- Michelle Bachelet: divorciada dos veces, tiene 3 hijos y sin pareja.
- Evo Morales: sin pareja que se le conozca; tiene dos hijos.
- Hugo Chávez: divorciado dos veces, sin pareja pública actual.
- Alan García: reconoció que había tenido un hijo de una relación extramatrimonial, mientras estaba separado de su esposa.
- Fernando Lugo: sin pareja; se lo acusa de haber tenido hijos mientras era obispo.
- Daniel Ortega: acusado de incesto por la hija de su actual mujer.
- Carlos Menem: al año de haber asumido, se separó, e hizo echar a su mujer de la residencia presidencial.
Varios de estos presidentes llegaron al cargo con las mencionadas situaciones personales, y varios de ellos mantienen alto nivel de popularidad en la opinión pública. Cuando se repasan estos datos, la pregunta es: ¿importa si los líderes tienen familia?
Muchas veces los candidatos aparecen con sus respectivas esposas e hijos para transmitir una imagen más emotiva, dulcificada, y apegada a valores tradicionales que se suponen importantes para el electorado. Lo han hechos figuras de todo el arco político: desde Joaquín Lavín en Chile –ex candidato a presidente por la coalición de derecha– hasta Rafael Correa – mandatario de Ecuador e identificado con el ‘socialismo del siglo XXI’. Sin embargo, aparecer con la familia típica no asegura llegar al poder, o mantener una alta aceptación.
En EE.UU., por ejemplo, las infidelidades se han convertido en cuestiones de Estado. Clinton tuvo que declarar frente a una comisión del Congreso por el caso Lewinsky. En 2008, el gobernador del estado de New York, Eliot Spitzer, tuvo que dimitir por haber contratado prostitutas de lujo. La fotografía del otrora senador y candidato presidencial Gary Hart, con la modelo Donna Rice en 1984, terminó con su carrera política. Y ni hablar de todo lo que se ha rumoreado acerca del clan Kennedy.
Pero en América latina las cosas parecen diferentes.
En primer lugar, no hay un juzgamiento sobre la vida privada de los líderes políticos: la opinión pública separa lo que es su desempeño público, de lo que son sus valores de conciencia en lo privado. La contracara es que los latinoamericanos le prestamos menos atención a la corrupción de lo que se expresa en los sondeos: se da por supuesto de que en la política siempre la hay.
En segundo lugar, que muchos líderes sean populares pese a que no integren una familia ‘típica’, no significa que los ciudadanos no consideren a ‘la familia’ como un valor importante para sí mismos. Es más: en varios países consideran que el presidente es un ‘padre de familia’ y que los habitantes son ‘sus hijos’, por lo que no se le debe faltar al respeto al padre, siempre y cuando éste actúe con justicia y sea magnánimo. Si no, se lo baja del pedestal.
También, varios de los problemas sociales que existen –pobreza, falta de acceso a una buena educación, desempleo, migración- impactan precisa– mente porque desintegran a la familia, valor supremo. La situación de hijos, padres, esposa, hermanos, cobra un alto sentido emocional para los electorados de la región. Precisamente por eso, en muchas campañas, se utiliza al entorno familiar, como un elemento de seducción.
Pero las sociedades cambian. En 1970 el 43% de la población de la región era rural. Para 2010 se estima que solo el 22% no será urbana. Esto implica otro modo de vida, otros valores, otra constitución familiar, menos hijos, más divorcios, más gente viviendo sola, y todo más acentuado en las nuevas generaciones. Como se dice habitualmente: son sociedades con más valores seculares. De ahí que el valor familia tradicional ya no ocupe el espacio que tenía hace 40 años atrás.
Siempre que cambia el sistema de valores, también se modifican los criterios con los cuales la gente vota. De ahí que hoy tengamos presidentes/as sin familia tradicional, así como empieza a ser normal que haya mujeres mandatarias, o presidentes de origen obrero, indígena o con pasado guerrillero.
