(La Política OnLine). Todas las encuestas dicen que el 2011 no está para el peronismo. Y Duhalde sabe que la gente no lo acompañará en ninguna aventura electoral. Su opción es clara: el próximo turno es para Julio Cobos. Está confiado en que, desde la derrota, tendrá la posibilidad de reconstruir al peronismo.
Eduardo Duhalde es un hombre de pocas ideas. Pero eso sí: fijas. Nadie puede sorprenderse de su visión bipartidista de la política. Incluso cuando fue gobernador de Buenos Aires, y mientras Carlos Menem avanzaba sobre todo aparato radical que tuviera a su alcance y no se domesticara, Duhalde pactó con la UCR y les dio el dominio de todos los órganos de control de la provincia. Le dice a lo suyo “visión estratégica”. Genuinamente, cree en un acuerdo irrevocable entre los dos partidos mayoritarios de la Argentina, para garantizar la gobernabilidad. La alternancia, cree, es la ofrenda para darle sustentabilidad política al país; lo único que puede ponerle freno a los intentos hegemónicos –o sueños de quedarse por siempre y jamás- de cada presidente argentino.
Cuando Alfonsín fue obligado a dejar anticipadamente el poder por el peronismo y los resortes de poder económico, padeciendo el desprecio de la población y la diatriba generalizada, encontró en Duhalde a un político que cobijó a sus cuadros y a un hombre con quien fue construyendo una amistad, cimentada por el diálogo y la comprensión mutua. Tenían a Menem como enemigo común. Y padecían una compleja relación con la ciudadanía, enamorada del uno a uno y las relaciones carnales con los Estados Unidos. Ninguno de los dos comulgó jamás con esas heterodoxas visiones.
Decidido a quedarse en la Presidencia de la Nación, Menem aceptó un acuerdo con el radicalismo para reformar la Constitución Nacional. A cambio de la inclusión del artículo que lo facilitaba, Alfonsín obtuvo buena parte de sus demandas institucionales: períodos presidenciales de cuatro años, sistema semiparlamentario, tercer senador por distrito, injerencia partidaria en las designaciones judiciales, por listar algunos temas. Es que sabía que no existía la posibilidad de que el presidente elegido en el 95 fuera radical. Así fue decidió perder ese turno, y apostó todas las fichas al 99 cuando, estaba seguro, una UCR reconstruída tendría chances de ganar.
Hay que reconocerle que mucho no se equivocó. El 99 fue para Fernando De la Rúa, aunque tuvo que compartir el poder con el FREPASO, surgido precisamente como fuerza política alternativa entre el 95 y el 97 frente al “Pacto de Olivos”.
El 2011 no está para el PJ
Duhalde está en la misma. Todas las encuestas dicen que el 2011 no está para el peronismo. Como Alfonsín en el 94, y más allá de cualquier declaración en contrario, Duhalde sabe que la gente no lo acompañará en ninguna aventura electoral. Y que descartado Reutemann, los candidatos Macri y De Narváez, con posibilidades reales de hacerse de la presidencia según las encuestas y que podrían contar con el respaldo del peronismo, no quieren saber nada de mostrarse con él. Esto, lógicamente, lo hiere. Entonces, su opción es clara: el 2011 tiene que ser para Julio Cobos. Está confiado en que, desde la derrota, tendrá la posibilidad de reconstruir al peronismo tal y como a él le gusta: sin mucha gracia pero tampoco sorpresas, sin vuelo pero seguro, ordenadito y con poco ruido, respetando lo que hay, transformando nada, atajando osados, promoviendo mediocres. Y, cada tanto, dejándose llevar a cualquier equivocación, cuando se enamora de algún “genio” que le sabe entrar. Algo que, efectivamente, sucede pocas veces.
En un país gobernado por los Kirchner, la visión duhaldista de la política lo colocó en un santuario. Entre el estratega y el salvador, Duhalde es el depositario hasta de atributos mágicos para “sacarnos al loco” que él inventó. Aunque lo correcto hoy sería decir: FUE el depositario. Los empresarios reunidos en IDEA, que esperaban ansiosos su discurso, quedaron innegablemente defraudados por su discurso simplón, donde quiso parecer un estadista, y se mostró como un hombre corto (muy tímido), sin vuelo (pretendiendo que había leído algún libro en su “exilio” político), astuto conocedor de los intersticios de la política (usó el encuentro empresario como plataforma de lanzamiento), pero sin carisma ni brillo. O sea: Duhalde.
