniobra en la visión imperante, quedó legitimada. No importa que nunca más Cristina Kirchner volvió a recorrer la provincia que la votó, ni que jamás haya defendido sus intereses en el Senado. La Constitución dice que ella estaba allí para representar los intereses de esa provincia ¿Pero a quién le importa la Constitución? Lo que existe es el poder.
El Presidente hizo que su hermana renunciara entonces al Ministerio de Desarrollo Social para que ocupara el hueco obvio que había dejado su mujer, hasta ese momento senadora por Santa Cruz. Y ganó. Su hermana fue electa senadora y al poco tiempo renunció a la banca y volvió al Ministerio, en una maniobra que ya se preveía desde antes de la elección ¿Desprecio por los votantes? ¿A quien le importa? Lo que existe es el poder.

Transplantes
Un año atrás Alberto Fernández consumía sus noches imaginando un candidato posible para conquistar la Capital y evitar su pesadilla más recurrente: la elección por el voto popular de Jorge Telerman como Jefe de Gobierno. Daniel Scioli aún no había recibido el salvoconducto kirchnerista y Aníbal Ibarra ya no era un proyecto viable.
Fue la primera vez que el nombre de Ginés González García se evaluó. La imagen de médico progre, su solidez intelectual y una inoxidable historia peronista, lo convertían en una opción interesante para unificar a las díscolas tribus que componen el PJ porteño y ampliar la base electoral en consonancia con la orientación política del gobierno nacional. Y lo mandaron a medir. Y midió razonablemente bien.
Pero el entusiasmo duró lo que duran los amores contrariados. Ginés González García había cometido el imperdonable pecado de nacer en el emblemático año de 1945 en la ciudad de San Nicolás de los Arroyos, en el corazón de la provincia de Buenos Aires. Pecado que luego acrecentó fijando domicilio legal en el mismo territorio. Y ninguno de estos dos hechos de la sin razón han cambiado. Salvo que algún oportuno liquid paper sorprenda en una noche descuidada, el DNI del Ministro de Salud o algún otro aburrido documento, que con sorpresa se verá elevado a la categoría de asunto de Estado.
¿Cómo se explica el increíble descenso de un ministro clave y exitoso a la disputa menor de una banca de concejal, o como se dice ahora, legislador? ¿Y más sorprendente aún que explica la arrebata alegría del mismo ministro por sumergirse en una disputa de baches, multas de tránsito y alumbrado público?
"Gordo quedate tranquilo, vos vas a ganar y una vez garantizado el triunfo ¿Qué vas a hacer quedándote ahí, si ni siquiera entras en la banca? Renunciás y volvés al Ministerio", fueron las palabras presidenciales, acompañadas de las necesarias risotadas a las que los peronistas suelen apelar para descomprimir la tensión, cuando saben que lo que hacen no está bien, pero hay que hacerlo.

El encuentro, publicado en su versión pausterizada, fue en la Casa Rosada y tuvo como maestro de ceremonias a Alberto Fernández, reconfortado con el final feliz de su guión. El diálogo lo acercó un ministro y se podrá dudar de su veracidad, pero los hechos pasados marcan una coherencia de pensamiento, y los futuros habrá que esperarlos. (PUNTO CERO-La Política OnLine).

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