Algo fuerte está sucediendo en América latina.".
- Evo Morales: sin pareja que se le conozca; tiene dos hijos.
- Hugo Chávez: divorciado dos veces, sin pareja pública actual.
- Alan García: reconoció que había tenido un hijo de una relación extramatrimonial, mientras estaba separado de su esposa.
- Fernando Lugo: sin pareja; se lo acusa de haber tenido hijos mientras era obispo.
- Daniel Ortega: acusado de incesto por la hija de su actual mujer.
- Carlos Menem: al año de haber asumido, se separó, e hizo echar a su mujer de la residencia presidencial.
Varios de estos presidentes llegaron al cargo con las mencionadas situaciones personales, y varios de ellos mantienen alto nivel de popularidad en la opinión pública. Cuando se repasan estos datos, la pregunta es: ¿importa si los líderes tienen familia?
Muchas veces los candidatos aparecen con sus respectivas esposas e hijos para transmitir una imagen más emotiva, dulcificada, y apegada a valores tradicionales que se suponen importantes para el electorado. Lo han hechos figuras de todo el arco político: desde Joaquín Lavín en Chile –ex candidato a presidente por la coalición de derecha– hasta Rafael Correa – mandatario de Ecuador e identificado con el ‘socialismo del siglo XXI’. Sin embargo, aparecer con la familia típica no asegura llegar al poder, o mantener una alta aceptación.
En EE.UU., por ejemplo, las infidelidades se han convertido en cuestiones de Estado. Clinton tuvo que declarar frente a una comisión del Congreso por el caso Lewinsky. En 2008, el gobernador del estado de New York, Eliot Spitzer, tuvo que dimitir por haber contratado prostitutas de lujo. La fotografía del otrora senador y candidato presidencial Gary Hart, con la modelo Donna Rice en 1984, terminó con su carrera política. Y ni hablar de todo lo que se ha rumoreado acerca del clan Kennedy.
Pero en América latina las cosas parecen diferentes.
En primer lugar, no hay un juzgamiento sobre la vida privada de los líderes políticos: la opinión pública separa lo que es su desempeño público, de lo que son sus valores de conciencia en lo privado. La contracara es que los latinoamericanos le prestamos menos atención a la corrupción de lo que se expresa en los sondeos: se da por supuesto de que en la política siempre la hay.
En segundo lugar, que muchos líderes sean populares pese a que no integren una familia ‘típica’, no significa que los ciudadanos no consideren a ‘la familia’ como un valor importante para sí mismos. Es más: en varios países consideran que el presidente es un ‘padre de familia’ y que los habitantes son ‘sus hijos’, por lo que no se le debe faltar al respeto al padre, siempre y cuando éste actúe con justicia y sea magnánimo. Si no, se lo baja del pedestal.
También, varios de los problemas sociales que existen –pobreza, falta de acceso a una buena educación, desempleo, migración- impactan precisa– mente porque desintegran a la familia, valor supremo. La situación de hijos, padres, esposa, hermanos, cobra un alto sentido emocional para los electorados de la región. Precisamente por eso, en muchas campañas, se utiliza al entorno familiar, como un elemento de seducción.
Pero las sociedades cambian. En 1970 el 43% de la población de la región era rural. Para 2010 se estima que solo el 22% no será urbana. Esto implica otro modo de vida, otros valores, otra constitución familiar, menos hijos, más divorcios, más gente viviendo sola, y todo más acentuado en las nuevas generaciones. Como se dice habitualmente: son sociedades con más valores seculares. De ahí que el valor familia tradicional ya no ocupe el espacio que tenía hace 40 años atrás.
Siempre que cambia el sistema de valores, también se modifican los criterios con los cuales la gente vota. De ahí que hoy tengamos presidentes/as sin familia tradicional, así como empieza a ser normal que haya mujeres mandatarias, o presidentes de origen obrero, indígena o con pasado guerrillero.
Algo fuerte está sucediendo en América latina.".
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