Pero él nunca miente. La vida color K fue lo que catapultó al abogado de Lomas de Zamora en un imaginario imposible. Por eso poco se recuerda las condiciones con las que se votó en el 2003: bajo un pastiche electoral, que era una interna abierta, obligatoria y simultánea, pero no para elegir candidato, sino para elegir presidente. La inventó él y se lo toleró.
Así que a no asombrarse que Duhalde esté decidido a sacrificarse en una interna contra Kirchner. Le gane o no, logrará peronismo detrás, limar las posibilidades de Macri y De Narváez, y ayudar a que Cobos sea Presidente. Su sueño, finalmente, es morir como Alfonsín: ya que en vida no logra la comprensión de las mayorías, ser acompañado por multitudes de todos los partidos hasta su sepultura es lo que le permitirá entrar en la historia por la puerta grande. Y no es chiste. Sin rubores, comentó este anhelo entre familiares.
El escollo
Paradójicamente, son los propios radicales el principal escollo a vencer. No todos están convencidos de que podrán acordar una reforma política con Kirchner sin pagar un alto costo en la opinión pública. Temen que, finalmente, le abran de nuevo el paso a una tercera fuerza, y queden fuera de juego. Sin embargo, hay que creerle a Duhalde, otra vez dispuesto al sacrificio. Como cuando no deshizo su promesa y desistió de competir en una elección para presidente en el 2003 que tenía asegurada. Aunque, claro, la ciudadanía no siempre paga. Ese episodio quedó más o menos en la prehistoria. Y nadie se acuerda que él cumplió con su palabra.
Mientras los radicales debaten acerca de qué hacer, ni los Kirchner están de ánimo para festejar sus últimas victorias políticas. El escenario es de tal incertidumbre, que ni siquiera ellos, que manejan todos los resortes del poder, pueden dormir tranquilos. Como dice Lilita: “noviembre será terrible”. Ojalá se equivoque.
Eduardo Duhalde es un hombre de pocas ideas. Pero eso sí: fijas. Nadie puede sorprenderse de su visión bipartidista de la política. Incluso cuando fue gobernador de Buenos Aires, y mientras Carlos Menem avanzaba sobre todo aparato radical que tuviera a su alcance y no se domesticara, Duhalde pactó con la UCR y les dio el dominio de todos los órganos de control de la provincia. Le dice a lo suyo “visión estratégica”. Genuinamente, cree en un acuerdo irrevocable entre los dos partidos mayoritarios de la Argentina, para garantizar la gobernabilidad. La alternancia, cree, es la ofrenda para darle sustentabilidad política al país; lo único que puede ponerle freno a los intentos hegemónicos –o sueños de quedarse por siempre y jamás- de cada presidente argentino.
Cuando Alfonsín fue obligado a dejar anticipadamente el poder por el peronismo y los resortes de poder económico, padeciendo el desprecio de la población y la diatriba generalizada, encontró en Duhalde a un político que cobijó a sus cuadros y a un hombre con quien fue construyendo una amistad, cimentada por el diálogo y la comprensión mutua. Tenían a Menem como enemigo común. Y padecían una compleja relación con la ciudadanía, enamorada del uno a uno y las relaciones carnales con los Estados Unidos. Ninguno de los dos comulgó jamás con esas heterodoxas visiones.
Decidido a quedarse en la Presidencia de la Nación, Menem aceptó un acuerdo con el radicalismo para reformar la Constitución Nacional. A cambio de la inclusión del artículo que lo facilitaba, Alfonsín obtuvo buena parte de sus demandas institucionales: períodos presidenciales de cuatro años, sistema semiparlamentario, tercer senador por distrito, injerencia partidaria en las designaciones judiciales, por listar algunos temas. Es que sabía que no existía la posibilidad de que el presidente elegido en el 95 fuera radical. Así fue decidió perder ese turno, y apostó todas las fichas al 99 cuando, estaba seguro, una UCR reconstruída tendría chances de ganar.
