PERGAMINO, Octubre 17, (PUNTO CERO-La Opinión) La experiencia de Laura Saccomanno de Ceccarelli enaltece como pocas el espíritu materno: en 1993 perdió a sus pequeños hijos en un accidente y meses más tarde adoptó a cuatro hermanos. "Hacía doce años que éramos papás y ese es un ejercicio maravilloso que nuestros hijos nos dan la posibilidad de recrear a diario", afirma.
Un manifiesto pacifista de fines del Siglo XIX fue el origen de lo que tiempo más tarde se instauró como el Día de la Madre; una fecha que aunque sociabilizada con fines comerciales, confiere la oportunidad para honrar a la mujer en su don natural de concebir, una condición que va más allá de la capacidad biológica y que tiene que ver con una práctica comprometida con el valor y el respeto por la vida.
Hay muchas formas de rendir homenaje a las madres en su Día, en esta oportunidad LA OPINION pretende hacerlo desde el rescate de una historia que recrea un caso paradigmático y por sus implicancias resalta el valor de la maternidad poniendo en su justa medida el peso de su práctica.
Hasta el 6 de septiembre de 1993 la vida de Laura Saccomanno de Ceccarelli era igual a la de muchas madres. Ese día, un accidente automovilístico le arrebató de las manos a sus dos pequeños hijos poniéndola de cara a la peor adversidad. "En una semana los había perdido a ambos", recuerda mencionando el nombre de Diego y Daniel, como se llamaban, con la voz aún entrecortada por un dolor intenso.
De repente, algo se había truncado para siempre y frente a eso había dos caminos posibles: tirarse a llorar por lo irremediable o rearmar una familia por la cual luchar y seguir adelante. Este último fue el camino, aunque asegura que "nunca se resuelve la pérdida de dos hijos, con el tiempo asumís que la muerte es algo irreversible, pero aceptarlo nunca".
La decisión de adoptar la tomaron cuando Daniel, el mayor de sus hijos, aún estaba con vida y meses más tarde maduraron esa posibilidad e iniciaron los trámites. Así, llegaron al registro de adopción y luego al Obispado de San Justo donde los pusieron en contacto con la jueza de Laferrere. "Fuimos en mayo y en julio éramos familia", recuerda.
De aquella determinación pasaron doce años. Hoy, junto a su esposo y en la misma casa un tanto reformada, Laura cría a cuatro hijos del corazón que llegaron a su vida después de la tragedia. "Eran cuatro hermanos: Jésica que tenía casi seis años; Antón de cinco; Ariel que tenía dos años y nueve meses; y Romina que apenas contaba catorce meses; al principio fue difícil porque yo no estaba acostumbrada a tener cuatro chicos de golpe, pero ser mamá es siempre un aprendizaje constante".
Quienes la conocen la definen como "una madraza" capaz de defenderlos como una leona. Ella misma lo sostiene cuando asevera que "no hay diferencia entre los hijos biológicos y los del corazón, el amor es el mismo".
En su fuero más íntimo, siente que tiene seis hijos. Lo afirma con la convicción que dan los sentimientos, "cuando me preguntan, digo que tengo seis y ellos lo saben; llegaron en un momento muy difícil de nuestra familia y desde el primer día conocieron lo que nos había sucedido".
Con ojos de madre
Así como en la memoria está intacta la secuencia de lo irreparable, también y con la misma fuerza permanece viva esa mirada de madre capaz de rescatar de los hijos la síntesis de las pequeñas cosas. "Daniel era muy aplicado, cariñoso, buen deportista y amigable, era un chico que te daba satisfacciones todos los días; Diego era un vago de siete suelas al que le gustaba mucho divertirse, tenía un encanto especial".
"La satisfacción más grande que tuve con ellos fue que me enseñaron a ser mamá, después muchas cosas quedaron truncadas en ese ejercicio, pero me queda la tranquilidad de que fueron buenos chicos", confiesa, al tiempo que reconoce que el mayor orgullo que experimenta es que "la gente los sigue teniendo presentes".
El desafío de que crezcan
Con estos hijos, con los que llegaron más tarde a su vida, el mayor empeño está puesto en que crezcan. "El desafío que tengo con ellos es que aprendan a defenderse en la vida, que sepan valerse por sí mismos y de a poco, cada cual en la medida de sus posibilidades, lo va logrando", afirma con el orgullo innato de las madres. Los ama y siente que ellos fueron "un motivo para sobreponerse".
"Durante doce años habíamos construido una familia, como todos trabajábamos y luchábamos por los chicos y de golpe ellos ya no estaban, entonces no teníamos porqué luchar, la llegada de ellos nos devolvió el motivo", confiesa.
Con la misma certeza que presupone que la decisión escondió una cuota de sano egoísmo, sabe que terminó siendo un acto de profunda generosidad que rescató a cuatro hermanos de una historia difícil. "Cuando murieron los chicos hacía doce años que éramos papás y ese es un ejercicio maravilloso que nuestros hijos nos dan la posibilidad de recrear a diario; estoy muy contenta porque me han llenado la vida".
El Día de la MadreAún así y por diversas razones, el Día de la Madre tiene para Laura "una mezcla grande".
"Hace dieciocho años que no está mi mamá; los que me hicieron mamá por primera vez hace trece años que ya no están y eso empaña de alguna manera las celebraciones; pero soy mamá y eso me impulsa", confiesa con un mensaje que confirma el poder reparador del afecto.
"Hay mucha gente que es reacia a adoptar; yo les pediría que no tengan miedo, que hay muchas maneras de ser mamá y que cualquiera de ellas da satisfacciones".
Aunque en virtud de la trascendencia de su historia se ha reconocido públicamente su causa con múltiples distinciones, Laura Saccomanno de Ceccarelli no se considera un ejemplo. Por el contrario, se define al mismo tiempo como una mujer que tuvo, como tantas, la desgracia de haber perdido a sus hijos; y el valor de haber sabido abrir las puertas de la vida a otros que llegaron luego. Desde ese lugar quiso rescatarla LA OPINION y rendir en ella un homenaje a todas las madres de Pergamino. (PUNTO CERO-La Opinión).
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