Hay que reconocerle que mucho no se equivocó. El 99 fue para Fernando De la Rúa, aunque tuvo que compartir el poder con el FREPASO, surgido precisamente como fuerza política alternativa entre el 95 y el 97 frente al “Pacto de Olivos”.
El 2011 no está para el PJ
Duhalde está en la misma. Todas las encuestas dicen que el 2011 no está para el peronismo. Como Alfonsín en el 94, y más allá de cualquier declaración en contrario, Duhalde sabe que la gente no lo acompañará en ninguna aventura electoral. Y que descartado Reutemann, los candidatos Macri y De Narváez, con posibilidades reales de hacerse de la presidencia según las encuestas y que podrían contar con el respaldo del peronismo, no quieren saber nada de mostrarse con él. Esto, lógicamente, lo hiere. Entonces, su opción es clara: el 2011 tiene que ser para Julio Cobos. Está confiado en que, desde la derrota, tendrá la posibilidad de reconstruir al peronismo tal y como a él le gusta: sin mucha gracia pero tampoco sorpresas, sin vuelo pero seguro, ordenadito y con poco ruido, respetando lo que hay, transformando nada, atajando osados, promoviendo mediocres. Y, cada tanto, dejándose llevar a cualquier equivocación, cuando se enamora de algún “genio” que le sabe entrar. Algo que, efectivamente, sucede pocas veces.
En un país gobernado por los Kirchner, la visión duhaldista de la política lo colocó en un santuario. Entre el estratega y el salvador, Duhalde es el depositario hasta de atributos mágicos para “sacarnos al loco” que él inventó. Aunque lo correcto hoy sería decir: FUE el depositario. Los empresarios reunidos en IDEA, que esperaban ansiosos su discurso, quedaron innegablemente defraudados por su discurso simplón, donde quiso parecer un estadista, y se mostró como un hombre corto (muy tímido), sin vuelo (pretendiendo que había leído algún libro en su “exilio” político), astuto conocedor de los intersticios de la política (usó el encuentro empresario como plataforma de lanzamiento), pero sin carisma ni brillo. O sea: Duhalde.
Pero él nunca miente. La vida color K fue lo que catapultó al abogado de Lomas de Zamora en un imaginario imposible. Por eso poco se recuerda las condiciones con las que se votó en el 2003: bajo un pastiche electoral, que era una interna abierta, obligatoria y simultánea, pero no para elegir candidato, sino para elegir presidente. La inventó él y se lo toleró.
Así que a no asombrarse que Duhalde esté decidido a sacrificarse en una interna contra Kirchner. Le gane o no, logrará peronismo detrás, limar las posibilidades de Macri y De Narváez, y ayudar a que Cobos sea Presidente. Su sueño, finalmente, es morir como Alfonsín: ya que en vida no logra la comprensión de las mayorías, ser acompañado por multitudes de todos los partidos hasta su sepultura es lo que le permitirá entrar en la historia por la puerta grande. Y no es chiste. Sin rubores, comentó este anhelo entre familiares.
El escollo
Paradójicamente, son los propios radicales el principal escollo a vencer. No todos están convencidos de que podrán acordar una reforma política con Kirchner sin pagar un alto costo en la opinión pública. Temen que, finalmente, le abran de nuevo el paso a una tercera fuerza, y queden fuera de juego. Sin embargo, hay que creerle a Duhalde, otra vez dispuesto al sacrificio. Como cuando no deshizo su promesa y desistió de competir en una elección para presidente en el 2003 que tenía asegurada. Aunque, claro, la ciudadanía no siempre paga. Ese episodio quedó más o menos en la prehistoria. Y nadie se acuerda que él cumplió con su palabra.
Mientras los radicales debaten acerca de qué hacer, ni los Kirchner están de ánimo para festejar sus últimas victorias políticas. El escenario es de tal incertidumbre, que ni siquiera ellos, que manejan todos los resortes del poder, pueden dormir tranquilos. Como dice Lilita: “noviembre será terrible”. Ojalá se equivoque.
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